Roberto Bolaño: la utopía desde los márgenes

Roberto Bolaño: la utopía desde los márgenes

Este 15 de julio se cumplen veintiún años de la muerte de Roberto Bolaño (1953-2003); casi la misma edad que tenía cuando regresó a México en 1974. Es posible recordarlo así porque en el escritor chileno, el entramado de las huidas y los regresos constituyen el itinerario de su obra. Quizá por eso, el lector de Ernesto Cardenal y Nicanor Parra, el polemista y testigo que iba recolectando las ruinas del paisaje íntimo y público de Latinoamérica, en mucho nos recuerda la máxima de Los Ángeles de la desolación de Jack Kerouac: “Yo estaba destinado a vivir según mi propia vía”; una vía de la que emerge una veta de predominante desencanto y fracaso.

Bolaño admite como semilla de rebelión la obra de Rimbaud. El poeta le entrega las llaves de la estética con las que puede ver las otras caras de la vida y del lenguaje, el “razonado desarreglo de los sentidos” que abre el camino al reino de la imaginación literaria. Desde ahí localiza, como dice uno de sus poemas “la belleza y el terror, el instante de cristal en el que se corta la respiración”.

En cierta forma, cuando Alejandro Zambra afirmaba en su novela Poeta chileno que “la poesía es subversiva porque te expone, te hace pedazos. Te atreves a desconfiar de ti mismo. Te atreves a desobedecer”, piensa en la rica tradición lírica de Chile, que incluye a Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra y, por supuesto, en la huella imborrable que dejó Bolaño.

Un breve repaso de la biografía de Bolaño permite situarlo de manera circunstancial en algunos acontecimientos relevantes que sacuden a Latinoamérica. Ese “balazo en medio del concierto” del que hablaba Stendhal, le toca escucharlo muy de cerca. Por ejemplo, recién llegado a la Ciudad de México a los 15 años con su familia, es testigo de los acontecimientos de 1968. El autodidacta, aprende todo en la biblioteca pública y en la ciudad inmensa que se multiplica ante sus ojos.

Antonio Cándido cataloga los setenta en Latinoamérica, por el derrumbe de los esperanzadores años anteriores, como la década del fracaso. Al joven Roberto Bolaño le toca este desmoronamiento. En 1973, con un aliento de esperanza regresa a su país para apoyar el gobierno socialista de Salvador Allende. Meses después vive el golpe de Estado y el asesinato de Allende. Aun cuando el desencanto crece, Latinoamérica se mueve en su literatura. Los narradores del boom se han consagrado. La poesía goza de una vital salud, con representantes ejemplares en casi todos los países del continente. A pesar del derrumbe, podemos decir con Henríquez Ureña que la Utopía de América se sigue realizando en su literatura.

Esa forma de utopía circunda el México al que regresa de nuevo Bolaño. Sin embargo, los grupos literarios adheridos a los poderes, propician en el escritor el impulso de una resistencia, una apasionada y delirante visión desde los márgenes desde la cual también se construye la utopía literaria. De ahí que tome del estridentismo la bandera que hace pedazos la “ranciolatría ideológica” que anquilosa la vida y la obra del artista.

Al igual que la revolución, la vanguardia debe ser permanente, y en Mario Santiago Papasquiaro, Rubén Medina, José Vicente Anaya, Claudia Kerik y Ramón Méndez Estrada, encuentra los cómplices para llevarla a cabo y emprender el camino por una nueva ruta denominada “infrarrealismo”. Influido por el dadaísmo, en el manifiesto infrarrealista, publicado en 1976, Bolaño lo expresa claramente: “La verdadera imaginación es aquella que dinamita, elucida, inyecta microbios esmeraldas en otras imaginaciones. En poesía y en lo que sea, la entrada en materia tiene que ser ya la entrada en aventura. Crear las herramientas para la subversión cotidiana”. Y en su primer libro de poemas Reinventar el amor, publicado ese mismo año, diría: “De la infrarrealidad venimos, ¿a dónde vamos?”.

Desde entonces vive la plenitud de la literatura. Busca espacios para publicar y sostiene charlas inagotables con Mario Santiago. Lo que vive en ese momento Bolaño lo expresa de manera muy clara en su poema Los perros románticos: “Había perdido un país/ pero había ganado un sueño. / Y si tenía ese sueño/ lo demás no importaba”.

A pesar del ser el punzante crítico de Octavio Paz, en México, no deja de entablar una fructífera relación con algunos escritores de generaciones pasadas. Por ejemplo, en Efraín Huerta encuentra un puente de la tradición poética del país con el presente. A Huerta le agradece en un poema “esa suerte de honradez hierática”, una honradez que Bolaño asume con toda libertad en su crítica y en sus opiniones, lo mismo que en su forma de vida como escritor. Porque Bolaño cree que la “literatura, al contrario que la muerte, vive en la intemperie, en la desprotección, lejos de los gobiernos y las leyes, salvo la ley de la literatura que sólo los mejores entre los mejores son capaces de romper”.     

Bolaño se mantiene a la deriva, es el hombre que vive a la intemperie como la literatura, el que busca su lugar en el mundo inventando su propio personaje. No es raro que se decida por continuar su vida en España. Por principio, la efervescencia editorial de Barcelona atraía a cualquier escritor. Además, la transición española, después del franquismo, había inyectado nuevos aires de libertad al país.

A partir de 1977, Bolaño se emplea en los oficios más diversos, viaja y vive en diferentes ciudades de Europa, se encuentra con Mario Santiago en una de ellas para declarar por concluido el movimiento infrarrealista. En esa segunda parte de su vida, encuentra su lugar de permanencia en ciudades como Barcelona, Gerona y Blanes, después de casarse.

Poner fin a su pertenencia al infrarrealismo no es un punto de quiebre, sino un momento de expansión que permite que ciertos elementos de la experiencia y la memoria del escritor sólo puedan ser representados desde la prosa. El propio Bolaño en alguna ocasión diría: “Mi poesía y mi prosa son dos primas hermanas que se llevan bien”. Acorde con ello, explica que la “mejor poesía de este siglo, está escrita en prosa. Hay páginas del Ulises de Joyce o de Proust o de Faulkner que han tensado el arco como no lo ha hecho la poesía en este siglo.”

2666. Obra póstuma.

La lectura de obras como La invención de Morel (1940) de Bioy Casares o Sobre héroes y tumbas (1961) de Ernesto Sábato, le hicieron entender que toda novela implicaba una constante ruptura con las formas convencionales de construir una trama literaria. Por esa razón, desde la publicación de su primera novela Consejos de un discípulo de Morrison a Un fanático de Joyce (1984), escrita junto a su amigo A. G. Porta, hasta su obra 2666, parece construir historias sobre los restos de las tramas edificadas anteriormente. 

México es materia de inspiración para el escritor. Al igual que en la obra de Alfredo Bryce Echenique, vida y literatura establecen una simbiosis, constituyen un escenario propicio para la creación de personajes, símbolos, paisajes, pasajes y anécdotas imaginarias de un universo ya imborrable para una generación de lectores. En Los detectives salvajes (1998), novela que le otorga reconocimiento internacional al escritor chileno, se encuentran todos estos elementos, estas claves que conforman la complejidad de la vida literaria, el campo literario del que hablaba Pierre Bourdieu invadido por el humor y la anti solemnidad. Se trata de una nueva comedia humana de la creación literaria, en donde caben los infrarrealistas contra todos los escritores consagrados, una ciudad desbordada en historias que parecen no tener fin, y —retomando las palabras de Ricardo Piglia— una implícita visión de “la crítica como una variante del género policial”.

En Amuleto (1999) Bolaño nos presenta una historia en un tono intimista. La tensión y el discurrir narrativo del personaje Auxilio Lacouture permite construir una trama alrededor de la ocupación militar de Ciudad Universitaria durante los sucesos del 68. Entre todo lo que siente, lo que ve y lo que no ve el personaje femenino de esta novela, en su encierro en el baño del campus universitario, configura un espacio y un tiempo, el presente, el pasado y el futuro, la vida literaria de la ciudad en la que aparece el personaje Arturo Belano y los poetas León Felipe y Pedro Garfias.

En alguna ocasión Bolaño confesó la atracción que sentía por “la idea de arte y crimen”. Bolaño introduce en su poesía, sus cuentos y sus novelas nuevas representaciones del sentir, del deseo y del actuar humano con relación al tema. “La violencia es como la poesía, no se corrige. / No puedes cambiar el viaje de una navaja/ ni la imagen del atardecer imperfecto para siempre”, nos dice en uno de sus poemas y su novela Estrella distante (1996), desarrollada en Chile, España y México, resulta una obra ejemplar al respecto. Las relaciones entre crimen y creación poética, el juego de identidades entre personajes le permite construir a Bolaño una de las tramas más complejas de su obra.   

A pesar de su enfermedad, diagnosticada desde 1992, escribió otras novelas como La literatura nazi en América (1996), Nocturno de Chile (2000), Amberes (2002) —a la que consideró su mejor novela—, Una novelita lumpen (2002), los libros de cuentos Llamadas telefónicas (1997) y Putas asesinas (2001) y libros de poesía que después se compilarían en su Poesía completa.

Bolaño estuvo en la búsqueda de una novela total. Las 900 páginas que dejó escritas, se convertirían en esa geografía literaria llamada 2666, novela que se publicó de manera póstuma en 2004. A pesar de ser una obra incompleta, la poesía, la literatura y el crimen parecen querer abarcarlo todo. Los poetas, los críticos, viajan por el mundo, pero la realidad, ese hoyo en el que están presentes las grandes interrogantes sobre las pasiones humanas, los incontrolables delirios de los hombres y del poder, Bolaño los encuentra en la Ciudad de Santa Teresa, la Ciudad Juárez literaria de los feminicidios. Ahí encuentra Bolaño el infierno, la muerte a la intemperie, esa Ciudad Juárez a la que el escritor llama “nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos”.

Bolaño, en un tono cercano al de su admirado Jorge Luis Borges, declaró alguna vez: “Todos estamos escribiendo el mismo libro, a fin de cuentas, y ese mismo libro es nada, a fin de cuentas, con mayúscula o con minúsculas, es lo de menos.” Sin embargo, a veinte años de su publicación, a 2666 es imposible no identificarla con el todo. Esta crónica interminable que muestra el imbatible desamparo de los nuevos tiempos es, indudablemente, una de las grandes novelas del siglo XXI. Y a veintiún años de la muerte de Bolaño, es imposible no identificar su obra como parte de la gran épica del desencanto de nuestro tiempo. Su obra siempre será recordada ya que, como dice Claudio Magris, “es la literatura que puede salvar esas pequeñas historias, iluminar la relación existente entre la verdad y la vida, entre el misterio y la cotidianidad, entre el individuo concreto y la Babel de la época”.

Artículo publicado el 14 de julio de 2024 en la edición número 02 del suplemento cultural Barco de Papel.

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