Alma Rosa y esa búsqueda dolorosa de su hermano desaparecido
Alma Rosa no busca culpables, solo los huesitos de su hermano Miguel Ángel Rojo Medina, desaparecido el 4 de julio de 2009.
Desde entonces, es decir a lo largo y ancho de estos seis años, ha pasado por cuatro exhumaciones de cadáveres, el asesinato de una compañera activista, la búsqueda y el hallazgo de otros desaparecidos que son buscados por sus familiares, decenas de audiencias —incluso con el gobernador Mario López Valdez—, y kilómetros y kilómetros de marchas y gestiones.
Tiene 52 años, recién cumplidos. Y se dice cansada. Sus hermanos la han abandonado y sus hijos no dejan de reclamarle que se dedique más a la búsqueda de su hermano que a ellos. Y le advierten: “ya déjate de eso, te van a matar”.
Su vitamina es encontrar la osamenta de su hermano, a quien asume como muerto, y ver que otros, como don Elías Antonio Ruiz quien en diciembre encontró los restos de su hijo, en Culiacán-— luego de dos años de andar el monte, descubrir y escavar, en ocasiones con sus manos, las fosas clandestinas.
“Haz de cuenta que me inyectan vitaminas cuando vemos lo de Elías, por ejemplo, que encontraron el cadáver. He visto todo esto, lo he vivido, y ver el dolor de don Elías: verlo escarbando las fosas para sacar a su hijo. Le había dicho una vidente que estaba vivo, que se lo habían llevado a trabajar, pero encontró en esa fosa un cadáver y traía su reloj y se puso a llorar. Eso me quebró, la verdad. Me quebré un poquito, pero dije Dios me debe dar fuerzas para estar con ellos. Y lo abracé”, manifestó.
Alma Rosa es parte de la organización Mujeres Unidas, que al mismo tiempo trabaja conjuntamente con la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos de Sinaloa (CDDHS), dirigida por Óscar Loza Ochoa y Leonel Aguirre Meza, en la lucha por los desaparecidos, para exigir al gobierno que indague, dé con los cadáveres —si están muertos— y también con los responsables de haber sido privados de la libertad o asesinados.
Alma Rosa tiene la voz quebrada: siempre al borde del llanto. Es morena, bajita y de sonrisa que alcanza esa mirada de faro portuario. No se arredra, aunque tiene miedo. Se enferma y adelgaza. Se cansa y se levanta. Sobrevive al vendaval de tantas mentiras y esa carestía de esperanzas aunque en su caso las esperanzas, aunque pocas a veces, no se acaban.
Sabe que se salvó “por un pelito” cuando iba a acompañar a su gran amiga y compañera activista, Sandra Luz Hernández, quien fue asesinada de diez balazos cuando buscaba a su hijo desaparecido, Édgar. La ejecución fue en la colonia Mazatlán, en Culiacán, el 12 de mayo de 2014.
En este caso prevalece, como en la mayoría, la impunidad. El único detenido, quien confesó –—según las versiones de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE)— haber asesinado a Sandra Luz, quedó en libertad este año. Ese día, por la tarde, Alma Rosa quedó de acompañar a su inseparable amiga. Pero no pudo. Otra persona la acompañó y presenció cómo caía esa joven madre abatida por las balas.
Datos de la CDDHS indican que de 2012 a la fecha, en promedio una persona es desaparecida por día. Los datos se basan en el Registro Nacional de Personas Desaparecidas. En años recientes, el número de desapariciones es de 337 en años recientes, pero versiones extraoficiales hablan de cerca de mil 600 por los casos que por temor o desconfianza no son denunciados.
Los huesitos, no más
Su hermano era transportista y no tenía nada qué ver con actividades ilegales. Le gustaba la cerveza y las mujeres, y era un hombre divertido, sano, muy apegado a Alma Rosa. Ahora es solo ella y los otros activistas y defensores de los derechos humanos, quienes lo buscan. Nadie más.
“Yo tengo que salir adelante. No me importaría encontrar culpables o exigir justicia. Yo le digo al gobierno ‘no les exijo culpables, quiero los huesitos de mi hermano’, pero ni quiera eso”.
—¿Y no se cansa?
—Ahí sí. Sí me canso. Pero mi cansancio no importa porque tengo que salir adelante, he tenido recaídas bastante pesaditas y me he levantado. Debo seguir buscando.
Cuatro exhumaciones y muchas mentiras
Desde que su hermano Miguel Ángel desapareció suman cuatro exhumaciones, dos de ellas de cinco cadáveres, para tomar muestras y compararlos, y determinar si es o no a quien Alma Rosa busca afanosamente.
Las prácticas periciales se han realizado luego de mucha insistencia, de trámites que pasan por papeles, firmas y sellos: entre escritores, estantes empolvados y oficinas escarchadas cuyos funcionarios parecen padecer hipoacusia. Cinco cadáveres para que lleguen solo dos resultados, ambos negativos. Resultados escritos en papeles que ella no conoce, porque no se los enseñan.
La más reciente fue en diciembre de 2014. En diciembre de 2015 le dieron los resultados: negativo. Dicen que las otras pruebas —de cinco solo llegaron dos resultados, de nuevo— las llevaron por error a Baja California, pero otras veces han argumentado que las pruebas ya no sirven, que se echaron a perder, que son insuficientes, etcétera, según los argumentos dados por José Luis Leyva Rochín, de la fiscalía encargada de estas pesquisas.
“Vinieron peritos, antropólogos, y ahora me salen con que llegaron dos, que las otras tres las enviaron a Baja California… ¿qué quiere decir?, que son mentiras del gobierno. Estoy muy decepcionada. Créame que la lucha sigue, porque son muchos los que faltan por encontrar, no solo mi hermano”.
Alma Rosa no abandona su trinchera: a ratos baja los brazos, esconde la voz y reprime los gritos, pero no el llanto. Se la pasa entre las vitaminas por los hallazgos de cadáveres, que suman cerca de 30 en Sinaloa en dos años, la violencia cotidiana generada por el narcotráfico y por los operativos, y esas flacas y desnutridas esperanzas por dar con lo que queda de él: tierra, polvo, recuerdos, huesitos.
