Plegarias por el milagro de la vida a Jesús Malverde

CULIACÁN, SINALOA, 03MAYO2018.- Cientos de creyentes de distintas partes de la República fieles a Jesús Malverde, acudieron a festejar el 109 aniversario luctuoso de este santo polémico. El busto sale del templo que lo alberga para darle una vuelta en una camioneta mientras los creyentes bailan al ritmo de la banda y celebran con cerveza, después es devuelto a la capilla donde pedirán que se cumplan los milagros.
FOTO: RASHIDE FRIAS
Foto: Enrique Serrato.

Jacinto y María, un sábado por la tarde llegaron a la capilla de Jesús Malverde, el afamado “bandido generoso”. El pequeño recinto donde se venera al Santo está acompañado por figuras de San Judas Tadeo y la Virgen de Guadalupe, los tres representados con efigies dignamente logradas. La iluminación de las veladoras, las flores, las vitrinas que exponen ofrendas y los marcos de fina hechura, dan a saber del fervor de los creyentes: “Jesús Malverde, te agradecemos habernos guiado sin novedad desde Colombia hasta Los Ángeles California”.

Jacinto y María se santiguaron al entrar al sincrético recinto, ella persignó a su pequeño hijo que llevaba tomado de la mano, el niño aceptó sin dejar de mirar las imágenes. El hombre sacó de una bolsa del super Ley tres veladoras y las prendió; la mujer puso un sencillo ramo de flores al pie del pequeño pedestal. Ambos tocaron la escultura, ella alzó al niño para que también lo hiciera. En coro, los dos rezaron un padre nuestro y un ave maría.

Jacinto, con su mano derecha sobre el hombre de la efigie: “Mi Santo Jesús Malverde, he venido a agradecerte que siempre me has socorrido, haberle salvado la vida a mi niño, es algo que te agradeceré eternamente. María: “Gracias a diosito, la virgen de Guadalupe y a ti, Jesús Malverde, han hecho el milagro de que mi niño esté aquí presente. Guiaron las manos del doctor, en la difícil cirugía que le hizo a su corazoncito. En mi eterno agradecimiento, nunca dejaré de rezarles para que siempre nos protejan. Amén”.

Ser testigo de actos como el anterior, en la capilla de Malverde, corresponde a lo cotidiano. Esta vez me recordó el día que conocí a don Eligio González León, el hombre que cuidó durante 27 años, primero de la tumba, y después de la capilla que él mismo construyó.

Fue una tarde de abril de 1998 cuando Luis Antonio García, conocido como Fray Tecate en el ralo mundo de la cultura, me pidió le acompañara a ver al Capellán de Malverde. Escuchar su suave voz llamó mi atención y también lo humilde de sus ropas. Días después, unos periodistas de La Jornada me pidieron que los llevara al domicilio del Capellán. Al ver su casa tan sencilla, su mobiliario tan rústico y su familia tan modesta, me nació la idea de conocerlo más.

Tiempo después, me atreví a entrevistarlo, simplemente por satisfacer mi curiosidad.

—Don Eligio. ¿Me puede contar algo de su vida, de sus orígenes?

—Yo nací en un rancho de la sierra de Durango, mis padres eran muy pobres. Un día mi padre entró a formar parte del Ejército Mexicano, y no pasó mucho tiempo, cuando de pronto su batallón fue asignado a Sinaloa. Toda la familia, mi madre y tres hermanos más nos venimos acá, y nos dieron casa en el mismo cuartel de la Novena Zona Militar. Con el tiempo nos dieron un lote a espaldas del cuartel, allí construyó un chinami mi padre. Yo me casé y entré a trabajar de peón de obras de construcción, en poco tiempo logré ser albañil, y de ahí ahorré para comprar una camioneta y empecé a fletear. Pa´ ese entonces ya tenía cuatro hijos. Mi padre murió y me hice cargo de mi madre.

—¿Pero, cómo es que usted llegó a creer en Malverde?

Don Eligio hizo un largo silencio, tanto, que yo me incomodé, iba a pedirle disculpas cuando en eso empezó: Yo no sabía nada de Malverde, mucho menos que tenía una tumba. Un día temprano llegó una viejita al sitio de fletes, está en la explanada del panteón San Juan. Me dijo: ‘oiga señor, vengo a que me haga una caridad’. Yo metí mi mano al pantalón para buscar una moneda, pero ella me dijo ‘no soy limosnera señor, mire, es que necesito llevar una caja para un muertito hasta Lomas Blancas’, le pregunté dónde estaba ese lugar, y me dijo que un poco más allá de Mocorito. ‘El problema señor, es que nomás traigo ciento cincuenta pesos. La señora me causó lástima y acepté. Fuimos por la caja a una carpintería, era rústica de pino y pintada de negro mate.

En el camino agarramos la plática, hubo un momento en que le conté de mis cuitas y pobrezas, fue entonces que ella me dijo: ‘Mira mijito, si un día llegas a tener la necesidad de un milagro, pídele a éste’. Me enseñó una fotografía pequeñita. ‘Es Jesús Malverde. Pídele con fervor. ¡Ah! Pero no se te olvide ofrecerle algo a cambio’. Diez años después, ocurrió el milagro que cambió mi vida y la de mi familia.

“Fue una tarde de febrero de 1975. Aquellos tres llegaron a pedirme les trajera unas calabazas del Carrizalejo. Nos fuimos por la carretera vieja que va a Mazatlán; antes de llegar al lugar, el que iba conmigo en la cabina me dijo: ‘Compa, métase por esa brecha, a 300 metros sacó de entre sus ropas una escuadra calibre 45. ‘Bájese compa. En cuanto toqué tierra me disparó cuatro balazos directos al pecho. Caí casi muerto y no supe de mí. Después supe que una volanta de soldados me levantó y me llevaron al Hospital Civil. En mis desvaríos miré que la muerte venía por mí, y en el ansia aquella de no querer morir, pedí a gritos: ¡Malverde! ¡Si es cierto que eres milagroso, sálvame! En compensación cuidaré de tu tumba el resto de mi vida; te lo juro por mi madre, mi mujer y mis hijos”.

Después de que salió la pareja con el niño, entró un señor de canas relucientes, le oí decir: Malverde, prometo no robar, no mentir, no traicionar.

Me pregunté: ¿qué milagro pediría este señor para ofrecer tan grandes sacrificios

Seguimos exigiendo: saber quiénes ordenaron la muerte de nuestro compañero y amigo Javier Valdez Cárdenas, sólo así habrá ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!

*Autor de la novela La maldición de Malverde.

Artículo publicado el 19 de agosto de 2018 en la edición 812 del semanario Ríodoce

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