Sociedades solidarias

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Una mañana de octubre de 2009 estaba en mi cubículo del Instituto de Iberoamérica en la Universidad de Salamanca, a donde meses antes había llegado por un año, para hacer una estancia de investigación con una beca de Conacyt.

De pronto escuché el sonido de un timbre agudo que lo sacudía todo y salí a ver que es lo que ocurría entre los muros de roca del bello edificio salmantino. Aparentemente todo transcurría sin mucho sobresalto, pero instantes después directivos, administrativos, profesores, investigadores y estudiantes, empezaron a caminar rumbo a la salida del edificio y entonces pregunté qué es lo que estaba pasando y un colega me explicó el motivo del timbre y la salida a la calle.

Esa mañana la organización nacionalista vasca ETA había actuado nuevamente asesinando a un militar o funcionario público, y ese tipo de acontecimientos automáticamente activaban las alarmas en todos los edificios públicos del Estado español y los que ahí laboraban o estudiaban salían a la puerta principal para hacer un acto de protesta silenciosa por este tipo de crímenes.

Me pareció estupenda la idea y me sumé a la protesta contra el acto criminal de los etarras, mis compañeros universitarios estaban estoicos mirando el horizonte azul del otoño salmantino que hacía sentir sus primeros fríos otoñales.

Aquel acto y aquella imagen silenciosa me quedaron grabadas para siempre, como un acto de esperanza democrática, no hubo discursos, ni pancartas, o pronunciamientos del colectivo reunido, solamente silencio, el puro y duro silencio, multiplicado por cientos de miles o millones en toda la península ibérica incluidas las instituciones del país vasco.

Este tipo de actos silenciosos a la larga hicieron su contribución para que años después se desactivara la actuación de ETA que dejó de matar en aras de la independencia política de Euskal Herria, y hoy España tiene problemas, muchos, pero no se mata por razones políticas.

Esta semana después de los asesinatos del matón solitario de la dolida Texas, donde se acabó con la vida de nueve, o diez personas, que tuvieron la mala suerte de cruzarse por su camino, leo una nota pequeña, perdida, anecdótica, de que la Bolsa de Valores de NY había suspendido momentáneamente sus actividades financieras como muestra de solidaridad con las víctimas y sus familias en ese nuevo atentado de una serie que no parece terminar en las calles de nuestro vecino del norte.

Sin dejar de reconocer que una vida perdida en esas condiciones debería disparar el resorte de la solidaridad social, en el caso de que no es una, sino de decenas debería llamar al estruendo del silencio activo y es que uno no puede dejar de comparar que en nuestro país donde diariamente nos enteramos de una masacre en Michoacán y al día siguiente en el Estado de México; Chihuahua y Jalisco, Quintana Roo o Sinaloa, no se ve por ningún lado la activación de ese resorte masivo que me tocó ver en España y que tiene eco en NY.

No, porque cómo lo dice un señor que vende hamburguesas bajo un puente de Uruapan, donde recientemente colgaron una decena de hombres y mujeres, eso no le quita el sueño: “yo sigo sirviendo mi producto a mis clientes que al igual que yo no quieren problemas”.

Lo dice sin inmutarse en lo mínimo mientras la carne cruda se quema en la plancha de acero y esa visión de este pequeño comerciante michoacano pareciera ser la que priva en todos los ámbitos de nuestra sociedad, puede que, en un solo día, maten cientos de personas y salvo familiares y algunas organizaciones de derechos humanos eleven su voz, pero el resto se atrinchera en su cotidianidad y el último rincón de su casa.

No se si la experiencia española o la inédita de la Bolsa de Valores de NY sean las indicadas para este México ensangrentado, pero de lo que sí estoy seguro es que son necesarias más iniciativas desde la sociedad, romper la sombra del miedo y con pequeños actos como el de los españoles en los tres niveles de gobierno y las instituciones autónomas, puede empezar a cambiar la pasividad por la proactividad en contra de nuestra violencia cotidiana.

Y para ello basta, quizá solo basta una indicación administrativa o una postura legislativa, para activar ese resorte que todos estamos esperando y no sabemos por dónde.

En definitiva, mi estancia en Salamanca me dio una enseñanza, de viva voz, de viva piel, ahí está para todos como lo dice Carmen Aida Guerra “algo tenemos que hacer”.  Que así sea.

Artículo publicado el 8 de septiembre de 2019 en la edición 867 del semanario Ríodoce.

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