De las vivencias en la cantina El Guayabo

De las vivencias en la cantina El Guayabo

 
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Es posible que muchos no crean que exista un tipo con nombre tan singular: Rolando D´Rondón, pero estimo que sí podrán creer la historia que de él se desprendió. Me la contó, apenas ayer, mientras disfrutábamos unas ambarinas.
Allá, por la década de los 80, Rolando D´Rondón fue a la Ciudad de México por asuntos de negocios, que también combinaba con rondas nocturnas en busca de placer. La segunda noche de aquella vez, entró al bar del hotel donde se hospedaba, el Casa Blanca, cerca de Reforma y la famosa Zona Rosa de aquellos años. Estaba bebiendo un Torres, el brandy de su preferencia; era finales de febrero. Tenía la intención de salir a cenar a un  Samborn´s de los que hay por ahí cerca, y después caminar por la legendaria avenida; gustaba de admirar la iluminación, sus edificios, monumentos y jardines.
Después de las once, cuando el tráfico está menos denso, consideró disfrutar de echarle una mirada a los escaparates; así esperaría el momento de ir al Marrakech, lugar donde se presentaba un show con dos buenos comediantes: Polo Ortín y Oskar con K; eso cavilaba cuando la puerta del bar se abrió para dar paso a Marco Antonio Zepeda, al que Rolando identificaba como se enmpeda; abriendo los brazos el recién llegado, expresó. ¡Mi Loco, qué gusto verte! Su inconfundible acento sonorense lo acompañaba con sincero alborozo. De verdad compa, tengo mala suerte, respondió Rolando al levantarse para corresponder el abrazo. ¿Cómo es posible que te encuentre entre quince millones? Déjate de mamadas loco, anda, vamos a dar una vuelta.
Salieron del hotel y se encaminaron rumbo del Centro Histórico. Llegaron a una de las cantinas más viejas, famosa porque ahí Pancho Villa se dio el gusto de sacar su matona y perforar el techo, me refiero a La Ópera. Pidieron caracoles en chipotle y unas cervezas. El habla golpeada y sonora, los mostachos, las chamarras y las botas, al instante los identificaba; y los chilangos los atendían con esmero. De ahí se fueron al Tío Pepe, después al Buen momento, UTA-Bar y tres horas después se les vio  en un lugar de La Zona Rosa: El Zinco Jazz Club. Ahí empezó aquello.
¿Con cuál te quedas mi loco? Con cualquiera de las dos, compa; tanto la morena como la rubia, están pa’ enloquecer. Ton´s, ¿la que enganchemos?, sobres pues. Pasados dos minutos ya estaban en la mesa de ellas. Pidieron una botella de Old Park, desde el primer trago la charla de los cuatro se animó, mas por los chistes de Marco Antonio que tenía buen salero. Empezaron a bailar; la morena y Rolando lo hacían muy pegados, él le daba besos en el cuello y orejas. El sonorense también se encontró bien con la güerita, muy cachondos, se daban besos atrevidos.
Eran las tres de la madrugada cuando salieron del lugar, y ellas los condujeron al estacionamiento, ahí tenían su coche, entre risas y besuqueos abordaron, luego enfilaron hacia el rumbo de Tepito. A Rolando no le gustó aquella decisión, pero no protestó, le ganó el deseo por la morena, quien dijo llamarse Sandra, pero no se aguantó de preguntar: Muñecas, ¿de a cómo será el billete? La morena replicó: Papito, no seas prosaico, no eches a perder el romance; luego lo abrazó para darle un beso profundo, sintió su lengua hasta la campanilla; se repuso de su leve asfixia, suspiró y entre dientes: ¡híjole!
Entraron al hotel que a lo sumo era de dos estrellas. Rolando ya no reparó en nada; iba dominado, ya quería estar en la cama abrazado con su morena. Pagó las dos habitaciones. Gracias mi loco, yo pago el desayuno. Ya vas compa. Marco Antonio y su güerita entraron a una habitación del segundo piso, mientras el sinaloense y su morena subieron hasta el cuarto piso. Al cerrar la puerta la abrazó y… Espera, no seas tan goloso. Déjame entrar al baño… ¿sí, mi amor? Desnúdate y ponte cómodo, enseguida vuelvo. La palabra: des-nú-da-te lo erizó; la voz de ella era delicada, sensual.
Los segundos le parecieron siglos, por fin salió. Se había quitado la peluca, su pelo corto le restaba, pero no tanto, su nariz respingada y sus ojos negros le daban un extraño aire de misterio que acentuaba su tez morena; su playera desmangada y sin sostén, mostraron la erección de sus pezones que a Rolando le provocaron un shock; olía a Chanel. Se abalanzó sobre ella y la tumbó en la cama; como loco mordisqueó su cuello, orejas, los pechos y… Espera papito… Espera… no seas tan… ¡Morena!, ¡Morena mía! Yo… ¡Queeeé! ¡Tienes racimo! ¡Hija de tu puta ma… Con sus piernas lo empujó y fue a chocar contra el tocador, quiso reaccionar, pero recibió dos trompadas; con la primera le aflojó dos dientes y con la segunda le sacó el aire. ¡Eres compa… dijo escupiendo sangre con la cara pegada al piso. Ella… digo, él, le tenía puesto un pie sobre la nuca. ¡Te calmas cabrón! Le ordenó con rasposo acento chilango. Con una mascada le amarró la boca metiéndola entre sus dientes, la apretó con un nudo en la nuca para dejarlo sin habla. Arrastrando lo metió al baño, y con su propio cinto, le amarró las piernas haciendo un nudo entre los tobillos. Ahí quedó boca abajo. Hasta nunca, papito. Dijo fingiendo la voz femenina con una risotada; cerró la puerta del baño. Segundos después, con un portazo, la de salida.
Dos horas más tarde, llegó el administrador acompañado de una afanadora, ella había descubierto la trágica y grotesca situación de Rolando. La cartera vacía, la ropa y zapatos regados por la habitación. Compa. Le puede decir a mi amigo que venga. Él se fue hace ya una hora. ¿Y la güera? También salió con él. ¿No dijo a dónde iban? No.
Dos años después, en Hermosillo, Rolando se encontró con Marco Antonio. Luego de un rato, con cierto recelo le preguntó. Compa, ¿te acuerdas de aquella farra en el Defe? Cómo voy a olvidarlo, mi Loco. La güerita me resultó güerito. ¿Y? Fue una experiencia inolvidable. ¡En serio! ¡Claro mi Loco! Aquí entre nos… descubrí, que ser bicicleto es lo mío. ¡Chale, compa!
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