Una crítica de sí para sí. O la crítica para el gremio. O una crítica a lo no hecho y a lo callado, a la autocensura. O el respeto para aquellos que no quisieron guardar silencio ante la irrupción del narcotráfico al periodismo. Cualquier interrogación se responde igual: reanudar la voz de Javier Valdez. Y así lo hicieron con la presentación del libro Narcoperiodismo.
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Familiares y amigos del cofundador del semanario Ríodoce, a dos años de su muerte y encabezados por Griselda Triana, presentaron la última obra de Javier. Fue publicada en 2016, y ahí narra el cómo deciden trabajar los periodistas que cubren el narco, y no callar aunque la muerte los persiga.
En el evento realizado en la Torre Académica como parte de la Segunda Jornada Malayerba, la sala de usos múltiples del recinto universitario se llenó. Ahí, unos lentes y su estuche. También una botella de güisqui y un sombrero. Y entre esos objetos, un libro escrito con sangre, la última obra de Javier.
El barullo acallado con la voz de Griselda Triana dio paso al evento donde participaron el escritor y periodista José Reveles, quien leyó algunos pasajes de la obra, y Jan Jarab, representante en México del alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos.
José Reveles acopió a la misma lógica de Javier: el ejercicio de mirarse al espejo. Así describió la última obra del también colaborador de La Jornada, y como una premonición, al tratarse de un texto que recopila testimonios de periodistas en medio de agresiones, tanto oficiales como del crimen organizado y de la autocensura, la obra se vuelve obligatoria.
Jan Jarab agrega otra cosa importante. Al público, con ojos bien abiertos, les recuerda dos cualidades del Javier periodista: la indignación y la empatía. Esas son herramientas útiles a la hora de investigar, y herramientas que el mismo Javier utilizaba en su día a día. Por eso, lo mismo recorría las calles de Culiacán o la zona de guerra en Tamaulipas: la indignación y la empatía que lo llevaron siempre a escribir, al rescate “de la voz de tantas personas hundidas en la desesperación y una esperanza enferma”.
Luego una pequeña intervención de Griselda Triana. Lee unas líneas de una compilación de textos de Javier a la que nombraron Periodismo escrito con sangre. Luego fue interrumpida porque llegó el mediodía y hubo que lamentar el día número 730 de impunidad.
Antes que nada más sucediera unos gritos dentro de la sala: “Javier Valdez vive, Javier Valdez vive”. La misma gente se encargó de dejarlo en claro. Javier Valdez, vive. Otros periodistas se unen a la consigna y a pesar de que los días transcurren, su voz no se calla.
Volver el tiempo atrás
La tarde del 30 de septiembre de 2016, Javier golpeaba las teclas de su computadora. Detuvo el proceso solamente para platicar brevemente de su obra, misma que contó con prólogo de Juan Villoro.
Según palabras del propio Javier, no es sólo una denuncia o una historia contada desde adentro, sino un ejercicio de autocrítica, una autopsia en vida, o bien, “acuchillarse a sí mismo”.
Y durante esa breve entrevista, Javier regala varias reflexiones, pero una cobra vigencia extra.
“Porque esto tiene una importancia social, porque no sólo es (Carmen) Aristegui, y qué chingón que tengamos a Aristegui y haya muchos aristeguis en el país, pero al buen periodismo de este país le falta sociedad. Entonces sí sería importante, fabuloso, brincar el cerco gremial del asunto de los medios para que trascienda al ámbito académico, político, social, educativo, un libro de este tipo. No porque sea bueno o malo, sino porque puede ser el punto de partida para un debate, para una reflexión, una autocrítica”.
Artículo publicado el 19 de mayo de 2019 en la edición 851 del semanario Ríodoce.
