Notas sobre el arranque de Ríodoce; la advertencia del ‘Mayo’ Zambada

cena rio mocorito

Ríodoce cumplió este 3 de febrero 20 años de haber nacido. Han sido 20 años de periodismo entre la risa, la muerte y la esperanza. En Sinaloa, no podía ser de otra manera. Nacimos para publicar, no para el silencio, y eso ha quedado claro a lo largo de estas dos décadas, con todo lo que nos ha costado.

La idea de hacer una revista semanal nació desde los primeros meses de andar en la brega periodística, por allá en 1990, en Mazatlán. Lo discutí con mis compañeros de redacción de aquellos años. Después de un paso fugaz por la televisora local, hice mi primera experiencia de periodismo impreso en el diario El Demócrata Sinaloense, que dirigía Quirino Ordaz Coppel, después gobernador del estado.

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El Demócrata, editado siempre en Mazatlán, venía de la mejor tradición periodística en Sinaloa, pero ya vivía sus últimos años en manos de un ex presidente municipal, Quirino Ordaz Luna.

No era cosa fácil hacer un semanario, decíamos. No tenemos dinero y había que buscar financiamiento pero eso nos haría perder independencia. Si conseguíamos un socio capitalista, estaríamos vendidos para siempre; si conseguíamos muchos pequeños socios aportantes, los conflictos de interés terminarían ahogándonos.

A finales de 1992, ya en Culiacán, ingresé a Noroeste, donde cubrí fuentes políticas y realicé trabajos de investigación. A principios de 1995, el “error de diciembre” de 1994 provocó el colapso de la economía y muchas empresas tuvieron que reajustar sus plantas laborales para sobrevivir. Noroeste fue una de ellas; vino una cauda de despidos que puso a la mitad de la plantilla en la calle.

Fue en medio de esa paranoia que nos provocó el espanto del despido, que elaboré las primeras líneas de lo que pensaba podía ser un semanario. Eran puras ideas sueltas. Había estudiado Comunicación en la escuela de Ciencias Sociales de la UAS, y dejado amigos formados en la academia, pero también de un reconocido compromiso social. Les propuse una reunión y nos vimos en un restaurante. También estuvieron algunos reporteros con los que había trabajado en el puerto.

Después de explicarles la idea mientras rayaba nerviosamente una hoja blanca, me preguntaron sobre el financiamiento y me di cuenta que no tenía la menor idea de cómo resolver esa parte, que ya veía como un problema toral desde que nació el “proyecto”. Alma Soto, compañera de la escuela y de redacción en El Demócrata, me preguntó a bocajarro mientras miraba mis garabatos: “¿Y la próxima vez que vengas no puedes traer algo más elaborado que bolitas y palitos?”

Esa noche estuve en la casa de mi maestro Arturo Santamaría Gómez. Me había dado clases de historia. No pudo ir a la reunión de la mañana y quise platicarle la idea. Me regaló un folleto que fue distribuido cuando Juan Angulo anduvo promoviendo la creación de El Sur (diario que se edita en Guerrero) y fue para mí como una revelación. Lo guardé como un tesoro.

Mientras, en Noroeste seguían los reajustes. Todos los días conocíamos uno o más nombres de quienes tenían que pasar a Contabilidad por su liquidación. En el equipo de trabajos especiales, conformado con cuatro reporteros, solo quedábamos Anabel Ibáñez (quien había sido mi maestra en la universidad) y yo, y no había espacio más que para uno. Los directivos decidieron que saliera Anabel y fue despedida. Una vez que me sentí seguro en el trabajo, metí en un cajón mis “palitos y bolitas” y no pensé más en el tema.

Trabajé con mucha libertad todos esos años; más tarde fui jefe de información, pero con el paso del tiempo la idea de hacer algo propio fue madurando junto con otros compañeros, hasta que empezamos a hablar en serio de un proyecto alternativo para nosotros y para los lectores.

Rebotamos las ideas en bares y muchas veces en la casa de Javier Valdez, siempre con cervezas a la mano. Sabíamos que nuestra salida provocaría un cisma en Noroeste y nos fuimos con mucho tiento para causar el menor daño posible, pero llegó el momento en que había que tomar decisiones.

Un día iba cruzando el puente Benito Juárez en mi vochito y pensaba en mis gemelos, que ya tendrían cinco meses de gestación. Tenía un trabajo económicamente estable, bien pagado y se acercaban tiempos duros con dos bocas más que mantener. No era fácil dejar un trabajo en esas circunstancias. Pero entonces pensé que era exactamente al revés, que los niños que venían en camino no debían ser una cadena, sino una razón más para ser yo mismo. “Qué pendejo soy —me dije, mientras le daba un golpe al volante— es al contrario, por ellos debo salirme de Noroeste”. En ese momento tomé la decisión.

Una vez fuera de Noroeste empezamos a reunirnos en el restaurante Los Portales y a trazar las líneas centrales de lo que sería el semanario. Un día se nos unió Héctor Mendieta y con él rebotamos el nombre. Me gustaba “Septiembre 6”, por el día en que habíamos quedado en la calle, pero ese nombre nos ligaría de por vida al pasado. Y entonces empezamos a buscar otras opciones. Sinaloa tiene once ríos y decíamos que debíamos buscar algo por ahí. Fue entonces que alguien propuso “río doce”. Entonces Mendieta, que le hace al diseño, garabateó las palabras en mayúsculas sobre una servilleta, y nos gustó. “RÍODOCE”. Así quedó. Sería un nuevo río, de información, de cultura, de análisis…

El resto fue elaborar dos proyectos, el editorial y el empresarial. Empezamos a hablar con amigos para contarles las ideas y las fuimos afinando. Hicimos una lista que llamamos “socios convocantes” entre los que se encontraban artistas, líderes sociales, políticos reconocidos y académicos.

El 24 de noviembre de 2002 nació la empresa Reporteros en SA de CV, ante el notario público Jesús Manuel Ortiz Andrade. Y fue a partir de ese hecho que sentimos que las amarras del barquito de papel fueron liberadas. El 3 de febrero de 2003, vimos salir de la rotativa de El Debate —nuestro primer maquilador—, el número uno del semanario.

20 años navegando a contracorriente

Ríodoce cumplió este 3 de febrero 20 años de haber nacido. Han sido 20 años de periodismo entre la risa, la muerte y la esperanza. En Sinaloa, no podía ser de otra manera. Nacimos para publicar, no para el silencio, y eso ha quedado claro a lo largo de estas dos décadas, con todo lo que nos ha costado.

Habiendo trabajado en otras redacciones y medios, los fundadores decidimos emprender el vuelo con nuestros propios recursos, que no eran más que el nombre de cada quien, su trayectoria, y la voluntad de hacer “un nuevo periodismo para Sinaloa”, como lo anunciamos al presentar el proyecto en distintas ciudades y foros.

Muchas fueron las lecciones en los meses previos al primer número de Ríodoce. Conocer un poco más la condición humana fue una de las más gratificantes. Encontramos muchas manos tendidas, gente que abrazó el proyecto desde los primeros días, empresarios que hicieron a un lado la frialdad con que ven los números y que le apostaron a la propuesta, intelectuales que se echaron el compromiso de escribir y asesorar en diferentes áreas sin esperar más nada, que ver concretado un esfuerzo colectivo para Sinaloa. Periodistas que ofrecieron sus espacios en las labores de difusión del proyecto. Amigos y compañeros que brindaron algo que nunca deja de ser profundamente vital en este tipo de aventuras: la solidaridad.
Entonces, no arrancamos solos, pero sí en medio de una extrema precariedad.

Luego de presentar el proyecto de Ríodoce en Culiacán, Mazatlán, Guasave, en algunos partidos y cámaras empresariales, vendimos 200 mil pesos de acciones y con eso empezamos. Habíamos emitido 2 mil acciones y calculábamos juntar dos millones de pesos. Ilusos, terminamos por entender que, aunque había mucho apoyo moral para el proyecto, éste no se estaba traduciendo en respaldos materiales.

Mucho tuvo que ver que el gobernador, Juan Millán Lizárraga, hubiera deseado que ni naciéramos siquiera, menos que nos consolidáramos. Muchos empresarios que habían decidido apoyarnos, recibieron llamadas de Luis Pérez Hernández, director de Gobierno y autor de buena parte del trabajo sucio que realizaba la administración de Juan Millán. “Al señor no le gustará que apoyes a Ríodoce”, les decían. Muchos de ellos proveedores del gobierno estatal, mejor no se arriesgaron.

Así que iniciamos en medio de un cerco que pretendía matarnos de hambre. Un día llegó uno de los funcionarios de Juan Millán hasta Río Mocorito, donde tuvimos la primera oficina. Hablamos del periódico y de cómo estábamos. Entonces me soltó a bocajarro: “La estrategia del gobernador es matarlos de hambre”.

Conocía a Juan Millán. Nunca tuve con él una relación porque sabía de su origen, cómo había escalado en las más altas esferas de la política mexicana, su lugar en un sindicalismo rapaz con los trabajadores y cómo se venía presentando con un discurso “alternativo” de una relación moderna, “constructiva” con el sector empresarial, lo cual no era más que una forma de extender el control de la clase obrera mientras sus líderes se seguían enriqueciendo hasta el delirio.

Nunca, desde que trabajé en El Demócrata (91-92) creí en su discurso. Por el contrario, sabía que le gustaba seducir periodistas con solo palmear sus espaldas.

No había muchos antecedentes de semanarios exitosos ni en Sinaloa ni en el país, así que, desde su concepción, Ríodoce fue algo así como un salto al vacío. Se lo dijeron a Cayetano Osuna cuando anunció que se iba de Noroeste. “Vas a una aventura, ningún proyecto de ese tipo tiene éxito en ningún lado…”
No fueron pocos los que apostaron que no duraríamos dos meses bajo la premisa de que no se puede sobrevivir en este medio si no tienes la venia del gobernador y mucho menos si vas contra sus políticas cada semana en tus páginas.

Por eso creí a pie juntillas lo que me dijo el mensajero. Al día siguiente reuní a mis compañeros y le platiqué lo que me habían dicho. Teníamos muy poca publicidad. Ya habíamos bajado el tiraje del semanario y andábamos en 4 mil, casi todos regalados en los cruceros de Culiacán. Empezábamos a vender en las escaleras del palacio de gobierno y en el edificio del poder judicial. También en algunos cruceros. Pero el resultado de la venta significaba un ingreso menor.

“Vamos a publicar una hoja por los dos lados si es necesario —les dije— pero no le vamos a dar gusto a este cabrón; no vamos a cerrar el periódico”.

Matan a Chávez Castro

Ya había ocurrido la muerte de Jorge Julián Chávez Castro cuando esto sucedió. En el número cuatro llevamos el crimen del ex coordinador estatal de Seguridad y le dimos un seguimiento que no dejó dudas de que habíamos llegado a realizar un periodismo sin concesiones. Chávez Castro era un miembro prominente de la burguesía culichi, ex presidente municipal y ex procurador de justicia en los temibles tiempos de Antonio Toledo Corro. Y hasta poco antes de su muerte, coordinador estatal de seguridad. Fue asesinado al llegar a su casa. Dos hombres lo estaban esperando y se introdujeron a la cochera donde le dispararon apenas se había bajado de su camioneta. Se lo llevaron herido y murió en el hospital. “herencia maldita”, titulamos.

Y semanas después condenamos que, lejos de pretender siquiera aclarar el crimen, el gobernador Juan Millán tuviera prisa por condecorar a la víctima, creando la Medalla al Mérito Ciudadano “JJCC”.

Por el contrario, desde el gobierno estatal se ocuparon furtivamente de manchar la imagen de Chávez Castro, pues filtraron documentos que llegaron a Ríodoce donde se evidenciaba que el ex procurador asesinado había sido involucrado en delitos contra la salud apenas tres años antes y que tenía abierta una investigación en la PGR. Me los dio mano a mano Luis Pérez Hernández, un hombre que no hacía nada si no tenía la anuencia del gobernador.

Al investigar este antecedente, fuentes de la PGR nos afirmaron que el caso había sido “congelado” desde mucho antes de que el funcionario fuera asesinado y que el gobernador tenía conocimiento de la averiguación. Aun así, lo mantuvo en el cargo y como uno de sus hombres “de confianza” en el tema de la seguridad.

Jesús Vizcarra e Inés Calderón

Ríodoce nació cuando apenas empezarían las campañas federales intermedias y Jesús Vizcarra Calderón incursionaba de lleno en la política. Jesús Aguilar Padilla lo había acercado a Juan Millán durante la campaña por la gubernatura en 1998, y el empresario se coló al grupo compacto del millanismo. De turbio pasado, ligado a una fortuna abrupta, se decían del empresario ganadero mil cosas, una de ellas, la más trascendente, que lavaba dinero del narcotráfico.

Era imposible que lo desligaran de su parentesco con Inés Calderón, uno de los narcotraficantes más notables de la segunda generación, contemporáneo de Ismael Zambada y Miguel Félix Gallardo. Inés era un hombre de poder que había bajado de la sierra de Durango –era oriundo de Chapotán, municipio de Tamazula—y construido en Sinaloa un imperio similar al del Mayo.

Pero un día fue asesinado en su recámara. Vivía en La Campiña con Olga Lidia Bazúa, ex señorita Sonora, una bellísima mujer que lo vio caer abatido por las balas. Un operativo de la entonces Policía Federal, encabezado por el comandante Guillermo González Calderoni, irrumpió en su casa y le dio muerte.

El 13 de febrero de 2003 entrevisté a Vizcarra en la oficina de Ríodoce, por la calle Río Mocorito, en la colonia Guadalupe. Aceptó la entrevista por intermediación de Aarón Irízar, quien era su coordinador de campaña.

Ya habíamos tenido un diferendo cuando yo estaba (en) Noroeste y él pretendía dirigir nada menos que el Consejo Coordinador Empresarial.

Ya escribía mi columna Altares y Sótanos y un día, en un comentario breve, me referí a la sociedad hipócrita en la que vivíamos, donde un empresario ganadero, que había construido su impero sobre la base del lavado de dinero, era presidente de la Asociación Mexicana de Engordadores de Ganado Bovino, y quería ahora dirigir el Consejo Coordinador Empresarial. Fue a principios de 2002. No mencioné el nombre de Vizcarra pero era obvio que me refería a él.

Por ese antecedente no fue fácil conseguir la entrevista ahora que ya era candidato. No confiaba en nosotros y menos en mí. Y tenía razón, porque en realidad había un tema que le pusimos sobre la mesa hasta que estuvo ahí.

Una semana antes habían asesinado en McAllen, Texas, a Guillermo González Calderoni, uno de los legendarios comandantes de la Policía Judicial Federal de los años 80´s. Había huido hacia los Estados Unidos luego de que, en 1993, un juez libró una orden de aprehensión en su contra por enriquecimiento ilícito y delitos contra la salud. Era informante de la DEA. La mañana del 6 de febrero de 2003, un hombre de color le dio un tiro en la cabeza momentos después de estar en la oficina de su abogado, Robert Yzaguirre. Murió dos horas después del atentado en un hospital.

En la entrevista con Vizcarra, cuando ya habíamos agotado los temas relacionados con su precampaña, sacamos el fusil: ¿Supo que mataron a Guillermo González Calderoni en Texas? Le solté a bocajarro. “No, no sé quién es ese señor”, respondió. “Es el que mató a su pariente, a Inés Calderón”, le aclaré. Vizcarra dio un brinco visiblemente molesto y dio por terminada la entrevista. “Yo soy derecho, Ismael, yo soy derecho”, dijo, mientras salía con prisa de la oficina.

La advertencia del Mayo Zambada

El periódico lo regalábamos en los cruceros. Hicimos brigadas nosotros mismos y desde el primer número, del que tiramos 10 mil ejemplares, fuimos recibidos con simpatía. Con el paso de las semanas, Ríodoce fue penetrando en la curiosidad de la gente. Les dábamos un ejemplar a los conductores y nos pedían otro para su compadre o su papá, según decían al paso. Regalarlo había sido una táctica de penetración en el ánimo de nuestros lectores potenciales. Provocaríamos cierta “adicción”, decíamos en tono de broma, pero también muy en serio. Se trataba de que la gente conociera lo que estábamos haciendo y que encontrara una diferencia con lo que hacían el resto de los impresos, más preocupados por el dinero o por sobrevivir, que por hacer periodismo.

Pero ninguna de las primeras ediciones provocó tanto impacto como esa del “relojito”. Desde que la edición salió a la calle sentimos el impacto. Era apenas el número 8 de Ríodoce. Llevamos en la portada un título muy provocador: “La hora del Mayo”. Y como imagen un reloj cuyo péndulo oscilaba y sugería que Ismael Zambada se estaba encumbrando en el mundo del narcotráfico ante la caída de algunos de sus principales rivales.

Ya antes, en el número 5 Javier Valdez había publicado su Malayerba con un tema que tituló “El Bailador”. Ahí relató que el capo de El Salado tenía la costumbre de realizar en su fiesta de cumpleaños un concurso de baile que consistía en que el hombre que aguantara más tiempo bailando sin parar se ganaba 100 mil pesos. Muchos entraban a la pista pero solo uno debía quedar de pie. Podía empinarse las cervezas que quisieran pero no podían dejar de bailar hasta que cayera el último.

El capo, por supuesto, era Ismael, el Mayo Zambada.

No pasó mucho tiempo, tres o cuatro semanas, para que nos llegara el aviso: “No se metan conmigo y yo no me voy a meter con ustedes”.

Teníamos la oficina por la Río Mocorito, en la colonia Guadalupe y estábamos todos y nos veíamos todos los días ahí, así que no hubo necesidad de hacer ninguna cita previa. Escuchamos la historia sin interrupciones.

“Hace días mi hermano estaba en una protesta de minusválidos en la plazuela de Navolato y llegaron unos batos a buscarlo. Iban en una camioneta nueva. Se acercaron con él y le dijeron “el señor quiere platicar contigo”. Mi hermano creyó que se trataba del gobernador y dijo ‘pues vamos’. Le ayudaron a subirse al vehículo y se vinieron a Culiacán; ya estando aquí lo llevaron a una casa donde estaba el Mayo Zambada. Entraron a la cochera y mi hermano no se bajó. Salió el Mayo y se acercó a la ventanilla y allí platicaron. Le dijo que nosotros nos estábamos metiendo con él y que eso no le parecía bien, que Ismael Bojórquez ya tenía rato metiéndose con él desde que estaba en Noroeste… Diles que no se metan conmigo y yo no me voy a meter con ellos. Yo sé que son buenos periodistas y que andan mal económicamente. Y que si ocupan que los ayude, aquí estoy”.

Fue eso, en resumen. Por un instante nos quedamos mudos y nos miramos. El Mayo era el jefe indiscutible de la plaza, nadie más poderoso que él, como lo acabábamos de publicar. Un pequeño ardor invadió mi panza.

Estando en Noroeste hicimos un reportaje sobre el monopolio de la industria y el comercio de la leche. En Sinaloa, sobre todo en el centro, no se vendía otra marca que la Santa Mónica, propiedad del Mayo. Era inaudito.

Y no era nuevo, desde muchos años atrás ocurría eso, contra las propias leyes, que estipulaban un comercio abierto. Pero disposiciones estatales emanadas de los gobiernos, impedían el acceso de otras marcas al mercado, no solo afectando los intereses de otras compañías lecheras, sino a los propios consumidores, pues no tenían opciones de compra, condenados a consumir solo lo que se expendía en las tiendas.

El reportero Alfredo Beltrán fue el encargado de hacer el reportaje, dividido en varias partes, todas documentadas a tal grado que se logró que marcas como Lala, Yaqui y Sello Rojo entraran a la competencia, incluso, en el caso de Sello Rojo, con la construcción de una planta en Mazatlán.

Era obvio que el Mayo estuviera enojado, pues buena parte de ese negocio legal que tenía se le vendría abajo. La planta, que estuvo siempre en la colonia Las Quintas, recién había sido instalada en el valle, con más tecnología y logística de distribución.

Ahora con una fuerte competencia, Santa Mónica siguió trabajando hasta que fue asegurada por el gobierno de Felipe Calderón, gracias a que el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos la incluyó como parte de los negocios ilícitos del Mayo.

Nunca pensamos en el reportaje para afectar al Mayo, pero sabíamos que detrás de las trabas del gobierno estatal, Juan Millán a la cabeza, estaba el interés de quedar bien con el capo.

Cuando en 2001 la PGR aseguró el rancho Puerto Rico en una operación dirigida por Mariano Herrán Salvatti, fue el propio Juan Millán el que operó, con el discurso de que se estaba afectando una planta laboral, para que la propiedad les fuera regresada.

Pero había algo que nos tranquilizaba. El mensajero era un viejo conocido del Mayo hasta por razones de vecindad. Así que, intimidación, amenaza, advertencia, llamada de atención, o como se le quiera llamar, nos dejó perplejos.

“¿Y qué vamos a hacer?”, nos preguntamos. “Tener cuidado, es todo”. No acordamos no mencionarlo y tampoco no hablar del narcotráfico. Solo tener cuidado. Releímos el trabajo que habíamos publicado y encontramos las posibles razones de su molestia. Uno, lo estábamos poniendo en el centro de atención de la gente como si lo ubicáramos en un mostrador –el gobierno ya sabe qué lugar ocupa y qué no—; dos, en el reportaje nos referíamos a asuntos muy personales, pues, aunque era información que ya había publicado el diario Reforma –al cual citamos—mencionábamos nupcias que había contraído en otro estado. Y tres, sacábamos a colación el asesinato de uno de sus hermanos en Cancún, algo que debió haberle dolido mucho.

Un muchacho al que solo conocíamos como “El Conan”, vendía periódicos en el cruce de las calles Nicolás Bravo y Emiliano Zapata, y le habíamos dado periódicos para que se los ofreciera a los automovilistas. Le dábamos cinco y si los vendía regresaba por más. El precio de portada era de diez pesos y se quedaba con el dinero. Lo que nos interesaba era medir el interés de la gente por comprarlo. Con el reportaje sobre el Mayo tuvo un éxito inusitado y meses después se llevaba los de la semana y “el del relojito” porque decía se lo pedían en la calle.

No volvimos mencionar al Mayo Zambada en varios meses, hasta que el narcotraficante Javier Torres Félix, el JT, fue detenido en una residencia de Culiacán, horas después de que le dio muerte a un militar cuando trató de escapar de una revisión. Javier Torres, todos lo sabían, era entonces el brazo derecho de Ismael Zambada.

Seguimos tocando el tema del narcotráfico pero matizando nombres y hechos. Nada de lo que tenía que publicarse sobre la organización de Zambada García, y sobre la del Chapo Guzmán, de los hermanos Beltrán Leyva, de los Cázarez, de los Esparragoza, de Rafael Caro… se dejó en el tintero. Todo, desde aquel arranque, hasta ahora, ha pasado por las páginas de Ríodoce…

Pero el episodio del Mayo Zambada fue una lección, sin duda, porque el mensaje fue directo. Y teníamos que aprender de ella si queríamos morir de viejos o de amor.

Las casitas de Chuytoño

2004 fue para nosotros el año del despegue. Como se renovarían los poderes estatales y municipales, el trabajo editorial se enfocó en lo político, los jaloneos internos en los partidos, los aspirantes, una alianza que se intentó entre el PRD y el PAN, las campañas, las encuestas, el apretado resultado electoral y la judicialización del proceso, hasta que Jesús Aguilar Padilla tomó el poder.

Habíamos abierto puntos de venta en abarrotes y tortillerías de la ciudad y dos casas comerciales, Farmacón y Almacenes Zaragoza, abrieron generosamente sus tiendas para que Ríodoce fuera ofrecido ahí. Pero la venta era todavía incipiente, muy lejos de representar un ingreso sólido para la empresa.

Fue en junio de 2004 cuando las ventas de Ríodoce se catapultaron gracias a un reportaje que publicamos titulado “Las casitas de Chuytoño”. Lo escribió Cayetano Osuna y documentó que, en solo 14 días, el director de la Policía Ministerial gastó más de un millón de pesos en la compra de terrenos en zonas residenciales y de recreo y que, en menos de un año, ya tenía construidas dos mansiones cuyo costo no bajaba de 10 millones.

Fue una locura publicar el trabajo y más en el contexto de violencia contra periodistas que ya se vivía. Acababan de matar al editor del semanario hermano ZETA, Francisco Ortiz Franco, en Tijuana.

Pero algo nos dejó. Si Ríodoce ya había penetrado en un sector que nos seguía cada semana, el reportaje sobre el jefe policiaco nos catapultó. A partir de ese trabajo nuestras ventas se triplicaron, igual que el conocimiento sobre el semanario. Con el tiempo, llegamos a la conclusión de que ese trabajo marcó un antes y un después en el proyecto.

Ya los diarios nacionales habían replicado algunos de nuestros temas, casi siempre relacionados con la corrupción administrativa y sobre la guerra sucia, que estuvimos tratando durante el primer año. Pero ahora la nota fue reproducida por los diarios Reforma, La Jornada, El Independiente y, a nivel local por los diarios Noroeste y El Debate. Lo hicieron también, varios noticiarios de radio y televisión.

Pero el gobernador Millán lo protegió. “Vamos a salir de esta”, le dijo. Y salieron, por el momento…

… Porque luego mataron a Rodolfo Carrillo Fuentes

Esto era apenas el principio de una ola de turbiedades que acompañaron el fin de un gobierno que se basó en la figura personalísima de un hombre que solo tenía ojos para mirarse en el espejo, que comprendía las reglas de la política y sus tiempos, pero que se aferraba al poder como si éste fuera eterno.

El 11 de septiembre explotó la bomba. Rodolfo Carrillo Fuentes, el hermano menor de Amado, que a la muerte de su hermano se quedó con buena parte de las operaciones de la organización, se encontraba en la plaza Cinépolis con su esposa. Estuvieron por espacio de dos horas y ya para retirarse, en el estacionamiento, lo esperaban varios comandos para asesinarlo. Lo mataron a él y a su esposa Giovanna Quevedo. Iban con sus hijos, pero estos salieron ilesos.

Y si la noticia tenía de suyo un impacto nacional, las circunstancias en que ocurrieron los hechos la convirtieron en algo histórico, pues el Niño de Oro, como le llamaban, era escoltado por un comandante de la Policía Ministerial con permiso, que había estado siempre bajo las órdenes de Aguilar Íñiguez. Pedro Pérez López, quien ya había sufrido dos atentados y había salvado su vida, fue herido en la balacera y trasladado a un hospital, donde fue atendido en calidad de detenido.

Con este hecho se destapó una cloaca que el propio gobernador había contribuido a cubrir con sus propias manos a pesar del hedor que despedía. Los sicarios, más de 20, fueron perseguidos por las policías y varios de ellos resultaron muertos en una cacería inusual. En los días siguientes, muchos cuerpos aparecieron terciados pero ya no se supo si era por la venganza de los Carrillo o por el enojo de la familia con aquellos que debían custodiar a Rodolfo.

Tres días duró Chuytoño en el cargo después del crimen. Para el gobernador fue imposible sostenerlo en el puesto y se fue con todo su estado mayor, todos huyendo. Luego se sabría que durante mucho tiempo se escondió en el rancho Las Cabras, propiedad de Antonio Toledo Corro.

Mucho tiempo después, ya sin cargos ni persecuciones, pues fue absuelto de todo, fungió como jefe de seguridad del ex gobernador Antonio Toledo Corro. Ahí estuvo, en las sombras, hasta que fue rescatado por la nefasta administración de Mario López Valdez, en 2011.

Dos meses después de los hechos del Cinépolis, fueron las elecciones para renovar los poderes en Sinaloa. Ríodoce sacó una portada temeraria el domingo de la elección por su título: “Nada para nadie”. Era dos fotos, una de Jesús Aguilar y la otra de Heriberto Félix.

Y tuvimos razón. La elección estuvo tan cerrada que Aguilar ganó con una diferencia del .16 por ciento y en la Suprema Corte de Justicia de la Nación —hasta donde llegaron las impugnaciones—, unas horas antes de que rindiera protesta como gobernador.

Alguien nos dijo, “le atinaron de chiripa, porque no tenían una encuesta, nada…”. Y sí, era verdad, le habíamos atinado de chiripa. O por esa percepción que deja la vagancia.

Esas manos fraternas

Ese año habíamos festejado nuestro primer aniversario con la visita de Carlos Monsiváis. En febrero cumplíamos nuestro primer aniversario y quisimos festejarlo. En medio de tantas acechanzas y malos augurios, cumplir un año era ya para nosotros una victoria. Así que decidimos invitar a Carlos Monsiváis para que brindara una charla en nuestro nombre.

Estuvo en Culiacán y Mazatlán hablando sobre la prensa y el poder. En Culiacán retacamos el teatro de la Torre académica que nos fue prestado por la Universidad Autónoma de Sinaloa y en Mazatlán el teatro de El Cid, aprovechando la generosidad de don Julio Berdegué.

Para el segundo aniversario nos acompañó Carlos Montemayor, poeta, novelista, historiador, lingüista y un congruente crítico de la opresión de los pueblos más oprimidos de México. Y años después el gran Federico Campbell, periodista, literato y crítico de un sistema y un Estado que consideraba criminal.
Estuvimos siempre, en ese arranque tortuoso pero gratificante, rodeados de intelectuales de primer nivel, queridos y reconocidos por su independencia y libertad de pensamiento, valores muy escasos hoy en día.

***

Los años siguientes fueron igualmente precarios para Ríodoce. Habíamos sido muy duros con Jesús Aguilar y al llegar al poder no quería saber nada de nosotros. Durante dos años nos negó la publicidad y solo hasta que alguien lo convenció de que al final de cuentas éramos un medio crítico pero con presencia en el público, empezó a comprar espacios.

En 2008 llevamos a cabo el Foro Internacional sobre Drogas Ilícitas, con ponentes de México, Estados Unidos y Latinoamérica, de primerísimo nivel. Nos adelantamos, podemos presumirlo, al tema de la despenalización de la mariguana, lo pusimos sobre la mesa.

Pero como si fuera una maldición, justo un día después de cerrar el Foro, estalló en Culiacán la guerra entre las fuerzas de los hermanos Beltrán Leyva y las del Mayo Zambada y el Chapo Guzmán. Algo inesperado para todos: el infierno.

Nunca Ríodoce vivió momentos tan tensos hasta que ocurrió la muerte de Javier Valdez. Cubrir los hechos, ir a las calles, reportear, investigar, escribir, tenía siempre, desde entonces y hasta 2010, por lo menos, la carga de un miedo ahogado que nos acompañaba como sombra.

La granada de fragmentación que hicieron estallar en septiembre de 2009 en el edificio donde estábamos, por Nicolás Bravo y Francisco Villa, vino a corroborar las acechanzas que se cernían sobre nosotros, vinieran ya de la clase política, de las fuerzas federales, cuya actuación siempre pusimos en duda, o de algún grupo del crimen organizado.

Durante la guerra —2008 fue particularmente infernal, el 8 de mayo, recordemos, mataron a un hijo del Chapo Guzmán—, Ríodoce cuidó línea por línea sus publicaciones, no solo porque era una obligación profesional, sino porque un desliz podía significar un ataque. Varios reporteros sufrieron agresiones de policías locales y correteadas de federales. Y aparecieron narcomantas llamando a que la prensa fuera imparcial.

El gobierno de Felipe Calderón implementó operativos, pero fueron inútiles. Nada cambió. Llegó el proceso electoral de 2010 para renovar los poderes, y el candidato del PAN y aliados, Mario López Valdez, llegó al poder con el apoyo del Cártel de Sinaloa, encabezado principalmente por el Mayo y el Chapo.

¿Hay constancia de eso? Sí, se encuentra en las páginas de Ríodoce. En la cobertura que hicimos el día de la elección, en la interpretación que hicimos de los resultados y en una entrevista que le hice a Malova, donde, a pregunta directa, me responde que, si el Mayo Zambada lo apoyó, él no se enteró. Lo que ocurrió después, la incorporación de Chuytoño a la policía, las matanzas de policías en territorios de los Beltrán Leyva, las declaraciones de Vicente Zambada en Brooklyn, también cubiertas por nuestra reportera, Alejandra Ibarra, en la Corte, nos dieron la razón.

2017, Javier, la muerte

Siempre nos estábamos riendo. De todo sacábamos “cura”. De nosotros mismos, sobre todo. Una vez Carlos Montemayor nos lo preguntó en una de las tres o cuatro tertulias en El Palomar de los Pobres, de Madero. “¿Por qué siempre se están riendo? ¿De dónde sacan tanta risa haciendo lo que hacen?”.

Tenía razón. En los momentos más tensos, más tristes, más desesperados, encontramos siempre un filón de risa. Igual, habíamos dado un “salto al vacío sin red”, como le llamábamos a nuestra aventura, y lo que éramos, que era mucho, lo que teníamos, que era casi nada, era ganancia. Apostamos todo, como jugadores enajenados, y ganar o perder no era tema. El tema era jugar y lo estábamos haciendo como nosotros habíamos elegido: en libertad, por nuestras convicciones, por la sociedad, por nosotros mismos. ¿Puede vivirse de otra manera?

La muerte de Javier Valdez nos marcó para siempre. A todos, a los culichis, a los sinaloenses, a muchos mexicanos. Fue un golpe al corazón de Ríodoce, como lo dijimos. Y nunca nos vamos a recuperar.
Nunca pensamos en la muerte a pesar de tenerla tan cerca, de cohabitar con ella, como decía Javier, de dormir con ella, de acariciarla, de sentir su vaho tibio. Nos creímos inmunes, tal vez, otra cosa, otros seres. Jugamos con ella y perdimos.

Pero teníamos que continuar, más por ello, por él, por eso. No estaba en los cálculos una tragedia así. Pero un derrotero como el que nos habíamos planteado no marcaba diferencias. No nacimos para el silencio, lo dijimos en un principio. Punto. Y menos ahora.

La otra tormenta

Después de Javier pasamos otra prueba que muchos, en el país y en el mundo, no lograron: sobrevivimos a la pandemia de Covid-19. No teníamos dinero, como casi siempre, y las ventas del impreso se vinieron abajo abruptamente. La gente no salía de sus casas y tampoco quería tener contacto con el papel.

Cerramos la oficina durante 20 meses y logramos negociar la renta para pagar solo la mitad. Bajamos la paginación de 32 a 24 páginas. También cerramos muchos puestos de venta y plazas como El Fuerte, Guasave, Guamúchil, Sinaloa de Leyva Villa Unión… Todo lo hicimos para reducir costos y sobrevivir.

Pero nunca dejamos de pagarle al personal. Nadie se quedó sin su quincena. Fue una consigna y la cumplimos en medio del esfuerzo de trabajar a distancia y tratar de sobrevivir, ya como personas, a las embestidas del virus.

Vimos con tristeza cómo medios locales y nacionales adelgazaron sus nóminas, despidieron personal y redujeron los salarios. Muchos medios, de una manera ruin, aprovecharon la pandemia para cometer atropellos laborales.

Pasada la crisis, en enero de 2022, volvimos a abrir las oficinas y empezamos, poco a poco, a recuperar lo que habíamos sacrificado. Volvimos a las 32 páginas y poco a poco fuimos reabriendo las plazas que habíamos cerrado, hasta que recuperamos la ultima.

Habíamos ganado esa batalla.

Artículo publicado el 05 de febrero de 2023 en la edición 1045 del semanario Ríodoce.

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