La polaridad de Mazatlán siempre ha estado muy bien marcada pero nunca tan notoria como hoy, cuando el coronavirus ha paralizado por completo a la actividad turística pero no ha logrado detener la rutina de sus habitantes.
Es el día 41 de la cuarentena. El icónico malecón es casi un desierto, sólo el sonido de las olas y el graznido de las gaviotas ambientan el paseo costero. Los hoteleros han clavado tarimas de madera enormes en los accesos a sus hoteles, esos que nunca o casi nunca cierran la puerta al desvelado turista que acostumbra regresar por la madrugada, cuando la fiesta ha terminado.
Los hoteles están cerrados desde el 1 de abril pues los contagios de Covid-19 comenzaron a propagarse sin freno alguno. Desde entonces, Sinaloa no ha logrado salir de los primeros lugares con más casos en todo el país.
Esa crisis se puede palpar en la enmudecida zona turística, pero unas cuadras abajo del malecón, al interior de las colonias, en los mercados de El Conchi, en el de Villa Verde o en el mercado de la Juárez, ahí pareciera que la cuarentena no existe.
Si bien los mercados municipales han bloqueado la mayoría de sus accesos y permiten el ingreso sólo a personas que porten cubrebocas, el flujo de los consumidores no ha disminuido.
Es 30 de abril y los festejos por el día del niño se convierten en el pretexto perfecto para aglutinarse por montones afuera de las pastelerías y las dulcerías, que no autorizan el ingreso a las tiendas pero tampoco marcan la distancia en las filas que se forman afuera de los locales.
Pareciera que ya nadie recuerda a la famosa Susana Distancia y mientras esperan en la fila para hacer su pedido, algunas personas se cansan del cubrebocas y se lo bajan a la altura del cuello.
El rechazo al cubrebocas es notorio también entre quienes utilizan el transporte público. Por ordenamiento gubernamental, los choferes prohíben subir y viajar en el camión sin portar una mascarilla pero apenas descienden de la ruta, un par de mujeres se quitan el cubrebocas, lo hacen bolita y lo guardan sin ninguna protección en sus bolsas de mano. Y siguen su camino entre pláticas y risas.
Afuera del mercado de El Conchi, el señor Noe Frías vende bolsitas con tres cubrebocas de tela por 20 pesos. Hace un mes y por más de 40 años, se dedicaba a vender productos de mercería como hilos, agujas y elásticos. Ahora don Noe llega a vender unas 15 o 20 bolsas de cubrebocas al día.
Originario de Veracruz, el vendedor ambulante agradece que la pandemia le haya tocado en Mazatlán pues allá en su tierra las medidas son totalmente estrictas y el Ejército prohíbe la salida a las calles.
“Mi familia está en Veracruz, allá está todo cerrado, las tiendas, el mercado, las colonias, allá está más difícil porque andan los soldados y no te dejan salir, aquí está mejor porque aquí sí nos dejan vender”, cuenta el hombre de 65 años que se ha dedicado toda su vida al comercio ambulante.
Un poco más hacia el interior de la ciudad, en la mítica colonia Juárez, el tráfico vehicular fluye a paso lento como en un día cualquiera. En los paraderos de camiones, la gente se congrega sin ninguna cautela, esperan su transporte sin usar la mascarilla y sólo cuando es momento de abordarlo se la colocan a regañadientes.
Decenas de vehículos avanzan despacio mientras buscan un estacionamiento alrededor del mercado Miguel Hidalgo. A diferencia de otros mercados municipales, aquí la mayoría de los locales están abiertos.
La administración del inmueble ha instalado vallas afuera del único acceso al centro comercial. Un guardia acomoda a las personas que esperan su turno para entrar. “Por favor, tomen su distancia”, les insiste el hombre pero sólo unos cuantos obedecen, el resto espera aglutinado, hombro con hombro.
El espectáculo en la colonia Juárez llega a ser molesto para cualquiera que ha pasado los 40 días encerrado en su casa. Lo que ahí sucede es increíble, desde la perspectiva de quien lleva el conteo diario de muertes por coronavirus en el Estado y al 30 de abril ya sumaban 142 según los números de Salud.
En las esquinas de los cruceros las bandas de música ambientan la espera del semáforo. Los músicos han sido de los sectores más golpeados por la prohibición de los festejos, los espectáculos o cualquier concentración de personas. Ahora pasan de carro en carro pidiendo una ayuda y la respuesta es unánime aunque sea con unos pesos.
La polaridad de Mazatlán comienza a notarse de nuevo en el centro del puerto. En el primer cuadro de la ciudad, las cortinas de los negocios están abajo y sobre ellas se pueden leer letreros que anuncian el cierre temporal debido al coronavirus. La mayoría son cadenas comerciales que en el resto del país también se encuentran cerradas.
La ausencia de turistas curioseando por las calles del centro histórico es evidente. Desde el mercado Pino Suarez, pasando por la Plazuela Machado y hasta el paseo de Olas Altas, la pandemia está presente.
En Mazatlán, dos ciudades se enfrentan a la misma contingencia, la ciudad del turismo que aguanta tambaleante uno de los golpes económicos más duros de los últimos años desde la crisis por la violencia, y la otra ciudad, la de los mazatlecos que se resisten a aceptar que un virus pueda acabar con su fiesta.
Artículo publicado el 03 de mayo de 2020 en la edición 901 del semanario Ríodoce.