El ISIC rinde homenaje al trovador, fallecido en diciembre pasado, Juan Jiménez

Así como en el San Remo, en el Café Riquer y en El Peor para el sol, los aplausos fueron para Juanito, el artista que hizo de la trova un refugio para los escuchas noctívagos de la ciudad.

Eran pasadas de las nueve de la noche y el sonido de las palmas no cesaba, tampoco la nostalgia, ni las lágrimas. Una imagen proyectada en el escenario de la Sala Socorro Astol, suplía su presencia física: Juanito ya no estaba en el mundo terrenal.

En diciembre pasado partió con su arsenal de canciones y su guitarra, también con su alegría y con la esencia que lo hizo conectar con los otros.

En la fotografía Juanito sonreía, pero no dejaba de ser una imagen fría que recogía su ausencia. El fechado de su nacimiento y muerte, 27 de marzo de 1970, 23 diciembre de 2020, lo recordaba aún más.

La pandemia no había permitido decirle adiós del todo y terminar de entender que las noches sin su música, no serán nunca igual. Las madrugadas en su último bar, el Peor para el sol, sienten su ausencia.

Más de 20 años pisando las cavernas citadinas para entonar a Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute, Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Juanito para unos y Chesko para otros, lo habían convertido en un artista entrañable y solidario, que consoló las nostalgias de su seguidores. Con ellos alzó su botella diciendo: “salud que la casa pierde”.

El búnker del San Remo

Desde el San Remo, el búnker del Hotel Francis, ubicado en pleno centro de la ciudad, Juanito formado en las filas de la izquierda, ya era una celebridad. Complacía, cedía su espacio para que otros cantaran al calor de las copas y el humo del cigarro.

Ahí su público era fiel; artistas, periodistas, promotores culturales, actores, le aplaudían y pedían esas historias hechas canciones, esas mismas que lo acompañaron a su segunda casa; El Café Riquer, donde siguió rasgando su voz y su guitarra durante algunos años.

Hasta que Juanito tuvo su propio bar; el Peor para el sol y desde ahí su público creció, las generaciones viejas, se confabularon con las actuales, pero nunca perdió su centro.

Sabina, Silvio, Serrat, siguieron escuchándose, aunque de vez en vez, sonaba una que otra ranchera.

El lugar se volvió de todos y su ausencia dejó huérfanos a sus seguidores, que se reunieron la semana pasada durante el homenaje organizado por el Instituto Sinaloense de Cultura.

Orenda Gerardo, compañera de escena, junto a César Sánchez, Memo Jester, Jorge Rojas, Fernando Zamora, Flavio Paredes, guiaron la presentación con temas como Hasta siempre, comandante, Quién fuera, Quiero abrazarte tanto, Peor para el sol, Quién me ha robado el mes de abril, Y sin embargo, Playa girón, El necio…

Entre una y otra canción, sus dos hijas, amigos, alumnos de guitarra, compañeros de andanzas, lo recordaron como el artista que se ganó a pulso los aplausos de pie, las nostalgias y la rabia que provocó su muerte repentina.

Juanito siguió siendo el artífice de la reunión, pero su voz no se escuchó, ni su risa, ni esencia; los cantantes recorrieron por él sus canciones más emblemáticas, entre el silencio y la ausencia.

Juanito tenía 50 años y el día de su muerte su bar, el bar de todos se llenó de veladoras y coronas de flores y esa noche, en sus despedida, la sala que resultó insuficiente para sus seguidores, se llenó también de agradecimiento por su aporte no sólo a la vida cultural de la ciudad, sino también a la radiografía personal de aquellos que alguna vez lo escucharon cantar.

Juanito, el trovador de los días y de las noches, no se fue, se quedó como una impronta de la memoria.