En la empresa constructora en la que yo trabajaba, en el año 2012, último del sexenio del Presidente Felipe Calderón, me mandaron a realizar una supervisión de la maquinaria pesada con la que trabajaban un proyecto en las islas Marías. El archipiélago está formado por tres: María Magdalena, María Cleofas y María Madre, es en esta última donde está la población de los presidiarios; ellos se consideran “colonos”.
La extensión de la isla Madre es de 140 kms2. Y cuenta con los poblados El Zacatal, Laguna del Toro, Bugambilias, Morelos, Aserraderos y Puerto Balleto, éste es como la Capital, ahí están las oficinas administrativas, clínica, escuelas e iglesia.
El archipiélago fue adquirido por el presidente Porfirio Díaz, quien, mediante un decreto del 12 de mayo de 1905, lo destinó para crear ahí el penal. La idea era poner a trabajar en las minas de sal y cal a los delincuentes más peligrosos, con el fin de regenerarlos.
En los informes oficiales, se dice que las Islas Marías han sido pobladas por todo tipo de delincuentes; en las décadas de los años 50´s a 80´s, época del partido hegemónico, el lugar era utilizado para desterrar a los que se oponían al régimen; muchos murieron en las jornadas de aquellas minas. Hubo algunos que lograron resistir, entre otros José Revueltas, La Madre Conchita y Pancho Contreras, luchador social que había asesinado a un cura.
Los mitos, leyendas y demás comentarios sobre la vida en el lugar resulta contradictorio, porque el sistema penitenciario que ahí se practica, lo han llevado de un extremo a otro.
En aquella visita que realicé, para aceptar mi visita al penal, la empresa debió gestionar, con un mes de anticipación, mi aceptación. Recuerdo, llegué en un bimotor de 20 plazas, al bajar fuimos llevados a la aduana, un salón donde se nos desnudó y esculcaron nuestras pertenencias de manera rigurosa; recordé a Papillón. Fueron recogidos celulares, cámaras y grabadoras, también dinero; se nos permitió pasar sólo mil pesos. Todo esto me pareció necesario, estimando que el lugar debe ser resguardado para seguridad, tanto del personal como de los mismos penitenciarios, pero además, evitar el contrabando de drogas y la posible planeación de fugas.
Nos llevaron directo a las casas que debimos habitar en compañía de presos. Me llamó la atención el orden y la limpieza en todas partes; en los comedores, el menú exquisito y variable en las tres comidas. Al principio me mantuve reservado, temeroso, pero a medida que fueron pasando los días, sin darme cuenta, mi actitud cambió, eso fue por el trato de confianza recibido de parte de los presidiarios. Además, supe que toda falta se castigaba de manera severa, de ahí el comportamiento y el orden.
El desarrollo de mi trabajo me exigía desplazarme por toda la isla, eso me permitió ver la diversidad de actividades que ahí se desarrollan. Desde las siete de la mañana, todo mundo ya estaba al frente de su trabajo: agricultura, ganadería, aserradero, existe un bosque de donde se extrae cedro; talleres de carpintería, artesanía en barro, madera y pintura; un galpón con torno moderno y diversidad de equipo donde se imparte la carrera de Ingeniería Industrial. En las obras que la constructora tenía bajo su responsabilidad, la mayoría de los trabajadores eran presos; los demás éramos de la empresa: administradores, ingenieros, arquitectos, yeseros, etc.
En los comedores se intensificaban las charlas, se prolongaban al final del día; el horario de trabajo terminaba a las 18:00 horas y el toque de queda se daba a las 21:00. Nadie debía andar en las calles, sólo los de vigilancia, y los que por alguna razón debían cumplir una labor especial.
La persona con quién más conviví, fue con Jacinto, él fue el chofer asignado para llevarme y ayudarme en mi trabajo, era un joven de 37 años, por su buena conducta, le permitieron llevar a la isla a su esposa y dos hijos de 7 y 11 años. Y dije “era” porque ahora ya es un hombre libre reintegrado en la sociedad, logró graduarse de ingeniero industrial, y está labrándose en un mejor porvenir.
Una tarde, lo invité a tomar una Cocacola, y sin más, le pregunté:
—Jacinto, ¿Usted por qué está aquí? —Se quedó pensando un instante, dio un trago y contestó.
—La ambición me ganó. Le entré al “negocio”, había realizado 15 viajes sin problemas, 12 de mis jefes, y dos míos. Llevaba el tercero por mi cuenta, pero alguien me traicionó. Me detuvieron con 10 toneladas de mota.
—¡Diez toneladas! Jacinto, ese bulto es muy grande, cómo creyó que lo podía pasar.
—Disculpe. De veras, ¿no imagina cómo?
—Bueno, pues… sólo que sobornara a las autoridades.
—¡Pues claro! Amigo, todo la droga que se trafica, sea por aire, tierra o agua, debe ser con un acuerdo. De otro modo, no pasa nada. La vigilancia es eficaz.
—Cambiando el tema, tengo una inquietud. He visto que la mayoría de los presos…, perdón, colonos, tienen finta de ser buenas personas, por ejemplo, el cocinero de Morelos…
—¿Capulina?
—Ese mero, se parece al que fue Capulina, un hombre campechano, cara de inocente, y…
—Mató a seis federales.
—¿¡Qué!?
La mayoría estamos aquí por delitos federales. Capulina fue víctima de una traición… se la cobró caro —como dijera Elmer Mendoza.
Los bunkers de concreto armado que su constructora está construyendo, son para encerrar a los más peligrosos, esos, que han armado la guerra del narco, incluyendo a los malos políticos.
El sistema que vi en Las Islas, me consta, es eficaz, logra redimir. ¿Estarán dispuestos a construir los penales que sean necesarios? Islas hay. Lo que falta es voluntad y honestidad. ¿Sí o no?
Nota. Gobernantes mexicanos, somos millones los que estamos esperando aclaren miles de asesinatos, entre ellos, los de periodistas como Javier Valdez Cárdenas.
*Autor de la novela La agonía del caimán.