Malayerba: Narcocholo

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Otro cholo, ya de cierto nivel y de experiencia en ese mundillo de ires y venires, los invitó a incorporarse: hay dinero y mucho, solo hay que recoger aquí la mercancía y llevarla al otro lado, y ya cuando regresen tendrán su paga…

Ellos eran cholos de barrio. Vagos de esquina, de bolillos con coca, de acuclillarse arriba de la banqueta, de rayar las paredes de la tiendita, de mentarle la madre al del camión urbano y darle de pedradas a los de la cuadra de atrás, siempre enemistados.

La oferta les agrandó las manos y hasta sintieron algo de peso en los bolsillos de los diquis bombachos. Esas bolsas apenas guarecían algunas monedas y escasamente uno que otro billete.

Sintieron los verdes nacer, crecer y multiplicarse, como bolillos de esquina, en sus dedos agrietados y esas manos sucias, grasientas y manchadas de humo, de colillas secas y exprimidas.

Le dieron el sí antes de pestañear. Entonces, les dijo, vengan mañana. Y fueron. Les dio la mercancía e iniciaron la travesía. Lo hicieron dos, tres, cuatro veces. Exitosamente.

Los dedos de las manos siguieron manchados, pero ya no grasientos ni quemados. Las palmas lucían los dólares. Las bolsas de los diquis bombachos traían fajos y otro tanto los esperaba en las billeteras.

Lana para la peda. Dinero para la mota. Billetes para la coca. Las esposas pueden esperar. Que esperan qué chingados.

Las borracheras eran escandalosas. La embriaguez fue iluminada por las putitas. Las mujeres con alcancía en lugar de vagina los seguían, se les aprontaban, solícitas: ellos les daban lana. Y también yerba, coca, pastas. Todo gratis. O a cambio de un buen jale.

Borracheras de dos días. Mujeres instantáneas, de muecas ensayadas y palabras gastadas, grabadas, con gravamen. Mi negro, mi macho. Tú eres mi hombre. El único. El mejor.A esto le sig

uieron los pleitos. Pedas, putas, pasta. Así terminaban esas jornadas. Cruentos enfrentamientos que empezaban con vocablos de doble filo y culminaban con navajas de muelle y escuadras de bolsillo, Taurus o Browning.

La selva prehistórica alrededor de las mesas: botellas voladoras, navajas rompiendo los compases musicales, estridencia de los puñetazos y los fogonazos de las pistolas. Y luego a correr. Como orate, cavernícola citadino, macarra de la destrucción.

Siempre la fórmula infalible: pedas más yerba, yerba más coca, coca más putas, putas más pleito.

Esa vez volvieron del otro lado. No hubo aviso. La esposa en la casa puede esperar. Pero no en ese lugar.

legan a la casa y ella no está. Llegan y deciden empezar la jauría etílica y enervante. Vamos por más y más y más. Y ella sin llegar.

Dos días de fiesta. Botellas vacías en el suelo, y esas otras, que guardan, que deben vaciar.

La esposa llega. Pero con otro. Otro cholo: más joven, más fuerte, más alto. Él se le echa encima. Su amigo observa, ido. Él la empuja y se va sobre su oponente. Jalonean, patean, puñetean. Gritos.
El nuevo esculca entre el forcejeo la bolsa de su pantalón. Saca una navaja. La hunde una vez. Y otra. Y otra. Chorros de sangre. Cae.

Ella se levanta. Se va con él. Caminan despacio, atarantados, exhaustos.

El amigo los ve irse. Flota, no reacciona. Su amigo yace. Inerte, inerme. La camisa blanca se hace roja. Un rojo podrido, amoratado, espeso. Así se pone su rostro.

Y se queda ahí, sentado en el porche. Ya sin peda. Sin poder moverse. Huérfano.

Artículo publicado el 09 de abril de 2023 en la edición 1054 del semanario Ríodoce.

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