La bala perdida

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William S. Burroughs, Centenario en el 2014
La llamada Beat Generation fue un movimiento literario que surgió en los Estados Unidos en la década de los cincuentas. Estaba integrado por poetas y narradores que descreían en los valores que el país pregonaba y se sumergían en las aguas turbulentas del “botiquín” (entiéndase drogas), el alcohol, el sexo sin distingos y el estudio de la filosofía oriental, un coctel básico para engendrar una locura con la que impregnarían su literatura. Sus obras señeras son En el camino, de Jack Kerouak, el clásico del movimiento, escrita en un largo rollo de papel durante tres semanas de trabajo incesante, considerada entre las cien mejores novelas norteamericanas de la historia.  En ella aparecen con nombres diferentes los principales protagonistas de ese movimiento y fue escrita sin márgenes ni párrafos, en un esfuerzo de Kerouak por crear la escritura espontánea, una locura que realizó con la dependencia exclusiva del café, aunque muchos aseveran que fue impulsada por las anfetaminas.
En la novela aparece una declaración de principios que muchos han adoptado como propia por su intensidad: “La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas.”
Este texto de Kerouak es tan trascendental como el poema épico Aullido, de su compañero de generación Allen Ginsberg, en el que arremete contra el poder destructivo del capitalismo y la actitud pasiva y conformista de los ciudadanos de los Estados Unidos. El poema, con bastantes referencias sobre los paraísos artificiales de las drogas fue, en origen, prohibido: era una visión derivada de experiencias con peyote y LSD. Luego de reclamaciones argumentadas, el poema fue disculpado por poseer, a juicio de un jurado,  “una importancia social redentora”.  Aullido  tiene tal fuerza que Ginsberg se presentaba a leerlo ante auditorios repletos y la raza se le entregaba como si fuera un visionario cantante  homosexual de denuncia, como si fuera Bob Dylan, que fue su gran amigo y admirador. Ginsberg fue un estandarte de libertad en los cincuenta y ese poema que le permitió cimbrar conciencias inicia con una confesión desgarradora, propia para el grupo al que pertenecía: «He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura».
El tercer libro significativo de la producción de la Beat Generation es El almuerzo desnudo, de un irreverente William Burroughs, que de manera despiadada acaba con los falsos cimientos de la moralidad gringa: hace pedazos sus instituciones, su gobierno, sus iglesias, sus clichés. En términos coloquiales, diríamos que no deja títere con bonete. Novela fragmentaria que evoca la creación del orden a partir del absoluto caos, en ella Burroughs utiliza un alter ego llamado William Lee, que nos narra  sus búsquedas de droga en barrios infames tanto de Estados Unidos como de México, las persecuciones policiacas por su adicción, los personajes que va conociendo en su tobogán, las angustias, las orgías homosexuales liberadoras, todo en función de una penetrante crítica a la sociedad norteamericana, atrevimiento que provocó que fuera un libro prohibido en varios estados de la Unión Americana.
A la Beat Generation le gustaba el viaje en todos los sentidos y Mazatlán fue uno de sus destinos. Nuestras playas, nuestro sol, nuestra comida, nuestra manera de ser y la libertad con la que podía conseguir cualquier estupefaciente, la jalaba. De nuestra marihuana, ni hablar, desde que apareció en el escaparate de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un atractivo turístico, aunque hoy se niegue con falso pudor. En los setentas,  el jardín de la Plazuela República lucía discretas amapolas, bellísimas amapolas, como pueden vivir tan solas. Por aquí anduvieron ellos, los beat, sumergiéndose en nuestras olas y vibrando a la altura de sus deseos. Una placa por la calle Constitución constata su paso por estas playas. En el Hotel la Siesta hay otra que dice que ahí estuvo Jack Kerouak. Aquí estuvo también Burroughs, pero con un halo de misterio que, como en las buenas novelas, voy a develar al final.
Huyendo de sí mismo, de las persecuciones de que era objeto, del sistema que lo apabullaba, William S. Burroughs, tras una breve estancia en Mazatlán al lado de Jack Kerouac, toma un camión de línea que lo lleva a la Ciudad de México. No va solo, lleva a su lado a Joan Vollmer Adams, su esposa, aunque él fuera tan drogo como homosexual. Se instalan en el edificio de Monterrey 122, de la clasemediera Colonia Roma, en el año de 1949 y su departamento se convierte en sede de grandes francachelas y curiosos personajes, como Lola La Chata, que era su dealer de confianza. México se le presentaba como el paraíso: había una libertad que no le ofrecía su país, personajes subyugantes, pirámides prehispánicas, el peyote, el tequila, nada más que ambicionar. Su vida era una resbaladilla para un niño.
De familia acomodada, a Burroughs  le dio por la afición a las armas, tanto que tenía varias y más de alguna le sirvió de tablita de salvación en penurias al venderla para comprar drogas y alcohol y otra, una Star .380, le serviría para remate de una novela que nunca escribió.
El 26 de septiembre de 1951 estaba en su casa con unos amigos, tenía horas bebiendo y en un momento dado de la reunión, como una baladronada, le propuso a su mujer repetir el acto de Guillermo Tell, con sus variantes necesarias: ella se pondría un vaso en la cabeza, él le dispararía con la Star .380. Su habilidad con las armas estaba demostrada desde la adolescencia y la borrachera de Joan le impidió poner objeción, solo puso su perfil con el vaso en la cabeza. Los invitados expectantes. La detonación fue seguida por el derrumbe de Joan y el vaso ileso girando en el piso. La bala entró por la sien. Hazaña frustrada.
La develación del toque de misterio anunciado: en la placa dedicada a los Beat Generation, por parte de la Sociedad Histórica Mazatleca, por la calle Constitución,  no aparece William, sino Joan Burroughs. La ultimada.

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