Malayerba: Fueron los de la moto

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Todos sabían que ese con el que andaba la ex esposa era policía y de los malos. Su expediente tenía manchas de llanto y sangre, sudor y jirones de piel. Se echó unas cervezas y trató de distraerse.

Al día siguiente la buscaría, ya más tranquilo. Pensó. Y así lo hizo. Llegó a la casa de su ex y ahí estaba él. No se aguantó las ganas y los nudos de dedos y manos se hicieron un grueso martillo, un mazo.

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Le dio tan duro, sin darle tiempo de defenderse, que rápidamente lo tumbó. Encima de él, y apenas manoteando, le dio otros más en la cara y la cabeza.

Apareció la sangre en su boca y nariz y los gritos de ella hicieron que se detuviera. El poli parecía inconsciente. Él se levantó, los miró a ambos. Levantó el índice de fuego y les advirtió que esa era la última vez que tocarían a su hija.

Salió de ahí con los puños adoloridos pero satisfecho. Todavía temblaba cuando se bajó del carro a buscar a sus amigos y hermanos, reunidos en la casa de un familiar. Hasta allá llegó el mitote de que le había puesto una madriza al novio de la que había sido su mujer: güey, creo que te pasaste, acuérdate que es policía el bato y que es un culero, dicen que le partiste la nariz, que le quebraste el tabique, creo que debes cuidarte porque ese cabrón no se va a quedar con los brazos cruzados, va a querer madrearte.

Él solo escuchó los comentarios. Sabía que tenían razón pero para él no era un poli sino el que maltrató a su hija.

A los tres días acudió a una fiesta. Se echó unas cervezas con parsimonia pero no llegó a embriagarse. Se le veía pensativo e inquieto. Qué te pasa, loco. Nada, nada. Solo ando medio preocupado. Chocaron los cristales transparentes de las Pacífico.

Esa noche, extrañamente, se levantó y se despidió de todos: de mano y abrazo, y agregó besos cuando se trató de las mujeres.

Qué raro, él nunca se despide y menos así. Si acaso de lejos. Salió de ahí con pasos lentos. Se estacionó ahí cerca, a la orilla de la avenida. A medio camino de la casa de su ex. Llegaron dos en una motocicleta y se pararon del lado de Sergio. Lo saludaron de mano y algo breve se dijeron.

Dos minutos y ahí estaban de regreso, los de la moto. Se pusieron del mismo lado y dispararon ráfagas. A todos les pesó su muerte. Y la de ella, la novia de Sergio, quien tenía cuatro meses de embarazo y estaba con él en el carro.

Columna publicada el 02 de mayo de 2021 en la edición 953 del semanario Ríodoce.

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