La tarde en que las damas del teatro se encontraron

inga y malu (2)
Inga Pauwells Roé y María de Lourdes Morales Grajales (Malú) aceptaron tener una charla para platicar, de manera informal, de teatro y otras cosas. El singular encuentro fue en una casa ubicada en el recién estrenado eje vial que va de sur a norte, lugar que nuestra dama del teatro eligió para trabajar su etapa de escritora; está escribiendo cuentos, impulsada por el éxito reciente de su libro Piel color de luna.
Malú llegó a Culiacán hace ocho años; es maestra de creación literaria y teatro en la Universidad Católica; en el 2007 publicó Natalia, una novela histórica muy interesante que trata sobre la persecución religiosa; también ha publicado ensayos y cuentos de los que tiene una antología.
Con estos antecedentes, bien podría iniciarse una charla sobre sus avatares literarios. Sin embargo, el tema fue el teatro porque eso las apasiona. Luego de los saludos, tras un breve silencio en el que ambas intercambiaron una mirada, Inga se levantó, hizo una leve reverencia y se alejó. Me olvidaba decir que estábamos en el patio de la casa de Gilde, hija de Inga, rodeados de macetas y plantas con flores que perfuman;  desde la entrada, respiras un ambiente agradable, acogedor, porque encuentras pinturas, esculturas, tapetes y utensilios. Inga regresó con dos vasos de cristal soplado conteniendo fresca Jamaica. Y sin más, nuestra anfitriona empezó.
“Entrar por primera vez a un teatro, te impacta; te encuentras con un lugar misterioso porque es oscuro y caminas a tientas, temerosa de tropezar por no saber que hay allí. Miras una lucecita roja con letras que indican algo, pero eso no te interesa, caminas tensa esperando algo; chocas con alguien y dices: disculpe. Te responden: no hay cuidado. Es un lugar frío, pero a la vez cálido como una matriz, la matriz es oscura, como el teatro”. Malú interviene: es un lugar sagrado, porque el teatro es un acto sagrado, de fe. Sí, eso es. Afirma Inga y sigue: es sagrado porque el desarrollo de una obra adquiere esa solemnidad, el público permanece atento, callado; y es un acto de fe porque se respeta lo creado por el dramaturgo.
Inga, por favor cuenta algo de aquella lejana aventura que vivieron Pancho Salgado y tú en la ciudad de México. Ella me mira con esa su mirada que escudriña; sonríe: pues fue algo que Pancho y yo decidimos, nos fuimos con el deseo de estudiar teatro, pensando que pronto tendríamos la oportunidad de ser contratados, creímos que al vernos nos dirían: ¡los estábamos esperando! Suelta la risotada y sigue. Nada de eso, yo tuve que empeñar hasta mis blusas para sostenernos. Pancho consiguió de extra en televisión y entró a estudiar con el maestro Seky  Sano, y yo entré a trabajar de cajera en una tienda.
—Pero ustedes ya habían hecho teatro aquí en Culiacán.
—Sí, yo había actuado al lado de Pancho en varias obras: El zoológico de cristal, La danza que sueña la tortuga, 8 columnas y otras que no recuerdo. Por su parte Pancho ya había participado en obras dirigido por Vicente Echevarría, Inés Arredondo. Al regresar de México, tuve la oportunidad de ocupar el puesto de Directora teatral en el IMSS, fui recomendada por Miguel Tamayo. No estudié para directora, pero la lectura y la experiencia como actriz me sirvieron mucho.
—Malú, tú que nos cuentas.
—Me siento muy contenta de estar aquí. El teatro hermana, yo vengo de la otra punta, desde Chiapas; y gracias al teatro que nos gusta a los tres, estoy aquí. Estudié con los maestros y reconocidos actores Carlos Ancira y Sergio Jiménez. Con Ancira estudié análisis de personaje, era un señor con un carácter terrible, estaba amargado. Tal vez el personaje de la obra que representó más de tres mil veces, El Loco, lo envolvió; se quedó con él (risas). Sí, yo peleaba mucho con él. Una vez dijo: ustedes los jóvenes sólo piensan en los Beatles. Sí, le dije, a nosotros los jóvenes nos gusta la música de ellos, no entiendo por qué a usted no, maestro. Eso lo hizo enojar más. Sergio Jiménez era mal hablado, muy liberal, nos impartió análisis de texto. Empezó con una obra de Carballido, y se dirigió a mí para hacer un ensayo: bajarás del escenario y te sentarás en las piernas del primer espectador que encuentres. Yo respondí que no haría eso. Él reclamó: ¡prejuicios! Yo no acepto mojigatas ni virgencitas. Alce la mano la que sea virgen, ordenó retador. Nadie la alzó. En ese tenor se manejaba.
Estos comentarios dieron pie para abordar sobre la acción de los Directores de teatro, de sus estrategias, de sus valiosas experiencias, también de sus rabietas; ahí apareció el gesto de don Guillermo Ibáñez. Pero luego se desvaneció con la presencia de Oscar Liera. “él como director fue muy celoso de sus puestas en escena, y como dramaturgo, el mejor”, comentó Inga, y confirmó: “tuvimos la oportunidad de ganar dos premios nacionales con El jinete de la divina providencia; en esa ocasión fuimos dirigidos por Rodolfo Fito Arriaga. Malú declaró haber leído un libro con algunas obras de Liera: “encuentro en él a un escritor muy cuidadoso, impresionante. Hace unos días en la Universidad se montó su obra La piña y la manzana, los comentarios fueron de mucha valía, entre ellos, los de la señora Victoria Tatto y el señor Héctor Monge. Inga de nuevo retomó para agregar que Oscar Liera era un hombre sincero, y como amigo, era incondicional. Yo recuerdo cuando nació una de mis hijas; me llevó un ramo de claveles rojos, y también festejó mi soltería, expresó riendo. Era muy amiguero y alegre.
En la charla nos encontramos con doña Socorro Astol (Coco) y don Manuel Sánchez Navarro, una pareja  descendiente de notables personajes de la actuación en México, quienes por circunstancias de su pasión por el teatro, vinieron a Sinaloa y se quedaron aquí; para sobrevivir, ella primero trabajó como Prefecta en la Escuela Prevocasional  No. 23 y don Manuel, después de haber andado como gitano por los pueblos exhibiendo películas de cine, tuvo la oportunidad de ser director teatral en el Tecnológico de Culiacán. Esto le dio la oportunidad de organizar obras para el Teatro Experimental Sinaloense; por cierto, informa Inga, el teatro estaba en el viejo edificio de Paliza y Escobedo, lugar que un tiempo después ocupó la Dirección de Tránsito Municipal. Doña Coco y don Manuel hicieron mucho teatro, obras rusas, mexicanas, españolas; en especial recuerdo Madre Coraje. Nos dejaron enseñanzas de mucho valor, fueron directores de varias generaciones de actores. Don Miguel Tamayo, nuestro gran escenógrafo, y Oscar Liera les reconocieron. Pero a pesar de eso, todavía se les debe; las autoridades y los integrantes de los grupos teatrales en general estamos en deuda; no les hemos honrado como se merecen.
La llegada de una parvada de inquietos pajarillos que buscaban sus nidos, anunció que debíamos retirarnos, nos  encaminamos hacia la salida. En el marco de la puerta, Inga nos despidió con una hermosa sonrisa.
leonidasalfarobedolla.com
 
 

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