Un ensayo con público de la obra se realizó ayer domingo en Ali-cletas, a cinco años del asesinato del periodista fundador de Ríodoce
¡No mames Javier¡, ¡no mames!, levántate, le grito cuando su cuerpo yacía sobre un charco de sangre a unas pocas cuadras del semanario Ríodoce, el barquito de papel en el que navegaba contra viento y marea. No respondió. Doce balazos habían acallado su voz y su pluma. Minutos antes habían topado sus puños: “que Dios me bendiga”, y se despidieron.
Hubo silencio y ahí en el escenario, bajo las luces tenues, su compañero Aarón Ibarra recordaba el momento de su muerte: el shock, la tristeza, la impotencia, la falta de justicia.
Javier Valdez había sido asesinado y la herida abierta de su ausencia volvía al presente en un monólogo emanado del texto: Fui cartero, escrito la primera semana sin él, en la redacción.
Fui cartero
En el foro estaban otra vez sus amigos, compañeros de sueños. No hubiesen querido estar ahí. El domingo 15 de mayo se cumplían cinco años de su asesinato: un mural, un memorial en el busto levantado en su honor, antecedieron a la escenificación.
Aarón, el periodista y el actor, con desgarbo fue mostrando al Javier Valdez amigo, padre, periodista, hermano, hijo, al periodista que escribió de los narcos, de los políticos pero también de la gente común.

Así en medio del escenario lo recordó. Cuando recién se sumaba al sueño periodístico y la tensión se presentaba: Andrés Villarreal gritaba: Fui cartero, la risa socarrona de Javier, lo secundaba: “sí, fue cartero”, confirmaba.
Era el chiste local pero en realidad tenía un paralelismo con el periodismo. Javier estaba ahí sentado frente a su computadora tecleando, tac-tac-tac, ‘pariendo’ textos para su columna Malayerba, pero también historias para sus libros.
Javier Valdez
Lo miraba seguido en el mismo café, a la misma hora y en misma silla. Lo saludaba de lejos. Coincidían también en El Guayabo, siendo amigo. Dando botecitos de cacahuates, de los que vendía una mujer a 10 pesos, también festejando su cumpleaños número 50 y ‘pichándole’ una cerveza.
En esa imagen Javier estaba feliz tocando la batería, en el mismo bar, junto a Pedro Álvarez. La vida empezaba a esa edad, había dicho.
Aarón seguía en ese monólogo íntimo, pero a la vez tan público. Javier, no era cualquier cartero. Javier, era el amigo, el padre, el hermano, el periodista que no quiso guardar silencio.
En el escenario otra vez su voz: “Quédense así, inmutables, escondidos, ausentes y callados, hasta que a todos nos lleve la chingada”.
Y a Javier lo asesinaron, ahí a unas pocas cuadras de su ‘casa’ Ríodoce, ahí donde fue cartero y entregaba cartas semanalmente, de esas que ahora están en peligro de extinción.