Siete años sin el ‘Bato’: Fui cartero (Monólogo)

OBRA DE AARON (18)

El actor entra al escenario. Lo recorre. Lo reconoce. Parece un fantasma. Viste solamente un pantalón de mezclilla, calcetines y una camisa interior color negra. Mira en todas las direcciones, tal vez está buscando algo o a alguien. Escudriña cada sitio. Carga en una de sus manos un cajón de madera como los que tocan los músicos. Después de recorrer el escenario se detiene en proscenio.

Hasta pronto. Hasta pronto. Así le dije, hasta pronto. Hasta pronto ¿Qué es un hasta pronto? ¿Qué significa un hasta pronto? ¿En qué circunstancia uno dice hasta pronto? Todo parece indicar que es una cuestión del tiempo y su relatividad, es decir, hasta pronto puede suceder en unos minutos o simplemente en un plazo de tiempo no muy largo. Hasta pronto. Y pasa el tiempo. Una hora, dos, tres horas o un día entero. El día tiene 24 horas y luego se convierte en dos días, tres o cuatro días y la semana tiene siete días. Luego el hasta pronto se convierte en dos o tres semanas y pasa más el tiempo hasta que transcurre un año y el año tiene 52 semanas y sigue el conteo hacia adelante. Uno mira atrás y no entiende cuánto tiempo más debe esperar por ese hasta pronto. Y es que el tiempo no transcurre como dice el calendario. Días, semanas, meses, años. No. Y el tiempo pasa entre espera y espera hasta que finalmente llega el momento.

(…)

Cuando me uní al equipo ya no era tan joven pero tampoco tan viejo como ahora. Me acuerdo que el jefe me preguntó por qué quería trabajar con ellos y yo le dije que eran lo más cercano a jugar en el Barcelona. No el Barza de ahora sino aquel que dirigió Guardiola. Uta, ¡qué equipazo!

(…)

Así comenzó mi aventura. Le llamaban el barquito de papel. Hacían esa analogía porque una carta vieja puede ser utilizada para hacer un barquito de papel. O tal vez porque trabajábamos con papel y nos gustaba imaginar que zarpábamos de un puerto a otro navegando en nuestro barquito de papel.

(…)

La primera vez que escuché el grito me pareció muy gracioso. Recuerdo que se lo escuché a Andrés… dos veces, diario. Instalados en un segundo piso, abre la ventana y lanza un grito: ¡Fui cartero! Primero no supe cómo reaccionar pero luego el Javier se caga de risa. Pinche risa toda burlesca. Yo era el nuevo y no sabía cómo reaccionar. Entonces este pinche cabrón se caga de risa.

(…)

¡No mames, Javier, qué haces!

Eso fue lo que le dije cuando lo vi tirado boca abajo sobre un charco de sangre. Javier murió de 12 disparos. Era cartero también. Mejor dicho, él era el cartero.

Alguien no estuvo de acuerdo con una de sus cartas. Se le hizo fácil y lo mandó matar. Tres cobardes aceptaron el trabajo y a la vuelta de la oficina lo alcanzaron. No lo puedo creer todavía, aún recuerdo sus últimas palabras. Ese día él iba saliendo de la oficina y yo iba entrando. Le dije que necesitaba hablar con él y me dijo que a su vuelta. Era cerca del mediodía. Nos topamos los puños y al cruzar la puerta me dice “Dios me bendiga”. Me reí, esa frase era muy suya al despedirse, era su forma de decir “hasta pronto”.

Sólo que aquí el hasta pronto sí entiendo qué significa. Tiempo indefinido. Tiempo.

(…)

Yo conocí a Javier como muchos, en la calle. Él era el Javier, único, pero a la vez era muchas personas. El cartero, el compinche, el papá, el hermano, el hijo, el abuelo pero siempre era un amigo. Recuerdo que visitaba siempre el mismo café a la misma hora los mismos días. Yo, igual. El mismo café, los mismos días a la misma hora. Un saludo de lejos y era todo. Yo sabía quién era él y él sabía que yo quería jugar con ellos en el Barcelona.

Pasaron los años y ficho por el Barza. A partir de ahí para todo le hacía preguntas. Siempre tenía respuestas y más preguntas a través de ellas.

(…)

La Malayerba. Así bautizaba a sus cartas. Esta que acabo de leer fue de las últimas que escribió. Se publicó un domingo 23 de abril de 2017. Tres semanas más tarde me lo mataron. Me acuerdo que era lunes, yo estaba sentado. Estaba viendo el celular cuando una señora atraviesa la puerta y a gritos algo me quería decir. —¡Lo mataron, hijo, lo mataron!— ¿A quién mataron, doñita, de qué habla? —¡Al señor que trabaja aquí! —¿A qué señor, de qué está hablando? —¡Al gordito de sombrero y lentes!

Y pues nada, bajé rápido las escaleras, corrí hacia la calle. La doñita a lo lejos me gritaba indicaciones. Iba a toda velocidad pero a la vez no quería llegar.

¡No mames, Javier, qué haces! Eso le grité a su cuerpo cuando lo vi en el asfalto. Boca abajo le reclamaba al cartero que se levantara, pero no me hizo caso.

El crimen fue noticia a nivel mundial. El cartero que mataron no solamente no era un cartero común y corriente como yo, no, él era un cartero hecho y derecho, de esos con voz completa.

Y en realidad sí era cartero. Lo teníamos como chiste local, ¿saben? Esa primera vez que escuché el grito lanzado por Andrés no entendí hasta meses más tarde. Javier fue cartero, fue uno de los oficios que llevó a cabo antes de convertirse en la voz de gente oprimida.

En serio, era cartero…

Extractos de la obra de teatro Fui Cartero, estrenada el 15 de mayo de 2022.

  • El autor es periodista.

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Artículo publicado el 12 de mayo de 2024 en la edición 1111 del semanario Ríodoce.

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