Culiacanazos: sin protocolos de seguridad

JESÚS MARÍA. 5 de Enero, de nuevo el terror. Foto Miguel Ángel Vega

César Burgos, encargado del Laboratorio de Estudios Psicosociales de la Violencia de la UAS, lamenta que no exista una estrategia para salvaguardar la vida en escuelas, hospitales y espacios públicos.

El 17 de octubre de 2019 con la captura “fallida” de Ovidio Guzmán López tomó por sorpresa a Culiacán. El miedo y el desconcierto reinaron en las calles, escuelas y centros de trabajo.

El llamado culiacanazo era un hecho inédito que detonó y generalizó la violencia en la ciudad.

A quienes sorprendió en calles, camiones del transporte público o en sus trabajos, vivieron un día de pánico sin saber qué hacer, adónde ir ni en dónde refugiarse.

“A nosotros no nos dejaron salir… Tuvimos que pasar la noche en la tienda”, recuerda Josefina, una empleada de un supermercado.

En algunos negocios bajaron sus cortinas y dejaron a sus empleados “a la buena de Dios”.

La autoridad estaba “atada de manos”.

El 5 de enero de 2023, de nueva cuenta con la aprehensión del hijo de Joaquín Guzmán Loera en la sindicatura de Jesús María, se revivió el temor del primer culiacanazo.

Cuando fuerzas federales detuvieron en Culiacán a Néstor Isidro Pérez Salas, alias el Nini, el 22 de noviembre, el miedo de un tercer culiacanazo mantuvo en zozobra a la población.

“¿Podría haber un tercero? Por supuesto. Cualquier día puede haber un tercero. Hace unas semanas temía la sociedad que la captura de ese personaje (el Nini) se convirtiera en otro acontecimiento”, expresa César Burgos Dávila, encargado del Laboratorio de Estudios Psicosociales de la Violencia de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

Sin protocolo de seguridad

A diferencia de lo que se tiene en caso de inundación, sismo o incendio, al menos en Culiacán no existe un protocolo que marque las directrices a seguir en caso de un tercer Culiacanazo en Sinaloa.

César Burgos sostiene que el 17 de octubre de 2019 fue un acontecimiento inesperado que irrumpió en la vida cotidiana.

“En 2019 no había una comunicación oficial, no había un canal de comunicación ni tanto del estado ni de los medios de comunicación, que informara qué era lo que estaba pasando en la ciudad”, expresa.

En Culiacán había, dice, un “estado de alerta y un estado de pánico”, con personas en medio de la calle o en medio del fuego cruzado, con unas autoridades “atadas de mano” y sin capacidad de respuesta.

Algunas tiendas bajaron sus cortinas, continúa, otros dejaron a sus empleados “a su suerte”. Algunas casas abrieron sus puertas para recibir a personas y auditorios y salones de clases funcionaron como albergues.

“Evidentemente eso obedece a que tanto a nivel gubernamental, a nivel empresarial, por llamarse de alguna forma; institucionalmente, en los planteles educativos, no tenemos un protocolo de seguridad para saber cómo actuar ante esas situaciones”, manifiesta el catedrático de la Facultad de Psicología de la UAS.

En otras ciudades, señala, se puede saber cuál es la ruta, la ruta, los protocolos en caso de temblor, un botón de alarma, puntos de encuentro. Se sabe actuar ante ese tipo de situaciones de desastres naturales.

“…pero ante este tipo de situaciones sociales, que ya no son esporádicos porque ya llevamos dos, sí es necesario saber, pensarlo, no sé si pensarlo en distintos canales, pero primero cómo salvaguardar la integridad humana, cómo reducir el riesgo de la ciudadanía”, puntualiza.

La versión 2.0

Con la aprehensión de Ovidio Guzmán López el 5 de enero de 2023 en la sindicatura de Jesús María, el Culiacanazo 2.0 ya se vio una estrategia directa entre el estado, los medios de comunicación y los ciudadanos.

César Burgos dice que con la identificación de una situación de riesgo y la ubicación de los puntos donde se presentó el conflicto, las autoridades gubernamentales y planteles educativos mandaron la señal de alerta.

“Había una información y eso permitía tomar unas decisiones de decir ‘ahorita sí sé lo que está pasando. No me puedo ir a la casa'”, comenta.

El reconocimiento

El catedrático de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Sinaloa dice que en los planteles educativos, en donde a partir de juegos enseñan a los niños a resguardarse o a tirarse en el suelo, en caso de alguna balacera, son medidas cuestionadas porque se pensaría que se está normalizando la violencia.

Pero, enfatizó, lo primero que tendrían que hacer los planteles educativos es reconocer el problema porque la violencia no es algo sorpresivo ni algo distante.

El universitario comenta que el 22 de noviembre con la captura del Nini, la gente temía que se registrara otro culiacanazo. No se dio, pero sí revivió la psicosis.

“Y volvemos a lo mismo. No tenemos protocolo de seguridad. Y no solamente en las escuelas, en los hospitales, cómo salvaguardar la vida de los médicos, de los enfermeros, de las personas que están en la recepción. O en el aeropuerto”, refiere.

En la terminal aérea, subraya, durante el segundo culiacanazo se observó a personas tiradas en el piso o escondidas detrás de los mostradores, pese a que en ese lugar hay militares.

“La capacidad de respuesta del estado y de las distintas instituciones y de la ciudadanía, parece que obedece a la improvisación y al sentido de salvar mi vida a como pueda, y tendríamos que reconocer que tenemos que pensar y diseñar una estrategia, partiendo de las propias experiencias de las personas”, expresa.

Estar preparados

Javier Llausás Magaña, director de Construyendo Espacios para la Paz, comenta que, aunque lo ideal es que no suceda un tercer culiacanazo, siempre se tiene que estar preparados para un evento de esta naturaleza.

“Es triste que tengamos que pensar en esto. Yo más bien quisiera que pensáramos en cómo evitarlo y trabajar para que no suceda, porque prepararnos para enfrentarlo sería como aceptar que va a suceder y eso sería como una derrota como sociedad…” subraya.

Artículo publicado el 10 de diciembre de 2023 en la edición 1089 del semanario Ríodoce.

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