Rodrigo García, conductor del metro, sobreviviente al accidente de la L12: ‘No se lo deseo a nadie’

Rodrigo García foto El País

A Rodrigo García le quedaban solo 20 minutos para completar el trayecto hasta la terminal de Tláhuac, la última parada en dirección oriente de la Línea 12. A las 22.22 cambió todo. En cuestión de segundos, dos vagones del convoy que conducía García se desplomaron, junto al tramo que sostenía la vía, antes de llegar a la estación Olivos.

A cuatro días de la última tragedia que ha enlutado a la Ciudad de México, el conductor del metro que sufrió el colapso revive el accidente que dejó al menos 26 personas muertas y decenas más heridas, las labores de rescate de las víctimas y la maniobra de frenado que evitó que más gente muriera. “Nunca esperas que te pase algo así”, dice el conductor de 39 años, “no se lo deseo a nadie”.

El diario español El País publicó una entrevista con Rodrigo García, en la que el conductor relata cómo vivió el trágico accidente.

García clava la mirada en el vacío antes de recordar lo sucedido y empezar con la narración. “Antes de entrar a la estación Olivos, el tren se levanta, se zangolotea (zarandea)”, dice con voz calma. En medio de la sacudida del cableado, el conductor observó que la caja BS, que indica las fallas del vehículo, marcaba que se había cortado la corriente y los disyuntores. Instantes después se apagaron todos los monitores de la unidad, pero alcanzó a meter el freno de emergencia, justo a tiempo para impedir que más vagones cayeran y la tragedia fuera mayor. El tren se siguió deslizando y la parte delantera alcanzó a entrar en la estación. “Cuando se llega a detener, observo hacia el frente y no veo nada”, recuerda.

El conductor cuenta que intentó salir, pero la puerta de la cabina estaba trabada y tuvo que abrirla manualmente con una llave de triángulo. “Salgo, me asomo y cuando volteo hacia atrás veo humo”, relata García. “Avanzo hacia adelante, hacia el andén y tomo el teléfono de señal, con el que nos comunicamos directamente con los reguladores, nuestros jefes, para informar o reportar cualquier situación”, agrega. A partir de esa comunicación, los reguladores de la red deciden cortar la corriente en toda la Línea 12.

— Le informo: veo presencia de humo, veo que hay gente saliendo del tren.

— OK, compañero. Proceda a tranquilizar y hable con la gente—, le dijo la reguladora.

García reproduce las conversaciones palabra por palabra, siempre en presente.

El conductor comenzó a recorrer los cinco vagones que se habían mantenido a la altura del andén y abrió las puertas manualmente para que las personas pudieran salir de los vagones. “Hubo un corte de corriente, tranquilícense, ahorita los vamos a desalojar”, les gritaba a los pasajeros, que se pegaban a las ventanas para tratar de escuchar. “La gente (en los vagones de adelante) estaba tranquila, no sabía lo que estaba pasando, nadie estaba corriendo, todos bajaban caminando”, comenta, “hasta había gente saliendo por la cabina”.

“Desciendan, por favor. Todos desalojen”, gritaba García. “Cuando volteo, me encuentro con el jefe de estación que me dice: ‘tu tren se descarriló”. El conductor no lo podía creer. El encargado de la parada Olivos estaba ayudando a gente que intentaba salir y se fue poco después a informar a los reguladores.

“La gente estaba saliendo por la parte que se degolló del tren, donde se desprendieron los vagones, para llegar al andén”, comenta. Cuando se quedó solo sobre la vía se dio cuenta de que algo andaba peor de lo que esperaba: “Lo que yo pensaba que era humo, era polvo. Todo lo que se veía era polvo”. A su regreso, el inspector y él fueron autorizados para ir a ver qué había pasado en la parte trasera del convoy. “Tu tren no se descarriló”, corrigió el inspector, “la ballena (plataforma) se cayó, se desplomó todo esto”.

— Le informo: estoy aquí en la interestación Tezonco-Olivos. Le informo: la ballena se desplomó.

— ¡¿Cómo que se desplomó?!—, le dijo estupefacta la reguladora.

Después de colgar en el teléfono de señal, García volvió a la vía y entró al último vagón que había logrado mantenerse sobre el puente. “Había tres personas en el piso desmayadas”, cuenta. “Veo y llego a una parte donde había un brazo, nunca vimos las demás partes del cuerpo”, relata. De acuerdo con su testimonio, dentro del tren había también viajeros conscientes que se habían quedado cuidando a otras personas que resultaron heridas. Un señor se quedó viendo por su esposa: “Le dije quédate con ella, apóyala, no te muevas de ahí, no te separes”.

— Si no eres familiar, por favor, desciende.

— Es que mi amigo se quedó atrás, en el otro vagón—, le dijo un chico.

— ¿Cuál vagón?

— El que se cayó.

Los pasajeros de los primeros cinco vagones lograron, en su mayoría, salir por su propio pie, dice García. Los dos últimos del convoy se colapsaron sobre la avenida Tláhuac. El tren, según los cálculos del conductor, iba a tres cuartas partes de su capacidad. “Hubo un momento en el que estábamos ahí viendo donde estaba más gente (en una de las unidades que se cayeron), escuchamos ruidos y empezamos a gritar: ¿Hay alguien ahí?”, narra García, “y después empiezan a gritar y pegar en el tren que estaba abajo, hacia la avenida. La Policía Auxiliar se acerca para romper una ventana y logran sacar a un chavo”.

“Rodri, ¿estás bien?”, le preguntó una de sus compañeras cuando salió del andén. “Me abrazó y me puse a llorar”, confiesa. “Tú no tuviste la culpa, solo cumpliste tu función”, le dijo antes de que una colega lo acompañara al hospital. García cuenta que el coche que le habían prestado para ir a Urgencias estaba atrapado, no podía salir del cordón policial. Cuando por fin llegó al médico, le detectaron una dolencia en las lumbares, pero estaba bien, aunque seguía en shock.

El conductor no se siente cómodo ni con la etiqueta de héroe ni con la de culpable. “No puedo decir ‘yo los salvé’, solo realicé la maniobra que tenía que hacer”, dice, por un lado. “No siento que sea culpable”, responde, por el otro. “Siento que a cualquier otro compañero le hubiera sucedido”, reflexiona, “desafortunadamente, me tocó a mí”.

En los días que siguieron a la tragedia, la atención y el escrutinio de los medios se ha centrado en las causas del derrumbe. “En esta línea ha habido muchos conflictos”, dice antes de hacer una pausa, “hay muchas cosas que se ven desde dentro”. García empieza a enlistar esa larga lista de problemas: desgaste en las ruedas y en los rieles; trenes que se quedan sin radio, incomunicados; puertas que no funcionan; un trazado lleno de curvas, y donde los vagones se bambolean. “Cuando fue el temblor (de 2017) hubo muchas afectaciones, sobre todo en los pilares, en la parte a nivel de calle”, comenta. “Hay partes en las que el tren frena y se mueve toda la estación, no sé si sea normal”, agrega.

El Sindicato Nacional de Trabajadores del Sistema de Transporte Colectivo, al que pertenece, ha reclamado en los últimos días que sus agremiados no cuentan con las condiciones para trabajar de forma segura, aunque las autoridades defienden que los recursos para el metro son los suficientes para garantizar la operación. “Si ya estás viendo desde antes que hay problemas, analizas toda la línea, ¿no?”, cuestiona García.

Tras la tragedia revivieron los reclamos de los vecinos de la zona por las malas condiciones de la infraestructura y las denuncias se extendieron a otras líneas. Esta misma semana se inundó la estación de La Raza y hubo un corto circuito en la estación Pantitlán, la que conecta con más líneas.

Con todo, el conductor del metro no se anima a señalar directamente las fallas que se habían registrado desde el terremoto y la falta de recursos como causas directas o señales de que la tragedia se pudo prevenir. “Todo esto es algo que me llevo muy adentro, me quedo con que mis compañeros no me dejaron solo y me apoyaron”, dice García desde las oficinas del sindicato, aún sin decidir si se pondrá al control de las máquinas otra vez.

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