Siete años sin el ‘Bato’: Por qué Javier me cambió el nombre

Javier Valdez-foto del Facebook de Alejandro Cortes

Corría 2001 cuando Javier Valdez me cambió el nombre. El diario Noroeste de Culiacán, donde coincidimos, estaba enviando a sus reporteros a hacerse pruebas psicométricas para medir la «personalidad», inteligencia y otras habilidades.

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Cuando llegó mi turno y regresé sin saber quién era en realidad, Javier fue el primero que me preguntó cómo me había ido. Le dije que me había sentido como un escarabajo observado bajo el “microscopio” de mis interrogadores, decepcionados por mi incorregible superlento aprendizaje.

Javier Valdez, quien gozaba de un aguzado sentido del humor, reviró risueño que desde ese momento dejaría de llamarme Cayetano Osuna y cambiaba mi nombre por el de “Gregorio Samsa”.

Y así, desde ese momento de mi “metamorfosis”, dejó de llamarme Cayetano y se dirigía a mí como Gregorio o como Samsa.

En julio de 2004, durante el sexenio del gobernador Juan Millán Lizárraga, publiqué en Ríodoce el reportaje “Las casitas de Chuy Toño” —un evidente caso de corrupción—, que enojó mucho al comandante Jesús Antonio Aguilar Íñiguez, entonces director de la Policía Ministerial del Estado.

En esos días no procesaba mi miedo porque yo no había elegido el tema ni la información publicada sino al revés, la materia prima me había buscado en dos ocasiones y me había encontrado lleno de miedo y sometido desde la planta de los pies hasta la punta de los cabellos, pero me gritaba que la publicara.

Agobiado por el estrés ocasionado por el reportaje, por esos días recibí una llamada telefónica solidaria de Javier Valdez que operó como un bálsamo, pues me dijo que aprendiera a convivir con el miedo, el enemigo número uno del reportero.

Javier Valdez era un convencido de los riesgos inminentes del oficio. Cuando Ríodoce, barquito de papel, como le hemos llamado siempre, cumplía apenas una década de existencia, Javier escribía cartas sobre el tema a sus contactos periodísticos. En una misiva a Carlos Lauría, entonces jefe del Comité para la Protección de los Periodistas, con sede en Nueva York, le dice:

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“Nuestro periódico semanal, que apenas en febrero cumplió diez años de vida, no ha rebasado la etapa de sobrevivencia económica y, sin embargo, mantenemos la digna convicción de ejercer este oficio a pesar de los riesgos marcados por los malos gobiernos y el crimen organizado, la escasez de recursos y la ausencia de una sociedad civil que arrope la causa del periodismo en tiempos violentos”.

“A pesar de este escenario nos mantenemos en el ejercicio periodístico”, insistía en esa misiva fechada el 20 de junio de 2013.

En diciembre de 2009, con motivo de la presentación de su libro Malayerba, Javier Valdez escribió en la página dos una dedicatoria personal para “Gregorio Samsa”: “Esta Malayerba para mi amigo y compañero de este campo minado de buñigas y balas…”.

Serían las 12:15 horas, del 15 de mayo de 2017, cuando llegaba a mi casa. Sonó mi teléfono celular y luego me di cuenta que era Ismael Bojórquez. Ese lunes no había asistido a la junta editorial, en las oficinas de Culiacán y pensé que llamaba para ponerme al tanto de los temas que se tratarían en la siguiente edición del impreso.

En cuanto respondí la llamada escuché la voz lejana, dolorida y a la vez llena de coraje e impotencia de Ismael que parecía hablarme desde el otro lado del infierno: “Mataron a Javier Valdez, vente ya a Culiacán”.

La noticia me cimbró al mismo tiempo que tomé consciencia de que empezaba uno de los momentos más graves de mi vida.

Estaba consciente de que Javier Valdez tenía muy claros los riesgos del oficio periodístico, pero una cosa era la teoría y otra cuando la realidad de la muerte nos convierte en cenizas los sueños de escribir con plena libertad, porque los poderes fácticos quieren el silencio.

Entré a mi casa tratando de que mi familia no notara nada anormal en mi rostro, que era la viva imagen de la derrota, me metí a mi cuarto y empecé a recoger un cambio de ropa para salir a Culiacán. Pero fue inútil: mi madre y mis hermanos ya me esperaban con la tristeza reflejada en los rostros, el dolor, pero sobre todo el miedo, para decirme, y al final para decirnos juntos, la terrible noticia de que Javier Valdez había sido asesinado.

  • Al autor es reportero y fundador de Ríodoce.

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Artículo publicado el 12 de mayo de 2024 en la edición 1111 del semanario Ríodoce.

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