La percepción, según la Real Academia Española, es una sensación interior que resulta de una impresión material hecha en nuestros sentidos. Otras teorías mencionan que la percepción parte de conocimientos previos de la realidad. Tomando en cuenta que muchos de nuestros sentidos se basan en factores externos, como el oído, la vista, el olfato, según estas definiciones, podemos ser presa de realidades alteradas.
Un platillo bien presentado, pero de mal sabor, es un ejemplo de ello. A la vista puede ser llamativo, fresco, opulento, tal vez; digno de una foto para los estados de redes sociales, pero el gusto tiene la última palabra.
Los sentidos son esa parte por la que entran imágenes, sonidos y olores a nuestra mente, y que al final terminan por formar ideas y juicios, y respaldar algunas decisiones. Es ahí donde podemos asociar una percepción errónea con nuestros hábitos alimenticios.
La percepción asociada con la comida chatarra, es todo aquello que pensamos de un producto al que imaginamos como sano, como neutro o como nutritivo, incluso. Marcas como Lala y Alpura, anuncian fuertemente las proteínas de su leche, pero eso a cambio de lactosa o edulcorantes artificiales, dentro de un caldo blanco que, en realidad, no en percepción, es más un gusto que una necesidad en nuestras dietas.
Lo de Quaker es muy similar a lo de las lecheras, por décadas ha sido la elección sana en los estantes de galletas de Gamesa, ambas, propiedad de PepsiCo. Tuvo que llegar el etiquetado de la Secretaría de Salud para adornar con sus octágonos sus empaques: la realidad es otra, la percepción es errónea, siempre lo fue.
Empaque
La bolsa de Quaker es color crema, con un fondo texturizado casi imperceptible que simula campos de avena. En la parte superior del empaque se muestran dos sellos de la SSA: exceso de calorías y exceso de azúcares, primera sorpresa. Al centro la imagen de la marca, que se trata del “Hombre Quaker”, una herramienta visual sin la historia de un hombre verdadero de fondo.
Más abajo, la versión del producto mencionada como “galletas de avena” acompañada de la imagen de una de ellas junto a media fresa, un arándano fresco y un poco de avena seca, los actores secundarios de este drama de galleta.
Más abajo, justo al pie del empaque, la versión oficial: galleta de trigo y avena integral. De trigo… y avena. Bastante claro.
Ingredientes
Esta galleta tiene una lista de ingredientes tan extensa como la de varios moles: son veintiuno en total. Eso de ninguna manera puede ser sano ni natural. Harina de trigo es su ingrediente principal, seguido del azúcar y, en tercero, ahora sí harina de avena integral en un 20 por ciento, unos 12 gramos sumando el peso de las seis galletas que contiene el empaque.
El resto de ingredientes se compone de grasa vegetal y tres antioxidantes que evitan su rancidez, hojuelas de avena al siete por ciento y un cuatro por ciento de frutos rojos secos (arándanos y fresa). El resto de la lista lo completan emulsificantes, saborizantes, colorante caramelo clase I, leche en polvo y sal.
Fibra y salud, dicen
Han sido décadas de cereales mágicos, de bebidas que dan felicidad, de sopas embolsadas que nos hacen recordar a mamá. Pero son solo anuncios, publicidad, sensaciones disparadas por compañías que quieren convencer a su mercado. Y lo hicieron.
Pero vista la percepción como el resultado de los estímulos que recibimos del exterior es fácil quitar ese velo, más aún cuando esta se compara con la experiencia vivida. Es ahí donde los sentidos se balancean y el juicio es más correcto. Pensar que Quaker vende fibra en forma de galletas es para lo que se nos programó a través de publicidad, oídas, e incluso la escuela misma: la fibra es buena para el sistema digestivo, nos dicen.
Pero no es la realidad, no la de Quaker, pues venden harina de trigo con avena, azúcar y dieciocho cosas más. Son precisamente los ingredientes principales de este producto los que han azotado a la salud mundial: harina, azúcar, grasa vegetal y una serie de aditivos de los que no tenemos idea lo que provocan en nuestros organismos.