“Los periodistas no son el enemigo, pero su misión tampoco es apoyar al poder”

Cobian

Ante la noticia de ser declarado Premio Nacional de Periodismo 2022 por trayectoria, el periodista jalisciense Felipe Cobián Rosales, con un historial de más de 50 años, responde: “A lo mejor hubo una rifa y me tocó a mí”.

Llegó de Comala a Guadalajara hace 50 años. Cursó estudios en el seminario diocesano entre 1963 y 1965, pero lo echaron porque “era muy malo para el latín”. Es el periodista Felipe Cobián Rosales en el otro extremo de esa línea imaginaria del teléfono.

Nació el 13 de septiembre de 1946, un día de los Niños Héroes, en el rancho Los González, en Tuxcacuesco, Jalisco, en la región del Llano en Llamas, donde desde febrero la temperatura máxima alcanza los 40° C y donde todos los pueblos se disputan la oriundez de Juan Rulfo.

Hijo de padre carpintero y agricultor, a sus cinco años la familia se mudó a El Chante, en el municipio de Autlán, y allí creció, en las faldas de la Sierra de Amula, ayudando en el cultivo del maíz, frijol y chile.

En aquellos años, en los pueblos de aquel “comalón” ardiente, apenas se alcanzaba con dificultad a terminar la escuela primaria. Había que buscar otras opciones fuera del campo para continuar la educación secundaria. Así que Cobián emprendió la marcha hacia el Seminario de Autlán en 1961. Tenía 15 años. “Ya están viejos los pastores”, dice.

Probablemente, de haber continuado la carrera sacerdotal hubiese llegado a obispo, como su compañero de aulas Jonás Guerrero, que acaba de dejar la diócesis de Culiacán, pero la vida le tenía preparado otro destino: el Premio Nacional de Periodismo por trayectoria, que le anunciaron el pasado miércoles 11 de octubre, y que corona un fructífero periplo que comenzó en 1969 como reportero cofundador de El Diario, de Guadalajara, y se prolonga en Excélsior, la revista Proceso, La Jornada, Inforjal-Notisistema, semanario Diez, la revista Proceso Jalisco y Partidero.

Fue el único corresponsal que acompañó a Julio Scherer en su salida de Excélsior y en la fundación de Proceso. De aquellos años cuenta que, en 1972, en una conferencia de prensa en La Moneda, le preguntó a Salvador Allende si veía riesgo de un golpe de Estado. Le contestó que no. Y luego, en 1979, en Puebla, el arzobispo mártir de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, ahora San Romero de América, le confió que estaba amenazado de muerte.

Aunque él lo rechaza, sus colegas le consideran el decano del nuevo periodismo tapatío, el que rompió con la vieja práctica subyugada u obnubilada por el poder e inauguró una forma ética de encarar la verdad de la vida pública y de contarla.

“Yo no inauguré nada –afirma–, yo sólo hacía el periodismo que amaba, que era el que se hacía en el Excélsior de Scherer, periodismo de investigación”.

“A lo mejor me tocó en una rifa”

Es el único colega y maestro del oficio que conozco que aún usa un teléfono fijo en su domicilio. Allí me apersono para sostener esta entrevista un día después del anuncio del premio. Dos preguntas abren la conversación después de decirle un “muchas felicidades”, emotivo, porque lo aprecio en verdad.

–¿Cómo recibes el premio?

–Me cayó de sorpresa, porque yo ya estoy fuera de circulación, digamos de manera activa; ocasionalmente hago comentarios en Partidero.com que es una página que tenemos, pero desde hace dos o tres meses que no me aparezco. Nunca me imaginé ganar un premio de esa naturaleza, ni me acordaba de que por estas fechas lo entregaban, entonces sí me sorprendió. A lo mejor hubo una rifa y me tocó a mí, no sé qué pasó ahí.

Le recuerdo una frase que un día dijo Vicente Leñero: que “nadie escribe para alcanzar fama o para ganar premios. Los premios llegan, si es que llegan, tiempo después: como canasta de flores”. Me responde que para él son como regalos salidos de una tómbola, “si llegan, son como un regalo, y hay que disfrutarlos”.

– ¿Por qué quisiste ser cura antes que periodista?

-No, fue por chiripada, no sentía mucha vocación; más bien eran ganas de estudiar o de salirme del pueblo; yo estaba en un coro, y de repente casi todos se empezaron a ir, yo me fui más tarde, porque dije: ‘bueno, yo qué estoy haciendo aquí, qué más voy a estudiar, dónde voy a estudiar si ya se fueron todos mis amigos’, entonces me fui al seminario, como diciendo ´si pega, bueno, si no, despegado estaba’.

Carrera contra el miedo

La carrera de Felipe Cobián no ha estado exenta de sobresaltos desde que emprendió esa ruta sinuosa del periodismo, colmada de “momentos difíciles” -dice-, que lo ha confrontado con los poderes político, empresarial, eclesiástico y militar.

Un día lo mandó llamar un general para desmentir una nota; en otra ocasión, un fraccionador lo recibió en su oficina con una pistola en el escritorio; con amenazas veladas de un gobernador, a la postre procurador, trataron de amedrentarlo; un día lidiaba con la guerrilla y al otro con la policía. Comparte que después de un reportaje “que escribí describiendo todas las sinvergüenzadas de (Guillermo) Cosío Vidaurri (otro gobernador jalisciense), antes de las explosiones de 1992, el exgobernador Flavio Romero de Velasco, que lo apreciaba, le dijo en confidencia: “Señor Cobián, ándese con mucho cuidado, porque “cuando uno es gobernador se siente dueño del mundo y no falta quien le haga favores”.

El rosario de circunstancias por las que ha atravesado en su cobertura periodística es memorable: la operación de las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo en los años 70, perpetradoras del secuestro de un cónsul estadounidense y del suegro del entonces presidente Luis Echeverría; la masacre ordenada por el policía Armando Pavón Reyes en la granja El Mareño para encubrir la participación del narcotraficante Rafael Caro Quintero en el secuestro, tortura y asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar, y del piloto Alfredo Zavala Avelar, en 1985; el veto que por cinco años le impuso a Proceso el cardenal Juan Sandoval Íñiguez; la confrontación con el gobernador Enrique Álvarez del Castillo por la falsificación de las escrituras de unos terrenos en la Nueva Central Camionera tapatía (“a reportero como él hay que sacarlos de Jalisco”, dijo alguna vez); el repudio que sufrió por sus señalamientos hacia la Universidad de Guadalajara y a su extinto mandamás, Raúl Padilla López: “Él nunca me quiso, pero siempre me respetó”, reconoce.

A ello se suma las denuncias de tortura y de violaciones a los derechos humanos que hizo en tiempos de la guerra sucia: “torturaban y vejaban incluso a las abuelas de los muchachos que eran sospechosos de andar con la guerrilla”, sostiene Cobián.

“Tú nomás encomiéndate”

Salvo por un pálpito impreciso, Cobián nunca supo si a raíz de una nota que involucraba a un mafioso con un alto mando militar, las balas que asesinaron al ocupante de un Rambler blanco, similar al que él usaba, eran para él. “Ese día, ya noche, yo había cambiado de ruta para volver a mi casa, y fue la vez que más me asusté; pero como me decía mi padre, que era un campesino sencillo y muy inteligente, ‘tú no tengas miedo, nomás encomiéndate; si te enfrentas a la gente con poder tienes que confiar en Dios, y adelante, la verdad, ante todo; y sí, yo sigo siendo creyente, y siempre me he encomendado”, confiesa.

Periodismo, polarización y poder

La mayoría de los trabajos galardonados este año con el Premio Nacional de Periodismo hablan acerca de la violencia que vive el país, de los desaparecidos, del crimen organizado y de la inseguridad con la que muchos periodistas mexicanos realizan su labor.

Al respecto, Cobián Rosales comenta: “la labor periodística se ha vuelto muy riesgosa, y más cuando desde una cátedra mañanera se está constantemente azuzando a quien publica algo que no gusta al poder, y aunque no haya amenazas en sí, no falta quien agarre las cosas por su lado, para defender un sistema político”.

“Creo que vivimos una polarización que a diario se está dando, ahí está en ‘Quién es quién en las mentiras’; dice el presidente que es su derecho de réplica, pero es una réplica desproporcionada desde el poder. No todos los periodistas son deshonestos y tenemos derecho a disentir, y por eso se descalifica, se estigmatiza; creo que es un Estado beligerante, que está en constante campaña política, que ha divido al país en dos y, frente a tanta violencia, es necesario que haga un alto”, subraya.

Opina que, con el manejo discrecional del presupuesto hacia los medios, el presidente Andrés Manuel López Obrador está repitiendo la política de López Portillo contra Proceso: “No pago para que me peguen”, pero que eso no le preocupa. “Lo más grave es la denostación y exclusión que a diario practica contra los medios y comunicadores que le son incómodos y lo critican”, asegura.

Hace unos días, el mandatario desde su púlpito matutino criticó a Carmen Aristegui y a Julio Astillero, los llamó “comunicadores progres buena ondita, que nunca han estado con nosotros”, es decir, con la 4T; los comparó con el robalo, por nadar en dos aguas, y dijo que prefería a la “otra derecha, al otro conservadurismo, que es menos hipócrita y más franco”.

“A él se le olvida que esos medios que ahora critica lo apoyaron cuando andaba en campaña, pero ahora en el gobierno los ve como enemigos”, refuta el periodista.

Finalmente, concluye: “Para contrarrestar esta polarización La solución debe venir desde el presidente, si le piensa un poquito más puede empezar a apagar un poco los ánimos; los periodistas no son el enemigo, pero tampoco su misión es apoyar al poder; nuestra misión es ser los fiscales sociales del poder.”

Que conste. Entrevistas en dos siglos

Felipe Cobián es autor del reciente libro “Que conste. Entrevistas en dos siglos” (Alfabética 2022), que compila 26 entrevistas realizadas desde los años 70 del siglo XX hasta la actualidad. Por él desfilan nombres célebres, como el de monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador (San Romero de América); Sergio Méndez Arceo, el “obispo rojo” de Cuernavaca; Elena Garro, Luis Colosio Fernández, padre del asesinado candidato presidencial; Elías Nandino, Fernando del Paso, fray Gabriel Chávez de la Mora, Premio Nacional de Arquitectura; incluso Samuel Joaquín Flores, líder de la iglesia de La Luz del mundo, encarcelado en Los Ángeles desde 2019, entre otros.

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