Las tortillas del escándalo

PRIMERO DE MAYO. La marcha de los universitarios.

¡La UAS gastó 18 millones de pesos en tortillas durante la pandemia, es decir, cuando no tenía actividades y no debía gastar!, es la última bomba mediática del gobernador Rubén Rocha, luego de que seguramente asombrado vio al gran contingente de la máxima casa de estudios que tomaron las calles de la capital del estado durante del Día del Trabajo exigiendo respeto a su autonomía y a la ley.

Se trata, por supuesto, de poner en entredicho, con o sin razón, la solvencia moral de los directivos de la universidad, “ablandarlos” mediáticamente y crear la percepción de corrupción para que el Congreso del Estado haga valer las reformas que ha votado mayoritariamente, que la Auditoría Superior del Estado haga la supervisión de cómo se manejan los recursos públicos que por ley recibe del gobierno sinaloense y que la Fiscalía, si fuera necesario, ponga tras las rejas a funcionarios universitarios.

La estrategia de crear percepciones adversas no es nueva sino es la constante en sociedades con controles escasos contra la corrupción y con un alto índice de desconfianza en los actores institucionales.
Al presidente López Obrador le sirvió para ganar la elección presidencial en 2018 y ha sido el eje de su principal relato en sus conferencias mañaneras. Un día señaló no sin razón, por ejemplo, la corrupción de Carlos Salinas de Gortari que era “el jefe de la mafia del poder”; otro más a Vicente Fox como “traidor a la democracia”, uno más a Felipe Calderón, “el que se robó las elecciones de 2006”, otro a Enrique Peña Nieto, el “corrupto de la Casa Blanca” y, cuando siente el residente de Palacio Nacional que es reiterativo, en su nueva versión, habla de la corrupción entre los directivos del INE, los magistrados del TEPJF, los comisionados del INAI o los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cómo emisarios del pasado corrupto prianista. El caso es que corrupción es la palabra más repetida en esta administración generadora de emociones.

Y en esa estrategia están ausentes los corruptos propios que operan bajo la orden de “si te agarran échate la culpa”, como aparece en el libro testimonial El rey del cash o, también, bajo la expresión cínica: “Sí, son corruptos, pero son nuestros corruptos y los defendemos”. Lo que sorprende es que estas expresiones frecuentemente altisonantes generan percepción y no pasan de unas ocho columnas y uno o dos días de difusión en tertulias políticas, porque la metralla cambia en el campo mediático.

La apuesta no es crear y ganar un caso legal, sino generar percepción y, si alcanza el hilo, saltar las leyes que son un proceso tardado. Es una forma de hacer política y en todos lados, las usan los políticos para acabar mediática y moralmente con sus adversarios.

Y, claro, por debajo de esa estrategia están los creyentes, los más susceptibles a consumir el “escándalo de corrupción del día” molestándose, agriándose, polemizando, reproduciendo, multiplicando sus malos humores. A ese creyente no le interesa ir más allá de lo que ve y escucha especialmente en las redes sociales. Le basta creer a alguien al que meridianamente le tiene confianza por simpatías políticas o ideológicas y también, por frustraciones.

Y eso, satisface el apetito del constructor de escándalos mediáticos, incluso, ese mismo constructor sui generis llega a creérselo y se asume en el paladín de la lucha contra la corrupción. Y, con ese convencimiento, atiza con mayor furia con sus énfasis, gesticulaciones, amenazas.

Es lo que estamos viviendo en el país y en particular en Sinaloa, entre el gobierno del Estado y la universidad, con una gran diferencia, pues mientras el primero esgrime el recurso del escándalo aun siendo cierto (“los millones gastados en tortillas”) el segundo, esgrime por necesidad, incluso, el recurso de la ley. El de los jueces, los tribunales, la Corte. Es decir, tira para adelante, con los tiempos y ritmos de la ley, que generalmente son exasperadamente pasmosos. ¿Qué es lo que debe prevalecer?

Y al final, en la gran audiencia, sucede como cuando se va a una función de box y tenemos un favorito que deseamos gane y por nocaut técnico. Es decir, que el adversario caiga literalmente madreado. Que lo saquen en camilla, con los brazos caídos y supurando sangre por labios, cejas, pómulos, orejas con el abdomen machacado.

Y es que ese espectador quiere ver a su ganador, a su ganador, exultante, grandioso, sin ningún corte, con los brazos en alto y el aplauso infinito de la audiencia. Y luego con esa sensación de triunfo recogerse en la privacidad de su vivienda para esperar el siguiente escándalo que estimule la sensación de esas victorias pírricas de la política.

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Artículo publicado el 07 de mayo de 2023 en la edición 1058 del semanario Ríodoce.

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