El hambre llega a las calles de Culiacán; desempleados y ambulantes piden ayuda

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La falta de comida los sacó a la calle. Rompieron el confinamiento por el hambre. En la medida que se prolonga la cuarentena, empiezan a salir a pedir comida personas que no tienen trabajo y tampoco qué comer.

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En las calles de Culiacán se pueden observar a trabajadoras domésticas y meseros eventuales pidiendo despensas, o artesanos cambiando sus productos por pañales o comida. Dicen que les da vergüenza pedir, pero se la aguantan porque no tienen otra opción, empleo no hay.

Entre meseros y trabajadoras domésticas son más de 200 personas que ya no tienen qué comer.

Algunos tienen hasta dos meses sin trabajar. Desde que empezó la pandemia por Covid-19 las actividades que realizan quedaron suspendidas y su fuente de ingresos también. Se quedaron sin dinero porque viven al día, no trabajan un día no hay ingreso.

Si no morimos de coronavirus, vamos a morir de hambre, coinciden algunos.

 

Cambian bolsas por pañales

Jocelyn y Maximiliano dejaron Huajuapan de León, en Oaxaca, porque allá hay mucha pobreza y a veces no hay ni para comer; tres años después, aquí en Culiacán están en la misma situación, tampoco tienen para comer; o están peor, porque ahora tienen a su hijo Andrés de un año y medio de edad y ella un embarazo de siete meses.

La pareja atiende un puesto ambulante de venta de bolsas y pulseras tejidas a mano en la entrada al estacionamiento de Sams Club Tres Ríos. Desde la semana pasada cambian sus productos por pañales etapa 4, toallitas húmedas, comida o productos de limpieza.

En su pueblo, en la región mixteca, Maximiliano aprendió a tejer bolsas y pulseras por tradición familiar y las vendía, a eso se dedicaba, pero si algo hay allá en Oaxaca es artesanos vendiendo sus productos.

Debido a que hay mucho artesano y vendían poco y a veces no tenían ni para comer, se vinieron a Culiacán. Y aquí, dice Jocelyn, con la venta de bolsas y pulseras al menos sacaban para comer y pagar la renta y el agua y la luz, hasta hace algunas semanas.

Con el inicio de la pandemia las ventas empezaron a bajar. Cuando el Gobierno ordenó el cierre de actividades no esenciales dejaron de salir a vender.

La semana pasada, a pesar del riesgo de contagio, volvieron a instalar el puesto porque ya no tenían qué comer ni para pagar la renta. “Que sea lo que Dios quiera”, dice Jocelyn.

Ahora cambian las bolsas que cuestan entre 150 y 200 pesos y pulseras con valor de 50 a 80 pesos, por comida o por pañales y toallitas húmedas para Andrés.

Hay días en que no hay ventas, y en otros a lo mucho venden dos bolsas. Parte de ese dinero lo dan de adelanto al casero por la renta que deben.

Cuenta Jocelyn que la gente sí los ha apoyado con algunas cosas de despensa y pañales. “Hay gente de buen corazón que nos trae algo, pañales, toallitas húmedas o algo de ropa”, comenta.

Las personas que los han apoyado lo han hecho solo por ayudarlos, dice, pues no han aceptado una pulsera o una bolsa a cambio.

La pareja oaxaqueña seguirá ofreciendo sus productos a cambio de comida o pañales mientras se regularizan las ventas, que esperan sea pronto porque otro hijo viene en camino.

TRABAJADORAS DOMÉSTICAS. A la calle.

 

El hambre puede más que la vergüenza

Les da vergüenza, pero ahí andan. Se quedaron sin trabajo, sin dinero y sin comida y la necesidad las hace aguantarse la pena de sostener un cartel en el que piden ayuda o un bote para que depositen dinero.

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Son trabajadoras domésticas que desde hace tres semanas sus patronas las mandaron a descansar sin goce de sueldo. La justificación fue que podían llevar el virus del Covid-19 e infectar a la familia.

“Nos dijeron que como somos de entrada por salida, entrabamos y salíamos a la casa todos los días y que nos fuéramos a resguardar, tenían miedo que fuéramos a llevar el virus”, expresa Isabel.

Este grupo de 12 mujeres, todas son jefas de familia, ellas son la única fuente de ingreso en sus casas.

Desde la semana pasada, piden ayuda en el cruce de los bulevares Jesús Kumate y Aeropuerto, frente a la plaza Del Valle.

Las mujeres se ven tímidas. Cuando el semáforo se pone en rojo, dudan para caminar por entre los carros, algunas con un bote para que los choferes depositen dinero y otras con una pancarta con la frase “necesitamos de su apoyo, empleadas domésticas y jefas de familia desempleadas”.

“Nos quedamos sin trabajar y si nos da un poquito de vergüenza venir a pararnos aquí, pero la necesidad fue muy grande porque ya no tuvimos más para donde arrancar y nos juntamos y con vergüenza y lo que quieran pero aquí estamos”, comenta Isabel.

Ella no tiene ingreso económico desde hace tres semanas y mantiene a su mamá y a su hija.

Cuando dejaron de trabajar se estuvieron echando la mano, si alguien por ejemplo no completaba para pagar el agua, entre todas juntaban; si a otra le hacía falta algo de comida, las que tenían le daban, pero después de tres semanas sin ganar un peso todas están igual, sin dinero y sin comida.

La gente les ha estado llevando algo de despensa, o comida ya preparada para que coman algo mientras están ahí o les dan desde un peso.

Tienen la esperanza de seguir juntando los principal que es la comida; los pagos de renta o luz, dicen, ya después verán cómo le hacen.

“Somos madres de familia con hijos y no sabemos cuánto tiempo va durar esto la verdad. Y la verdad es que no nos matará el virus pero sí nos va matar el hambre”, expresa Isabel.

MESEROS CULICHIS. Se acabó la comida.

 

Meseros, dos meses sin trabajar

Mariel ya no carga charolas con comida o alimentos, hoy en sus manos trae una pancarta que dice “centro de acopio para meseros eventuales”.

Desde hace dos meses no tiene trabajo como mesera. Todos los eventos se cancelaron. En estos días debería estar en Hermosillo, trabajando en el palenque pero se suspendió y está en el cruce de Zapata y Bravo pidiendo despensa.

Junto con ella, alrededor de 20 de sus compañeros vestidos con el chaleco negro y la corbata, camisa blanca manga larga y pantalón negro, esperan a que el semáforo se ponga en rojo para pasar por entre los carros.

Dice Mariel que son alrededor de 200 meseros eventuales los afectados. Ellos son los que sirven la comida y bebidas en las fiestas particulares, los que atienden en el palenque, en los estadios, en los conciertos.

Desde marzo se quedaron sin trabajo porque se cancelaron todos los eventos y también sin ingresos porque ellos solo se dedican a “meserear”.

“Es el único trabajo que tenemos, nosotros si trabajamos ganamos, si no, no ganamos nada, más que nada nuestro trabajo es por propina. Muchos se fueron quedando sin trabajo y sin dinero porque la pareja, los dos eran meseros, y pagan renta, agua, luz, tiene niños, hay familias que nomás son meseros”, dice.

Los meseros se organizan en turnos y por grupos de 20 ó 30 para salir a la calle y lo que juntan lo reparten entre los más de 200.

La semana pasada, hasta el jueves, habían armado 25 despensas.

Mariel ve un panorama muy angustiante para los próximos meses porque duda que las actividades en las que ellos trabajan se reanuden pronto por ser eventos masivos.

Por ejemplo, dice, después del palenque de Hermosillo, algunos de sus compañeros se iban a trabajar al de Tijuana y luego al de Mexicali y ya están cancelados.

“Nos la estamos viendo negras todos, a muchos nos van a sacar de las casas porque no tenemos para pagar la renta pero mientras que no nos falte la comida, porque si no nos mata el Covid-19, nos va matar el hambre”, expresa.

Artículo publicado el 17 de mayo de 2020 en la edición 903 del semanario Ríodoce.

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