Jesús G. Andrade, el poeta romántico de Sinaloa

 
poeta 1
 
 
Una noche de estas caminaba por la avenida que lleva el nombre del poeta, atraído por la música, las luces, los olores de la buena cocina y el ambiente de antro que se respira en ese sector, atinadamente llamado Paseo del Ángel, en donde de pronto, te puedes encontrar con uno, obvio, me refiero a nuestras bellas mujeres que suelen invadir ese lugar.
Envuelto en el glamur que ahí se respira, imaginé al poeta caminar por su propia calle, luciendo su traje de lino blanco hueso con su corbata negra de moño, zapatos de charol y reloj de cadena con placa dorada. También imagino que saluda tocándose leve el sobrero Panamá. Hace alto al llegar a la esquina que conforman su avenida y la calle del Comercio, hoy Ángel Flores, ahí está su antro preferido. El Meitre que ya lo esperaba, lo conduce a su mesa,  y un minuto después, ya le están sirviendo el primer trago de una botella de Old Parr. El poeta ha quedado solo ante su botella y una vela  ilumina el entorno de su mesa. De un piano, brota el concierto Número 2 de Chopin, da un sorbo a su whisky servido a las rocas; con pausados movimientos desdobla una hoja, y empieza a escribir con su estilográfica:
“Culiacán. Emperatriz que guardas los sacros lores míos, y cuya faz reflejan las ninfas de los ríos que como dos vasallos que tu belleza encanta, se adunan presurosos para besar tu planta…”
 
Jesús G. Andrade, nació en Culiacán el 5 de enero de 1880, hijo de don Francisco Andrade y doña Delfina Gómez, personas de prominente importancia pertenecientes a la rancia burguesía porfiriana. Gracias a ello, el poeta tuvo la oportunidad de viajar por Europa, estudiar inglés, francés e italiano; abrevó literatura de los grandes: Platón, Verlaine, Víctor Hugo, Danton, Baudelaire y muchos más.
También disfrutó de la buena música: Chopin, Schumman, Ravel, etcétera. Sin embargo, se reveló contra ese mundo. Su alma de poeta lo convirtió en un rebelde que se manifestó en contra de la dictadura de don Porfirio. Muchos fueron los momentos en que con hechos demostró la fuerza de su espíritu. El fragmento antes expuesto pertenece al poema que le inspiró su ciudad, nuestra ciudad: Culiacán, una joya de once estrofas que en su tiempo fue publicada en los diarios del estado y en España, ello debido a que el Cónsul de aquél país lo consideró digno de ese elogio.
En el ámbito político-social, Jesús G. Andrade, dejó una huella que aún se recuerda. A la muerte del gobernador porfirista General Francisco Cañedo (1909), el cacique Diego Redo, respaldado por  don Porfirio Díaz, se lanzó para obtener la gubernatura de Sinaloa, pero también lo hizo José Ferrer, un conocido luchador social que denunciaba los abusos impuestos por los caciques que explotaban a la clase obrera y campesina. El poeta se unió a su cruzada y luchó reforzando a este candidato. Pero la fuerza del poderoso se impuso, aplastaron el movimiento democrático, y descaradamente declararon vencedor al porfirista Diego Redo.
Jesús G. Andrade convocó a la ciudadanía y en las calles que ahora se conocen como Morelos y Ángel Flores, lanzó un discurso que puso al descubierto uno a uno y paso a paso, las perversidades y falacias del que fue proclamado vencedor.  La fuerza de aquel reclamo todavía está vivo, pues los cachorros de aquellos chacales, como el dinosaurio de Monterroso, aún rondan por aquí.
El poeta tuvo dos amores, a una la identificaba como “Santa”, a la otra, como “la bella de los ojos azules”. Para Santa escribió:
Del moribundo sol la luz incierta, borda en la onda purpurino encaje y surge en su vaivén el oleaje, como titán inquieto que despierta. Muda y de pie sobre la roca yerta que el mar azota con furor salvaje, una núbil contempla aquel paisaje la tarde gris, la animosidad desierta.
A Rosario le escribió así:
Blanca muy blanca te miré un instante. En mi mente surgiste de improviso. Te vi divina en mi delirio amante. Como a Beatriz el Dante amante. En la contemplación del paraíso.
No se supo por qué, pero Jesús G. Andrade nunca se casó, se cree que sí tuvo íntimo acercamiento con sus musas, pero, pudo ser, porque tal vez amaba a las dos, no quiso engrillarse a ninguna, para no sufrir el tormento de abandonar un corazón amado.
Al morir sus padres, quedó solo en su mansión ubicada por la calle Morelos, entre A. Flores e Hidalgo, a media cuadra se encuentra, todavía, la cantina La sierra mojada, lugar testigo donde vivió sus últimos años entregado a la bohemia. Ahí se encontraba con sus amigos Benito Bermúdez y Rafael Rangel; departía con ellos y cuando don Jesús Sainz, el dueño del tugurio, les anunciaba la hora de cerrar, se iban a su casa donde seguían la farra.
El poeta que tenía la virtud de no perder la compostura ni la razón, se sentaba ante su piano y tocaba, dicen, ejecuciones de buen nivel; siempre hasta el amanecer. En el ocaso de su vida fue presa del alcoholismo y la miseria. Una tarde calurosa llegó a la cantina, rogó al señor Sainz le sirviera de fiado, pero éste se negó. El poeta dejó un escrito: Tras cinco pesos ando, y úrgeme de tal manera, que conseguirlos quisiera, aunque fuera… trabajando.
La herencia de sus creaciones poéticas fue destruida por él mismo, rompía esos escritos demostrando que no le interesaba publicarlos. Solo exponía sus críticas y ensayos, que se dieron a conocer en periódicos como El correo de la tarde, El monitor Sinaloense y la revista Vesper, entre otros.
Animado por el espíritu bohemio de Jesús G. Andrade, que dejó este mundo el 8 de diciembre de 1928, y seducido por el piano de mi amigo el Coty Burgueño, crucé la puerta de un antro. Luego les cuento que pasó aquella noche de música, vino y mujeres.
leonidasalfarobedolla.com

Facebook
Twitter
WhatsApp
Email
  • 00
  • Dias de Impunidad
RÍODOCE EDICIÓN 1108
GALERÍA
Afecta la sequía a 13 municipios de Sinaloa; con 25 pipas llevan agua a 68 comunidades.
COLUMNAS
OPINIÓN
El Ñacas y el Tacuachi
BOLETÍN NOTICIOSO

Ingresa tu correo electrónico para recibir las noticias al momento de nuestro portal.

cine

DEPORTES

Desaparecidos

2021 © RIODOCE
Todos los derechos Reservados.