¿Esto es todo Culiacán?

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Culiacán sigue en la agenda mediática nacional e internacional. Pocos temas logran mantenerse en la atención por quince días, o más. Menos con el Presidente López Obrador, quien pone y quita el foco de interés casi a su antojo. La intentona de captura de Ovidio Guzmán, un hijo del Chapo que hasta ahora pasaba casi por un desconocido, tiene a su gobierno en un aprieto considerable. Sería exagerar que lo hundió en una crisis, aunque sin duda es el tema de mayor gravedad cuando está por cumplir el primer año en la presidencia. Tiene en jaque al Secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, piden su cabeza todos los días, y las conclusiones más benévolas señalan un gobierno débil, que no resolvió una situación de urgencia.

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Bastó con que López Obrador le cediera el micrófono unos minutos a un miembro de su gabinete para que empezara el infiernillo. Una operación casi de rutina, muy lejos del tamaño de la captura de Joaquín Guzmán o de algún otro capo enorme de los muchos que han sido detenidos en México, se convirtió en un desastre que no tendrá compostura y no saldrá ileso. ¿Qué tan grave será la herida? Difícil anticiparlo, por lo pronto no sanó en quince días.

AMLO antes que todo es un sorprendente comunicador. Hasta sus enemigos le reconocen el olfato político, la testarudez para prolongar su vigencia por tres sexenios. Pero no se han dado cuenta que sus dotes no son esos, están en la conexión que alcanza al armar sus mensajes, incluso las formas en que logra replicarlo entre sus detractores y adversarios. Eso lo mantuvo vivo por dos décadas. Eso lo llevó a renacer cuando se desgastó con la toma del Paseo de la Reforma en Ciudad de México después de la campaña presidencial de 2006.

La Operación Ovidio en Culiacán es un ejemplo, mejor dicho una repetición que ilustra la forma en cómo enfrenta el Presidente los temas que le interesan, que lo pueden afectar o hasta que necesita explotar a su favor.

Después de los yerros de Durazo y el general Cresencio Sandoval —en materia de comunicación, independientemente de lo ocurrido en el campo de batalla— López Obrador retoma el control de la situación y lo primero que hace es ganar tiempo. Como si se tratara de una novela de folletín del siglo XIX o de una nueva temporada de una serie de Netflix, marca un impasse de casi dos semanas. Dice: daremos un informe detallado, minuto a minuto de lo ocurrido.

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Mientras, el tema sigue cocinándose a fuego lento. Las historias se amontonan. Muchos medios de comunicación tropiezan estrepitosamente, se equivocan, se apresuran, se arriesgan a publicar lo insostenible. El gobierno se cierra a tal punto que no hay ninguna fuga de información. Ni siquiera lo básico: La ubicación exacta de la vivienda donde retuvieron a Ovidio Guzmán mientras Culiacán era invadido por las fuerzas armadas del hermano Iván Archivaldo.

López Obrador da otro paso en su estrategia que maneja a ojos cerrados y ofrece un mar de información sobre lo ocurrido. Trece días después. Al general Sandoval le lleva 50 minutos explicar antecedentes, sustento, detalles de heridos, videos de prueba, conteo de contrincantes…al final, todo queda en una exposición oficial. López Obrador anuncia una tercera temporada, una donde se enfrentará a las preguntas. Pero antes ya dio su versión sin interrupciones. En prime time. Más atención. A su modo. En sus tiempos. A su ritmo.

Deatrasalante
(La marcha) Diez días después de que el ejército de Iván Guzmán ocupara por las armas la ciudad, poco de más de un millar de culichis nos atrevimos a regresar a las calles. Un grupo de ciudadanos convocó sin estridencias a la marcha #CuliacánValiente, con un significado interesante: recorrer justamente el sector donde el jueves 17 de octubre se presentaron los enfrentamientos, que provocaron la muerte de tres personas inocentes, un agente de la Guardia Nacional y ocho miembros de los grupos armados a las órdenes de los Guzmán (hasta ahora el gobierno federal sigue teniendo “otros datos”, no suma dos víctimas inocentes que acá hemos llamado los carpinteros José Arturo y Nicolás).

Un día antes de la marcha en Culiacán, en Santiago de Chile un millón 200 mil se habían manifestado por un asunto que parece menor a la distancia, inició por el aumento al precio del metro: 1.2 millones de personas en la calle al mismo tiempo en una ciudad que solo tiene 7 millones de habitantes, es decir, uno de cada siete acudió a la concentración. Con esas proporciones, la marcha en Culiacán era apenas una tímida y escueta concentración. Poco más de mil en una ciudad de 800 mil, no llega ni siquiera a uno de cada 100.

En México cuesta movilizar a los ciudadanos. Agrupaciones sociales de la última década han quedado abandonados ante sus exigencias. Somos expertos en dejar solos a los otros. Si se trata de marchas por los desaparecidos, no acuden los demás, si se trata de una marcha por el respeto a la diversidad sexual tampoco. Pareciera que las causas de otros no son la nuestra propia.
Una de las mayores movilizaciones en México fue en 2004, justamente una marcha por la inseguridad. Aquello que ocurría a principios de siglo en México no tiene comparación de los tiempos actuales, era casi Disneyland.

Aun con pocos, aun sin cabezas visibles, aun cuando no se compartan todos los argumentos de quienes convocan, #CuliacánValiente fue una muestra de que hay quienes se atreven a exigir su espacio. No era necesario gritarle al narco que no es su lugar las calles, ni el espacio público, bastaba con ocuparlo.

La marcha concluyó en el Parque Las Riberas, al ver tanta gente que llegaba una niña preguntó a su padre: ¿Esto es todo Culiacán? Ya no escuché la respuesta del atribulado padre. No era todo Culiacán. Y sí era todo Culiacán(PUNTO)

Columna publicada el 3 de noviembre de 2019 en la edición 875 del semanario Ríodoce.

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