Las aguas terribles y azarosas para alcanzar (casi) la mayoría de edad mundial

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I. El Periodismo se hace con palabras

Una noche de tantas, de esas de viernes donde se quita y se pone para decir lo más con lo menos, uno de los Rafas —son dos los diseñadores de siempre que comparten nombre para evitar equivocaciones en la edición impresa del semanario— opinó con voz de sentencia que la portada tenía demasiadas palabras. Ismael Bojórquez se clavó en el monitor donde parpadeaba la propuesta, miraba sin mirar, y mucho menos buscaba acortar el exceso para despejarle espacio a Rafa. Rumiaba en la cabeza alguna frase de punto final para responderle: “El periodismo se hace con palabras”, soltó, y se dio la media vuelta.

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Por siglos el periodismo se hizo únicamente con palabras. Luego una viñeta y un grabado. Después imágenes capturadas, y muy pronto en movimiento junto con la voz. Se sumarían también la inmediatez y las transmisiones en vivo. Lo actual que se propone como disruptivo —palabra de moda— son variantes de aquello, aunque intenten sepultarlo.

Ríodoce es apenas un jovencillo (mal) criado en la vieja escuela. Nació hace 20 años cuando no parecía tan buena idea un impreso, cuando contra todo pronóstico, muchas circunstancias amenazaban que no se lograría. Y para rematar dificultades, estábamos en otra transición tecnológica, amenazando todo lo anterior, como antes había pasado con la televisión y la radio, que desaparecerían a los impresos, o el cine al teatro.

Hace falta perspectiva para entender la vida y no llamarse siempre a sorpresa, aunque nunca dejar de maravillarse, especialmente si eres periodista. Una vez Juan Millán, gobernador de Sinaloa entre 1999 y 2004, les dijo a los periodistas que lo acosaban por una opinión sobre afirmaciones de sus opositores: a ustedes a veces les toman el pelo, dijo con su voz de locutor. Mucha razón debe tener la frase, viniendo de un calvo.

II. Estamos hechos de historias

Ríodoce es una empresa sin empresarios. Casi una ONG. Es una empresa en el sentido original de la palabra, esa tarea que nos imponemos y que reclama una entrega completa y un esfuerzo mayor, lejos de la definición posterior que se la dio el capital como una organización con actividades lucrativas.

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Hace 20 años la concentración mediática era la constante, unas cuantas familias eran las propietarias absolutas de —esas sí— las empresas periodísticas (impresos, radio o televisión). Así había sido después de la Revolución y grandes fortunas se forjaron alrededor de la complicidad de medios con los gobiernos, locales o nacionales.

Las familias tenían —y tienen aún— un periódico o una estación de radio o televisión, y además son constructores, hoteleros, agricultores y demás. Negocios que prosperan porque el medio no es tal, sino una llave para facilitar el contrato o el permiso. Rara vez un cabal proyecto periodístico. Por eso Ríodoce es una empresa sin empresarios, una anomalía.

Aunque pequeñísimo en tamaño, nunca fue marginal. Poco a poco fue ganándole espacios a los grandes impresos del momento que inexorablemente perdían peso hasta convertirse, ellos sí, en marginales. Viviendo de las apariencias, del pasado, de los jugosos contratos con gobierno.

Sin apellidos de prosapia, sin un mecenas o socio poderoso, Ríodoce se apalancó en una idea clara y en un grupo de tercos hasta la locura.

Por eso se hizo en una servilleta, como surgen muchos de los más fuertes sueños, sin plan de negocios ni proyecto empresarial.

Parafraseando a Eduardo Galeano: si los periódicos, radios y televisiones insistían que estamos hechos de átomos, y su narrativa se mantiene con el discurso del poder en decadencia, repitiendo que goza de cabal salud, en Ríodoce la ruta sería afirmar que estamos hechos de historias.

III. Ese aquello que nos atemoriza a todos

Además de palabras, el periodismo necesita personajes. En Ríodoce han desfilado muchos. Labastida con la voz desde la derrota. Fox y el remedo de cambio que infectó al PAN hasta casi aniquilarlo en unos lustros. Millán, Aguilar, Malova, como el trío al que el poder separó. Las casitas de Chuytoño. Felipe Calderón y un país en llamas. El regreso del PRI con una cara linda. La Hidra poderosa que unos años se llama Caro, Chapo, Mayo, y otros Mencho, Chapitos, Tuta. El dolor de Ayotzinapa y sus réplicas por todo México. Una gripa larga que nos agazapó. Un país que se va con Morena…

Si tenemos palabras, historias y personajes, tenemos el periodismo de Ríodoce, el apellido que lo respalda. Porque en los últimos 20 años está el vértigo de la historia. Imposible capturarla en 800 palabras.

Hoy lo que importa es la otra historia que no está en los volúmenes encuadernados del Ríodoce impreso. También cumple 20 años y no se ve en las portadas con los personajes. Una historia que alguien o algunos tendrán que narrarla desde adentro. También se tejerá con palabras, personajes e historias. Es la historia de esta empresa imperfecta, un atrevimiento, una desmesura, una obra mayor donde nunca se jugó a lo seguro sino todo lo contrario. ¿Acaso hay otra forma de hacerlo?

Por eso en ella, en Ríodoce, hay sangre, y heridas mortales y fetidez…lo dijo antes Roberto Bolaño, pero desde que lo leí no dejé de pensar que era justamente la historia aquí contenida.

Dice Bolaño en voz de Amalfitano, su personaje, pensando en que ya nadie se arriesga, siempre son mejores los entrenamientos: “…pero no quieren saber nada de los combates de verdad, donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.”

Artículo publicado el 05 de febrero de 2023 en la edición 1045 del semanario Ríodoce.

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