Banalizar la violencia política

ruben rocha

“¿Las hipótesis quién las debe de hacer? La institución investigadora, ¿no? que es la Fiscalía. Pero si… hay quien nos acusa a los malosos del Gobierno del Estado, pues con esa misma irresponsabilidad pudiera decir yo, ¿no será un autosecuestro?”, preguntó molesto Rubén Rocha, buscando contrarrestar la afirmación que antes había hecho Héctor Melesio Cuen Ojeda, dirigente del PAS, al referirse al secuestro del secretario de Organización, Luis Alonso García Corrales y del también militante, Juan Francisco Cerón Beltrán.

Un secuestro es una cosa seria en cualquier estado o país. Habla de la captura violenta de una persona, de una separación de la familia, de horas y días de angustia en un entorno incierto, desgaste físico y mental, producto de una gran incertidumbre.

Y es que la vida del secuestrado, desde el momento de la pérdida de libertad, pende de un hilo, pues en cualquier momento puede perderla si los secuestradores no logran sus objetivos. Sean económicos, sociales o políticos, como parece fue el caso de Luis Alonso y Juan Francisco.

Y eso, debería ser suficiente para que el gobernante actúe con responsabilidad, aunque su familia, amistades o correligionarios no lo hagan precisamente por el estrés que viven, nunca banalizar los hechos, que, en este caso, involucran a dos sinaloenses con responsabilidades políticas.

Dirá para justificar que lo hizo para responder a Héctor Melesio en su calidad de dirigente estatal del PAS, pero, en realidad minimiza el secuestro para que en caso de que los militantes pasistas ya no volvieran se convirtieran en dos más, en la lista negra que involucra a cientos de sinaloenses que un día fueron “levantados” y nunca volvieron a casa.

Afortunadamente, Luis Alonso y Juan Francisco están de regreso con sus familias, y ahora la afirmación de Rubén Rocha, queda convertida en una mala anécdota de este proceso electoral, semejante a la mala experiencia que vivieron otros militantes de otros partidos en las elecciones concurrentes de 2021.

Y su liberación puede explicarse porque los secuestradores consiguieron sus objetivos o por las movilizaciones de sus correligionarios que se celebraron inmediatamente y el acompañamiento que le dio la prensa nacional — más que la local que llegó a calificar de “dimes y diretes”— y, destacados, miembros de la opinocracia nacional.

Y eso fue una buena noticia. Nada que ver con lo que sucedió estos días en Guanajuato, Tamaulipas y Oaxaca, donde los objetivos humanos terminaron en un ataúd. Como un secuestro más de los que todos los días son parte de esa estadística que Data Cívica documenta para recordarnos donde estamos parados. Que todos somos alcanzables, cuando somos objetivo.

Y eso, quien mejor lo conoce es el gobernante, que sabe de los grupos de “malosos” que están viendo desde la oscuridad y desde ahí toman este tipo de decisiones.

Además, sabe de los pactos que explican este tipo de actuaciones. De las capacidades y de la disposición de los cuerpos de seguridad pública.

Y por eso, mejor se banaliza, que fue un “autosecuestro”, lo que es una forma de decir “no hay culpable” y mejor, dar vuelta a la hoja, hasta que vuelva a ocurrir uno igualmente relevante para salir al paso.

Mientras tanto, es otra historia infame de Sinaloa o son “cosas que pasan” en un país y un estado donde se ha normalizado la violencia, el secuestro, la incertidumbre, el estrés y ahora, lamentablemente, la banalización desde el poder.

Artículo publicado el 28 de abril de 2024 en la edición 1109 del semanario Ríodoce.

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