Aquellos años ochenta

quema del ayuntamiento de culiacán-foto el debate

En 1989, hace mucho tiempo para la era de la inmediatez y poco para la historia, se libraba otro episodio de la guerra política eterna que mantiene este país, donde unos se ahogan y otros solo nadan de muertito, sobreviven, recorren distancias.

Ese año el Partido Acción Nacional le arrancaba una pequeña posición al monolito del PRI: Humberto Rice obtenía el triunfo electoral en la alcaldía de Mazatlán. Apenas una migaja de poder, pero significativa luego de medio siglo sin permitir que contendiente alguno tenga siquiera oportunidad. Elección tras elección era el mismo resultado: un sospechoso y unánime triunfo de los mismos.

El PAN reclamaba también la mayoría de votos en Culiacán y el cabildo se atrincheró en el palacio a validar la victoria de Lauro Díaz del PRI (En esos años no había una autoridad especial para organizar y arbitrar el proceso, INE o IEES, sino que el propio gobierno se convertía en Colegio Electoral). Los seguidores de Rafael Morgan, el aspirante del PAN, no cedían un milímetro hasta que el humo empezó a salir del edificio. Unos dicen que el fuego se provocó de adentro hacia afuera, otros que se sembró un cadáver para agravar la gresca, lo que sí pasó es que la policía irrumpió a palos y acabó con la protesta.

Humberto Rice ganó además de la alcaldía un lugar en la historia, ser el primer alcalde en Sinaloa de un partido diferente al PRI, el ganador eterno en medio siglo. Un año antes Jorge del Rincón había ganado un distrito electoral federal, hazaña aun más compleja en aquel proceso histórico de 1988 con la caída del sistema y el triunfo a toda costa de Carlos Salinas.

Rice García murió a los 80 años en el mismo Mazatlán que gobernó en el trienio 1990-1992. Tres décadas después aun sobreviven algunos de los protagonistas de aquellos años ochenta: Labastida y el Jefe Diego, por ejemplo, quienes arreglaron la disputa en una mesa, se les bautizó como “concertacesiones”, una palabreja ahora olvidada que acusaba la cesión del triunfo por la vía de la concertación no de las urnas.

Labastida le contó al periodista Jorge Luis Telles el episodio: “Inicialmente, la ventaja de Raúl Cárdenas era de cosa de mil votos sobre Rice; pero Diego impugnó algunos de ellos con argumentos irrebatibles y pudo demostrar, fehacientemente, que Humberto era el auténtico ganador, lo que yo no tuve empacho en reconocer, en congruencia con mis principios políticos y personales.”

La realidad es que el desaseo de las elecciones que prevalecía era imposible saber quién era el ganador en un resultado cerrado, entonces empezaron mejor a negociarse. Pero Labastida no cedería Culiacán, su amigo Lauro Díaz Castro era el candidato electo, y eso llevó a la renuncia de Juan Millán a la presidencia del PRI en Sinaloa. Supuestamente porque en Mazatlán el PRI no había perdido, sino en Culiacán, y todo se negoció en la mesa. Dicho sea de paso, sin su presencia. De ahí se mantendría la enemistad entre esos dos personajes, Millán y Labastida.

Margen de error
(Gubernatura) El mismo Labastida había sufrido tres años antes ese padecimiento. En 1986 Manuel Clouthier del Rincón fue el candidato del PAN y el conflicto poselectoral se prolongó por semanas. El Maquío movilizaba contingentes y lanzaban huevos a la casa de gobierno y se declaraba legítimo ganador del proceso. Era la primera incursión Clouthier en política electoral y lo hacía a lo grande.

Otros tres años atrás, en 1983, Jorge del Rincón se enfrentó a Jorge Romero, del PRI, por la alcaldía de Culiacán. En esa campaña intervino Maquío apoyando la campaña junto a Enrique Murillo, que además de parientes eran socios en algunos negocios. El PAN también insistió en el triunfo electoral, pero no se reconoció. Del Rincón atribuiría la victoria electoral a un trabajo en campaña sin precedente de la oposición.

Elección tras elección los reclamos del PAN subieron de tono. Pasó en 1986, y pasó en 1989 cuando concluyó con el capítulo que se conoce como la quema del palacio municipal, donde Rafael Morgan reclamaba el triunfo contra Díaz Castro.  Y lo mismo en 1992 con Mercedes Murillo como la candidata del PAN, que también decía haber derrotado a Humberto Gómez Campaña, pero tampoco prosperó.

Sería justamente la elección siguiente cuando Sadol Osorio, ahora sí, vería reconocido un triunfo, esta vez contra otro amigo de Labastida, Aarón Irízar López.

Mirilla
(Elecciones) La diferencia entre los procesos de 1983 a 1992 tendría un cambio sustantivo. En este último proceso ya existía un organismo electoral autónomo, encargado de organizar y ser el árbitro del proceso, ya no el mismo gobierno. La historia aparenta darse en saltos, aunque en realidad es siempre paso a pasito. Algunos sumamente pequeños, que parece ni moverse.

Deatrasalante
(El año) En 1989 mi generación apenas se enteraba de política local, incluso entre quienes ese año entramos a periodismo en la Universidad de Occidente o economía en la Autónoma de Sinaloa. Las aulas eran dos ciudades distintas: La U de O un galerón asfixiante, donde la discusión se da en los pasillos por la vestimenta, y concluyen que si se va a repetir ropa mejor que sea un uniforme. En la UAS la mitad de los alumnos trabajaban –éramos cuatro- uno era trompetista en una banda, el otro mesero, ambos vivían en la casa del estudiante.

Allá se hablaba de cine gringo, Guns N’Roses, billar, o la nueva presentación de Marlboro. En la UAS de Marx, El Capital, cómo se sobrevive a una noche de mesereada o de soplar y soplar sin parar. Era más fácil entonces saber de la caída del muro de Berlín (que fue ese mismo año también) que de la caída del sistema electoral (PUNTO)

Columna publicada el 14 de febrero de 2021 en la edición 942 del semanario Ríodoce.

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