Rolando D´Rondón no quiso saber nada de campañas políticas y se fue

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Aquel viernes Rolando D´Rondón amaneció de mal humor; Eneida, su amiguita en turno, se había ido de edecán con uno de los muchos candidatos. Esa fue la peor ofensa que pudo haber recibido. Las campañas políticas lo tenían harto. Cada que prendía la radio, fuera el de su habitación, su auto, o el que traía en la bolsa de su camisa -un mini de transistores-, le era imposible evitar la escucha chocante de los mensajes que terqueaban anunciando: ¡súbete al auto de los triunfadores, vota por Fausto! ¡Votando por el FAS; triunfarás!  ¡Ya verás! ¡Ya no le busques más!; ¡Vota por Colás! RIP. Las campañas de los diversos candidatos, con su estridencia y la avalancha de mensajes insulsos y falsos, de los pretensos al poder, las pancartas y pendones que extendían los ejércitos de jóvenes en las bocacalles, los volantes, las pegas de calcas, y el penetrante ruido, provocaron aquel odio en Rolando D´Rondón; el escape de su novia lo hizo explotar y se fue de Culiacán. Decidió calmar su rabia en otro espacio; respirar otros aires donde pudiera encontrar algo que le calmara ese volcán que sentía en su cerebro.
En Mazatlán se hospedó en el Freeman. Una vez instalado en el séptimo piso, abrió el ventanal. La panorámica de azul inmenso que le brindaron el mar y el cielo, le hicieron sentirse libre. Esto hay que celebrarlo, se dijo, y marcó para que le llevaran dos cervezas. Embelesado  paladeó la frescura ambarina, mirando el paisaje eterno de Las olas altas; en el anchuroso mar vio un velero hasta perderse en la curva oceánica. Se dio una ducha y bajó dispuesto a buscar una aventura; llegó a la esquina y ocupó un banco en la barra del Bar Mi viejo Mazatlán. Desde aquel punto, dominaba el Cerro del Crestón, en la parte baja la glorieta de El Venado recibía los reflejos de los últimos rayos del sol; lentamente perdía, uno a uno, los últimos 15 segundos luminosos de aquel día. Tres minutos después las farolas del malecón se encendieron y nació un tono mágico con el resplandor del ocaso. La gente caminaba charlando, un joven irreverente zigzagueaba sobre una patineta. De pronto, una descomunal bocina montada sobre una camioneta destrozó la tranquilidad. ¡Tan, raca tan, raca tan, raca tan, tan tan! Si votas por Colás, ganarás por Mazatlán!  La estridencia, las voces gangosas, machaconas y chocantes, de inmediato hicieron saltar a Rolando D´Rondón. Pagó la cuenta aventando un billete sobre la barra; como si huyera de la peste, caminó rápido en sentido contrario a la ruidosa caravana; se completaba con cinco camionetas más que jalaban plataformas con grupos, bandas, cantantes y bailarinas en bikini; atractivo ideal para enajenar al pópulo.
Rolando caminaba sudando a chorros, su paso seguía siendo frenético. A la altura de La Casa de El Marino, el lejano sonar de un buque lo hizo voltear; era el transbordador Mazatlán que se despedía del puerto; su destino: La Paz.
¡La Paz! La expresión sonó en el cerebro de Rolando. Al día siguiente, en punto de las diez de la mañana, subía las escaleras del Corumuel; en breve zarparía hacia el Puerto de Ilusión. Había decido huir, alejarse de aquella abrumadora fauna depredadora. Regresaré hasta la semana entrante, por suerte el domingo ya son las elecciones; aunque seguirán los dimes y diretes ocasionadas por las acostumbradas marrullerías de los de siempre; pero el ambiente será más pasadero sin  los insulsos y enajenantes actos de campaña, dedujo, mientras acomodaba su ligera mochila en la mesa del restaurante del barco. El resplandor del sol iluminaba el ancho sendero del Océano, la estela que el barco iba dejando como efímera huella, se perdió en la lejanía.
Las luces del Puerto de ilusión lo recibieron y se hospedó en el hotel Perla, y después de disfrutar una cena ligera, echó a caminar por el malecón. Las tranquilas aguas del mar Bermejo eran acordes al ambiente sereno de La Paz. Su olfato aventurero lo llevó al antro aquel. En El delfín azul un pianista tocaba música romántica y dos parejas bailaban. Rolando D´Rondón pidió un vodka tónic y sorbió un trago en el momento que llegó una rubia, la siguió con la mirada, ella tomó asiento en el otro extremo de la barra; el barman le sirvió sin que ella dijera nada, bebió sin inmutarse, sin siquiera alzar la cara para agradecer el servicio. Y así estuvo hasta empezar a beber la segunda copa. Rolando se decidió. Sonriendo dio el mejor timbre a su voz para saludarla. Ella no contestó, sólo sonrió leve. ¿Me puedo sentar?  Ella se limitó a un encogimiento de hombros. Mi llamo Rolando dijo al sentarse. La música giró con un bosanova  y la invitó a bailar. Le pareció extraño que aceptara sin mediar ni siquiera una sonrisa. La gracia de la chica y su cadencia le sorprendieron; se acoplaron como si fueran pareja de siempre. Un paso exagerado de él y una mueca, rompieron con aquella tenue sonrisa; ella rió, y desde ese momento se relajaron. El ritmo siguió y la tanda terminó con un movido jazz. Tomaron asiento ahora en un mullido sillón con vista al malecón; brindaron y la charla se dio como dos amigos de siempre, primero; después, como si fueran amantes. Pasaron las horas, salieron del bar y echaron a caminar. Llegaron al Perla; Rolando pidió la llave y abrazados entraron a la habitación.
Rolando despertó con la sensación de no saber en qué lugar estaba. Un leve dolor de cabeza le recordó todo; el recuerdo de la rubia le provocó un sobresalto; El silencio le anuncio que se había ido. Se levantó para ir al baño; sonrió al ver el espejo del tocador, tenía pintado con bilé una carita sonriente y una frase: Amorcito, bienvenido al Club del Sida. ¡Já! El viejo petate del muerto. Se dijo y abrió la regadera.
Por la tarde salió a comprar fayuca: relojes y calculadoras que vendería en Culiacán a precio cuadriplicado; al día siguiente descendió del avión que aterrizó en el aeropuerto de Bachigualato y abordó un taxi. El taxista empezó: ¿Cómo ve patrón?, el RIP se robó de nuevo las elecciones. El silencio de Rolando cortó el ánimo del chofer. Por eso estamos como estamos. Cuando llegaron al centro se toparon con un embotellamiento. ¡Me lleva la chin…! Explotó el taxista. ¡Urgen ejes viales!; esa sería la solución; ¿no cree usted? El taxista siguió una intensa perorata, Rolando D´Rondón permaneció callado, sólo expresó para sí: ¿por qué la gente se empeña en vivir amargada?
leonidasalfarobedolla.com
 
 

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