Charla callejera sobre AMLO y corrupción

El Chago se llama Santiago Santos Díaz. Le preguntó a la Pelancha, se llama Esperanza Victoria Segura, ambos estaban bebiendo cerveza en plena calle Ángel Flores, sí, en un antro de los muchos que hay en el Paseo del Ángel.

Él: —Oye, ¿y tú crees en eso de que “juntos haremos historia”? Ella: —Pues a querer y no, eso es cierto, ¿no? —No, pues sí. Pero a ver dime, ¿tú por quién votaste? –Amaneciste con la brújula peor que norteada, estás haciendo puras preguntas idiotas, ¿no te parece? pero te contesto, voté por el mismo que tú. —¡No! ¿¡Votaste por Riky Rikin, Canallín?! —Ora sí que te saliste, güey, pa’ eso me gustabas. Cómo crees. Vote por AMLO. Pero ahora sí, en serio. No te has puesto a pensar, analizar bien, por qué razón la gente votó ciegamente por Morena, porque no me vas a decir que la gente pensó en ese voto masivo… —Mira mira, ya no le sigas. La respuesta que dio la mayoría de la gente, fue, aunque suene tedioso decirlo: porque ya estamos hasta la madre. ¡Todos! Y cuando digo todos, incluyo también a los de la mafia. —¿En serio?

—Aquí tienen su pizza, jóvenes. ¿Les traigo otras chelas?

—Si éstas están vacías, la pregunta sale sobrando, ¿no?

—Te sales, güey. Te digo, te levantaste con la pata cambiada. —Disculpa, ahora cambio. Te quedaste en que hasta la mafia estaba enfadada. –No es necesario que me lo recuerdes, no estoy tan lela como tú. —Te dije; ya cambié. —Espero que ya no me interrumpas. A los mafiosos se les calentó tanto la papa, que decidieron soltarla; ellos sabían que la gente podía estallar, y eso no le conviene a nadie en este país. Afirmo: este país, porque a los gringos sí les convendría que se armara aquí una nueva revolución. Para ellos el mejor negocio es la venta de armas.

—Entonces, ¿de verdad crees que esto puede cambiar? —¿Tú crees que AMLO iba a luchar, tanto pinche año, para dejar que las cosas siguieran igual? Chago, me preocupas, en serio, hoy tu cerebro amaneció definitivamente atrofiado. Entiende. La lista de maleantes en los gobiernos, ya era más larga que los miles que están entambados. La aceptación de la derrota tiene varias lecturas, amorcito. La más importante es que ellos también ya estaban hasta la madre, principalmente los que empezaron la fiesta; entendieron que ya no tenían el control, esto ya se les había convertido en anarquía. Nomás hay que ver cómo los gobernadores hacían de sus feudos un propio botín, y a su vez los mismos presidentes municipales, y así, cada quien se hacía de su castillito. Como los alcaldes en las cárceles. Hubo uno que desde Bachigualato, por las noches, mandaba a sus puchadores a vender la merka en la ciudad.

—¿En serio morra? —Y también soltaba a sus sicarios a cobrar cuentas, güey. —¡Chále! ¿El “frecobote” era su bunker? —Así de sencillo. —Oye, ya en serio, ¿tú crees que AMLO pueda barrer tanto cagadero? —Sí creo, si la gente pone su parte. ¿Y crees que la gente va a jalar? —Tenemos que hacerlo, yo, al menos, ya no quiero que se repitan lo de Ayotzinapa, Acteal y las masacres sinaloenses. —Uta morra, pa’ que eso cambie… —Se necesita sólo una cosa, güey. —¿Qué cosa? —–Que te enseñes a pensar… —Pero… —No hay pero que valga, güey. La gente piensa, y piensa bien. El voto fue contundente y la gente va a luchar para que verdaderamente las cosas cambien, bonita chingadera sería que no fuera así, buey. —¿Mi dijiste buey? Te dolió, ¿verdad? Eso eres cuando no agarras la onda, güey. No me mires así. Anda, come. ¡Salud!

—Me gustas cuando sonríes. Tienes razón. Todos debemos enseñarnos a pensar. –Vaya, ya despertaste. Es sencillo, esto debemos verlo como una oportunidad. Cuando viajo, por ejemplo, a los Estados Unidos, y miro por algunas calles de Los Ángeles a mucha gente menesterosa, enferma, viviendo en plena calle. —¿Neta, eso es cierto? —Son miles los que viven así, y no es nada más en esa ciudad, en muchas otras: Tucson, Chicago, Nueva York, etcétera y etcétera. —¿No que Estados Unidos es el país número uno. —Lo es, también en eso. Pero mejor hablemos de lo nuestro, analicemos la miseria que vivimos en carne propia. –Tienes razón. ¿Por dónde empezamos? –Por nosotros mismos, hagamos un autoanálisis de qué podemos hacer para intentar ser mejores. ¿Te parece? —¡Claro! Alguien dijo, que sí cada uno resolviera sus propios problemas, todo México sería una potencia. –Yo sabía que tu cerebro se podía arreglar. —Ya suéltame, ¿no? —Es verdad lo que te digo, eso que acabas de decir es un gran acierto: la corrupción. —¿Qué? —Que empecemos a pensar en cómo chingados vamos a resolver la co—rrup—ción. Mira, voltea, por todos lados estamos rodeados de esa lacra. Estamos comiendo y bebiendo, en la calle. ¿Esto es o no corrupción? —No exageres, esta calle fue acondicionada para que así sea. —Bueno, esta calle, pero por toda la ciudad hay negocios que invaden las banquetas. ¿Qué vas a hacer contra eso? –Podemos denunciarlos ante las autoridades. —¿Podemos? —¡Claro! Si eso te molesta, yo estoy dispuesta a ir junto contigo a poner la denuncia. —Pero… —Pero es que nada, la lucha es de todos. –Bueno está bien, pero por el momento… digamos: ¡Salud!

El Chago y la Pelancha siguieron la charla, hicieron un largo recorrido por las causas que originaron tanto desorden; citaron nombres y más nombres de los malos gobernantes y sus atrocidades, pero finalmente concluyeron en que la esperanza nunca muere, y que todo puede ser mejor si uno se lo propone. Él atinó darle un beso a su morra; la tenía segura.

El Gobernador y el Procurador de Justicia de Sinaloa, aún tienen pendiente atrapar a los que ordenaron el asesinato de nuestro compañero y amigo Javier Valdez Cárdenas, exigimos: ¡JUSTICIA! ¡JUSTICIA! ¡JUSTICIA!

*Escritor de la novela La maldición de Malverde.

Artículo publicado el 29 de julio de 2018 en la edición 809 del semanario Ríodoce.

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