Las sórdidas huellas del “Pozolero”

Santiago Meza López El Pozolero.
Santiago Meza López El Pozolero.

TIJUANA, B.C. (Proceso).- Una reciente pinta en la barda pide respeto: “Este es un lugar sagrado”. Cruzando el lote se llega a un cuarto de ladrillo, con huecos donde alguna vez hubo una puerta o ventanas; botellas rotas cubren el piso, indescifrables grafitis plagan las paredes. La pileta de cemento está cubierta de flores amarillas ya secas; alrededor, una treintena de veladoras, ya consumidas, alza su plegaria al cielo el Día de Muertos.
La Gallera, este terreno abandonado de la colonia Maclovio Rojas, está empotrada en las pesadillas de las familias mutiladas en esta ciudad desde que algún ser querido desapareció. El lugar era un centro de extermino donde personas fueron disueltas en ácido.
De la fosa séptica pegada al cuarto de ladrillo se extrajo una masa gelatinosa mezclada con una sustancia amarilla donde iban revueltos dientes, pedazos de hueso, brackets, tornillos quirúrgicos. Residuos humanos.
En un rincón del terregal crece un cuadro de pasto. A unos pasos, de un delgado surco comienzan a brotar geranios y se alzan palmas en el desierto, como si la vida se abriera paso en este centro de muerte.
Los familiares de las víctimas desaparecidas en este lugar han comenzado a darle un nuevo significado.
“Queremos que sea un memorial porque es una esperanza de encontrar, ya no a Horacio, sino ayudar a otros que pasan por lo mismo. Para tener un lugar donde recordar, ir, apoyarnos, echarnos una mano, investigar, hacer todo lo que se pueda para tejer una cadena de información que nos ayude a encontrarlos”, dice Nayeli Lara, expareja del médico Horacio Berruecos Anaya, desaparecido el 3 de enero de 2008 cuando salió a atender a un paciente.
Ella sabe que un narcotraficante mandó desbaratarlo y desaparecerlo. Policías municipales, asegura, se lo entregaron a Santiago Meza López, quien a finales de enero de 2009 fue capturado por el Ejército. Él confesó que su función dentro del grupo de Teodoro García Simental, El Teo –quien encabezaba una escisión del cártel de los Arellano Félix– era disolver cadáveres; y por su “cocina” pasaron al menos 300 cuerpos.
Desde entonces fue conocido por su apodo: El Pozolero.
(Fragmento del reportaje que se publica en Proceso 1945, ya en circulación)

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