Siete años sin el ‘Bato’: Esta vez no fue una broma

javier 49 años

Es una situación caótica; las llamadas y mensajes llegaban con insistencia, pero en realidad no sabía con exactitud lo que había pasado.

«Mataron a Javier», escribió la contadora de Ríodoce en el grupo interno de WhatsApp esa mañana. Recibimos la noticia en seco. La primera reacción, quizás de negación inconsciente del hecho, fue reclamar. “¿Qué te pasa, Maricruz?”, escribió alguien más con el ánimo de bajarle al tono de lo que se pensaba era una broma de muy mal gusto.

El grupo se había creado meses antes, como un chat alterno que se usa para los fines operativos de la redacción. Surgió luego de un reclamo de Ismael Bojórquez porque el chat de la información periodística y la logística informativa había empezado a ser invadido de bromas, discusiones gastronómicas, memes y ocurrencias de todo tipo.

Apenas unos días antes de esa trágica mañana, se había hecho una broma pesada. Justo en la puerta de acceso del edificio, unos compañeros habían colocado unas cintas amarillas, similares a las utilizadas cuando se quiere preservar una zona de peligro o un crimen. Las cintas las habían usado unos trabajadores de un local contiguo para aislar un área de mantenimiento del paso de peatones, y habían quedado desechadas en el piso.

La broma había buscado asustar a los compañeros que llegaran más tarde a las oficinas de Ríodoce. La ocurrencia llevó incluso a subir al grupo de WhatsApp las fotos de la puerta con el acceso protegido por las cintas amarillas. El efecto se logró y fue tema de conversación en más de una ocasión de cómo lograron moverle el piso a quienes llegaban y veían esas cintas amarillas con la leyenda “peligro”, o quienes vieron las fotografías.

No hubo esa mañana de mayo más mensajes en ese chat de WhatsApp. Para quienes no estábamos en el edificio de Ríodoce, la noticia corrió como crudo relámpago por las redes sociales. No se trataba de humor negro ni una broma más. Javier no escribió en el chat para desmentir a Maricruz, ni decir “cabrones” o “hijos de su puta madre”, por la noticia difundida. Su cuerpo estaba inerte sobre el pavimento. La realidad era esa.

Recuerdo haber llamado a Miriam Ramírez, entonces integrante del equipo de reporteros, para preguntarle qué debíamos hacer. Turbada con la noticia, con voz entrecortada me dijo que la recomendación era no movernos de donde estuviéramos. Es una situación caótica, las llamadas y mensajes llegaban con insistencia, pero en realidad no sabía con exactitud lo que había pasado, sólo que era un hecho que le habían quitado la vida a Javier.

Quienes no nos encontrábamos en las oficinas de Ríodoce esa mañana fue casi un armado de rompecabezas entre los compañeros de lo que estaba ocurriendo. Recuerdo que llegué ya pasado el mediodía. Había desaparecido del escenario el chascarrillo común y el trato desenfadado, ahora eran los rostros desencajados.

Luego de las honras fúnebres de Javier, acompañados de su familia, de cientos de amigos y seguidores de su trabajo periodístico, le siguió su ausencia. La primera reunión del equipo de redacción fue el peor momento. Había que trazar no sólo la próxima edición, sino el camino a seguir. Estábamos en silencio, ahora solos, sin él.

  • La autora es reportera de Ríodoce.

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Artículo publicado el 12 de mayo de 2024 en la edición 1111 del semanario Ríodoce.

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