Cine: ‘Un papá pirata’

papa pirata

Con Oveja Negra (2007), el director Humberto Hinojosa Ozcariz entró con el pie derecho al quehacer cinematográfico, principalmente, por la sencillez de la película y las buenas actuaciones. Con I Hate Love/Odio el amor (2013), Paraíso perdido (2016) y Camino a marte (2017), mantuvo su estilo con resultados decentes, pero menores.

En Un papá pirata (México/2019), el también guionista, simplemente, insiste en la mala racha: se sale del campo y la playa, sus escenarios frecuentes y preferidos, y llega a la capital del país en un drama con tintes de comedia o viceversa, que inicia muy bien, pero pronto se pierde y jamás se recupera.

A punto de morir, la abuela (Isela Vega) le dice a su nieto Ian (Luis de La Rosa) que no es hijo de Jorge (Andrés Almeida), sino de André (Miguel Rodarte), un retirado actor que se la pasa alcoholizado y es dueño de una empresa de animación para negocios. La curiosidad lleva al joven a encontrarse con su padre biológico, sin revelarle quien es, solo para trabajar juntos y conocerlo un poco más. En el proceso, Ian intenta ayudar a André a que su compañía mejore, se enfrenta a los encantos del primer amor, a los beneficios de la amistad y valorar más a la que siempre ha sido su familia.

El plano secuencia de alrededor de cuatro minutos del inicio, acompañado de la ópera Carmen de Georges Bizet y la presencia de Andrés Almeida –con la mejor actuación, mientras el resto cumple regularmente–, hacen suponer que todo irá por buen camino en el filme escrito por Hinojosa Ozcariz junto a Yibrán Asuad, Anton Goenechea y Pedro Zulu González. Por desgracia, muy pronto, las incoherencias y la incapacidad de funcionar en su intención de conmover y/o de hacer reír, llevan a que se pierda el encanto de Un papá pirata.

El primer detalle es que la reacción de Ian cuando se entera que no es hijo de Jorge es bastante alejada de lo creíble. Puede ser lógico su inmediato interés por conocer a su padre biológico, pero no su inexpresividad, negativa o positiva, para rechazar o valorar más a sus padres. El segundo es que la respuesta de los desenmascarados progenitores tampoco coincide con lo que generalmente pasa en la realidad: el hijo se va de la casa y, prácticamente, no hacen nada, ni le dan la importancia que eso implica, más por tratarse de un menor de edad. El tercero es que, si bien se expone que la abuela está a punto de morir y, efectivamente, eso sucede, no se muestra ni se dice nada al momento, simplemente se esfuma y más adelante se comenta el hecho de manera indirecta.

La película acierta en abordar una temática poco frecuente en el cine de este país: la paternidad, matizada con la disyuntiva de si es o no necesario engendrar para ejercerla; la reacción del hijo al enterarse que fue “engañado”; la duda del “padre impostor” y la “madre cobarde” de no haber hecho lo correcto o hablado a tiempo; y lo desconcertante de enterarse de sopetón que se tiene un hijo.

El director de las series Alguien más (2013), La hermandad (2016) y Luis Miguel, la serie (2018), quizás pensó que incluir a la cada vez más recurrente Natasha Dupeyrón, al standupero Slobotzky, a la clásica canción Lucha de gigantes y las actuaciones especiales de Ernesto Laguardia y Adal Ramones, abonarían a mejores resultados, pero no le resulto. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 3 de noviembre de 2019 en la edición 875 del semanario Ríodoce.

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