Corrían los años de mi juventud cuando a la sindicatura de Baca llegó la noticia que un candidato de oposición postulado por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) -que surge en 1988 a raíz de una escisión en el PRI encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, primero como Frente Democrático Nacional (FDN)- sería candidato a diputado federal, su nombre Servando Olivarría Saavedra, originario del ejido Chihuahuita en el valle del Carrizo, y quien venía de la Unión Nacional de Organizaciones Campesinas Autónomas (Unorca), del sector campesino y tenía uno de sus bastiones en ese valle. Eran los inicios de la década de los 90.
Servando Olivarría Saavedra hizo campaña en Baca y en toda la región. En nuestro pueblo le ayudó una persona que lo acompañó durante esa contienda, al que solo conocemos como Chaparrillo, quien a decir de mi papá era originario de Baca, él le sirvió como guía y para conectarlo con los lugareños; el Chaparrillo había emigrado al Valle del Carrizo como muchos de la región cuando los años fueron malos, otros se fueron para el vecino estado de Sonora, cuando se ausentaron las lluvias y había poco que comer.
Todavía en unas piedras entre Loretillo y Baca hasta hace pocos años se veían las piedras pintadas de rojo con la leyenda PRD, eran de esa campaña electoral y social que hizo Servando Olivarría Saavedra en un camioneta vieja y destartalada y con pocos recursos. El candidato se subía en la plataforma con el micrófono en mano y en la otra el cigarro, que de vez en vez le daba un jalón al tabaco y echaba la bocanada de humo o se le perdía entre sus palabras al ir saliendo. En el carro traía un aparato de sonido, empezaba a hablar alcanzándose a escuchar en todo el pueblo e incluso se oía hasta la comunidad de El Embarcadero, que está al otro lado del río, al echar su discurso contra la política y las reformas neoliberales del gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Era un discurso contestatario, la gente no se acercaba a su camioneta, salvo unos cuantos jóvenes que andaban por ahí, pero el discurso era oído en las casas.
Recuerdo también que en esa campaña comenzó a destacar Juan Gil López, indígena mayo radicado en La Estancia, nativo de Los Arenales pero que sus raíces estaban en Baca. Era nieto de doña Julia López Osamea. Por aquellos años el Instituto Nacional Indigenista (INI) apoyaba a las comunidades indígenas, tenía proyectos productivos, entre ellos cría de cabras, cría de abejas para producción de miel y un proyecto más grande, una cooperativa pesquera en la presa Miguel Hidalgo y Costilla, para pescar tilapia, “mojarra” y bagre, principalmente, aunque también lobina. La cooperativa estaba integrada por gente de Baca, La Estancia y El Embarcadero e indígenas de Capomos, El Fuerte. Al final lo cooperativa fracasó porque la gente quitaba mandado y víveres y no los pagaban.
Juan Gil, como lo conocíamos en el pueblo, ayudó a Servando Olivarría Saavedra en esa campaña política y el caso es que en la votación en la casilla electoral, al computarse los votos resultó ganador el candidato del PRD, lo que nunca ha vuelto a suceder en otra elección, salvo que siempre los ganadores han sido del Partido Acción Nacional (PAN) y del Partido Revolucionario Institucional (PRI), alternándose según la ocasión y el candidato, así como el dinero invertido y los intereses en juego.
Esa contienda fue el inicio para la carrera política de Juan Gil, pues se dio cuenta que podía organizar a la gente del pueblo y que le tenían cierta confianza, además sus paisanos lo miraban como uno más de ellos, lo cual engarzó con el discurso de oposición que traía el candidato a diputado vislumbrando la organización estamental.
Se convirtió en líder y gestor de su comunidad La Estancia, después en Gobernador Tradicional y también Presidente del Comisariado Ejidal de Baca. Fue regidor en el Ayuntamiento de Choix por el Partido Revolucionario (PRI) y de ahí brincó a la diputación local por el Distrito de Choix en el Congreso de Sinaloa, donde presidió la Comisión de Comunidades y Asuntos Indígenas, impulsado por el mismo partido y por el entonces gobernador del Estado Juan S. Millán Lizárraga, quien, así como lo subió lo dejó caer.
Juan Gil pensaba que tenía poder propio, creo que no imaginaba que era usado por el sistema priista para controlar a todos los indígenas del norte de Sinaloa, no solo de Choix, sino de El Fuerte, Ahome, Sinaloa y Guasave, repartiéndoles o dejándoles una pequeña cuota de poder, lo que en términos reales no significaba nada.
Más que defender a los indígenas y luchar por el reconocimiento de sus derechos, actuaba como correa de transmisión del poder, gestionaba algunos proyectos productivos como el agua potable y luz eléctrica para las comunidades de su influencia, además de seguir operando los proyectos, programas y políticas que de por sí las autoridades de los tres niveles de gobierno venían haciendo. Tenía ciertos bastiones y adeptos en el pueblo y comunidades circunvecinas, pero en otros sectores del pueblo no era muy bien visto porque las “ayudas” que conseguía solo eran para su grupo excluyendo al resto.
Juan Gil muere joven, de un infarto, quizá triste y pobre, como cuando inició. No sé si pensó en sus días cuando fue disidente y cuestionador del sistema político priista para terminar devorado por ese aparato a quien tanto sirvió y ayudó.
También rompió la confianza de la gente. Lo apoyaron por sentir que era de su pueblo y una oportunidad de visibilizar los años de abandono, como actualmente se encuentra.