Tráfico de droga: El agente de aduanas, el químico forense y un narco

Para ilustrar la red y el alcance de las plazas del Cártel de Sinaloa en México, el Rey Zambada dijo, en la corte federal de Nueva York durante la primera semana del juicio contra el Chapo Guzmán, que “si un cargamento de Colombia tiene que llegar a Guerrero, hay un sublíder ahí. “¿Chiapas? Ahí hay otro. ¿Guerrero? Otro. ¿Jalisco? Otro. ¿Sonora? ¿Sinaloa? Otro líder”.

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Los primeros testigos de la fiscalía fueron Carlos Salazar, agente retirado de aduanas: un hombre enjuto, menudo, con ojitos redondos, pequeños y un perfil que puede fácilmente pasar desapercibido. Robert C. Arnold, un hombre mayor, con cabello quebrado de un blanco resplandeciente, químico forense retirado con múltiples títulos universitarios y acreditación como testigo experto en las cortes de prácticamente todas las jurisdicciones de Estados Unidos. Y Jesús Reynaldo Zambada García, el Rey, un hombre con mirada inexpresiva y cara ancha que resultó ser el testigo más carismático de los tres, a pesar de su traje de prisionero, de ser hermano del Mayo Zambada y de su rol como líder de plaza para el Cártel de Sinaloa en la Ciudad de México.

“¿Qué es la cocaína?” le preguntó la fiscal al Rey Zambada durante el segundo día de su testimonio. Zambada, quien testificó que el Cártel de Sinaloa traficaba cocaína colombiana a los Estados Unidos de 2001 a 2008, dijo metódicamente que “la cocaína viene de un árbol que tiene una hoja, ésta se muele y queda un tipo de harina”.

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Era harina blanca, también, el material incautado al que Arnold le hacía pruebas por parte del gobierno para determinar si era, o no, cocaína. El químico forense había concluido que un envío de casi 930 kilos de droga incautado en Arizona en 1990 era, 95 por ciento, cocaína pura. Pero nunca realizó pruebas para determinar su origen, con lo que la defensa sembró la duda sobre la procedencia de la misma. Tampoco pudo convertir los kilos a libras, y al equivocarse, la defensa logró cuestionar su autoridad.

Una vez que la cocaína llegaba de Colombia a México en barcos mercantes o lanchas rápidas, explicó el Rey, ésta se trasladaba a la Ciudad de México, donde se empaquetaba con un hule “al que llamamos condón”, dijo, y varias capas de cinta. Después le ponían la marca del productor colombiano a cada tabique y así éstos quedaban clasificados como: Reina, Pacman, Coca Cola o Safiro, entre otras marcas.

Cuando Salazar, agente encubierto retirado, descubrió un túnel que conectaba la ciudad de Agua Prieta, Sonora, con Douglas, Arizona, encontró un cargamento de 926 tabiques de cocaína con varias marcas. Al túnel, explicó mientras se proyectaba un video de su descubrimiento en mayo de 1990, se accedía mediante una compuerta secreta que levantaba el piso con pistones hidráulicos.

Pero entre el descubrimiento del túnel, la incautación de cocaína y el reporte donde se contabilizaron y clasificaron los paquetes de droga, había una discrepancia de al menos una semana, logró determinar William Purpura, el abogado de la defensa durante su interrogación a Salazar.

De la capital, la cocaína viajaba a Chihuahua o Sinaloa en pipas de gas. Después la cruzaban a Estados Unidos por tierra en tracto camiones, carros pequeños con compartimentos secretos en operaciones hormiga, o por los túneles que le ganaron al Chapo el apodo del Rápido. Las armas de fuego que usaba el cártel también viajaban por túnel, pero en sentido contrario, de Estados Unidos a México, dijo el Rey.

“¿Y la heroína?”, quiso saber la fiscal después. “Viene de una planta llamada amapola que da una flor muy hermosa y en el centro tiene una pelotita”, empezó a explicar el Rey. La zona más rica con cultivos de amapola y mariguana es el Triángulo Dorado, dijo, una región entre Sinaloa, Durango y Chihuahua. Los campos con las flores rojas de la amapola se alcanzaban a ver desde el helicóptero en el que Rey viajaba para visitar al Chapo en las montañas, donde permaneció 13 años después de su famoso escape de la prisión de Puente Grande en 2001.

Además de cocaína, mariguana y heroína, el Cártel de Sinaloa también traficaba metanfetamina, explicó el Rey. Al Chéspiro lo conoció en un parque de la Ciudad de México, cuando éste se presentó como la mano derecha del Chapo en el negocio de la metanfetamina. Juntos, el Chéspiro y el Rey organizaron al menos una importación de aproximadamente 20 toneladas de efedrina proveniente de Asia, por medio de empresas legales, para poder producir “hielo”, un tipo de metanfetamina que parece cubitos de agua congelada. Después de la importación desintegraron la empresa.

Desde sus muy diferentes trincheras, los tres testigos de apariencias, personalidades y acentos completamente diferentes, habrían dedicado más de dos décadas de sus vidas a alguna actividad relacionada con el tráfico de cocaína. Y los tres, por azares del destino, terminarían sentados un día de noviembre de 2018, en la misma silla de testigo, uno tras otro, dando su testimonio en la sala 8D de la corte federal de Nueva York durante los procedimientos legales contra el Chapo Guzmán en lo que se ha empezado a conocer como el Juicio del Siglo.

Los tentáculos de la corrupción del cártel

Pasadas las 15:00 horas, el martes 13 de noviembre de 2018, el ambiente en la sala 8D de la corte federal de Nueva York se sentía pesado. Los miembros del jurado estaban recargados en sus asientos, desganados. Una mascaba chicle. Otro fruncía el ceño. El juicio en contra del Chapo Guzmán había empezado con problemas.

Una jurado había mandado una carta escrita a mano al Juez Brian M. Cogan, pidiendo que la disculparan por problemas de salud causados a partir de la ansiedad de participar en el juicio. Los alegatos iniciales de la fiscalía comenzaron cinco horas tarde. El fiscal Adam Fels había presentado su caso metódicamente, en orden cronológico y falto de pasión. El aire se sentía espeso.

Cuando Jeffrey Litchman, uno de los abogados de la defensa dijo en su alegato inicial que el Mayo Zambada le había pagado, incluso, “al actual y al anterior presidente de México millones de dólares en sobornos”, se escucharon expresiones de sorpresa en la sala. Algunos reporteros voltearon a su alrededor queriendo comprobar que habían escuchado bien. El murmullo quedo de la traductora, sentada a la izquierda de Guzmán Loera, inundaba la sala.

Litchman aseguró que los mandatarios de Estados Unidos, México y algunas naciones de Centroamérica y Sudamérica son tan corruptos que se hacen de la vista gorda mientras los capos operan durante décadas en sus países para echar a andar sus pobres economías, pero sobre todo para rellenar sus propios bolsillos.

Según el abogado de la defensa, los testigos de la fiscalía lo comprobarían en los días por venir. Al día siguiente, Carlos Salazar, agente de aduanas retirado, contó que cuando fueron a inspeccionar la casa donde desembocaba el túnel del Cártel de Sinaloa en Agua Prieta, Sonora, le pareció que la Marina mexicana había avisado al propietario para que se fuera antes de la redada. “La comida en la mesa seguía caliente cuando llegamos”, recordó.

Al día siguiente, el Rey Zambada explicó que de 2001 a 2008 distribuía 300 mil dólares en la capital en sobornos. “Una de mis actividades era corromper a las autoridades en la Ciudad de México”, dijo el Rey. Estaba encargado de controlar el aeropuerto y a las autoridades gubernamentales.

Para hacerlo, contó en su testimonio, sobornaba a los altos mandos policiacos de la Procuraduría General de la República, Caminos y Puentes Federales, la policía judicial, la del Distrito Federal y hasta la Interpol para que le dieran protección a los movimientos de droga, a los líderes y a los trabajadores. En los estados, a los gobernadores.

Uno de los pagos que el Rey hizo fuera de la capital, según contó, fue para el “general Toledano” que trabajaba en Chilpancingo, Guerrero. Después de avisar que quería importar un cargamento de cocaína por Guerrero, el Chapo le dijo que fuera a ver al general Toledano de su parte para avisarle que iba a estar trabajando en el estado, que le diera 100 mil dólares de regalo y le mandara un abrazo, recordó Zambada.

Durante el segundo día de su testimonio, mientras una helada tormenta cubría el exterior de la corte con una capa gruesa de nieve, el Rey les contaba a los miembros del jurado que la gente que trabajaba para él en la policía eran sus amigos de años. Y eran esos mismos amigos los que, cuando se necesitaba, “introducían a los nuevos policías que iban a trabajar con el cártel”.

Las guerras del cártel

“Si algo le daba gusto al Chapo, era haber matado a Ramón”, narró el Rey en el segundo día de su testimonio, cuando la fiscal le pidió que explicara varios eventos violentos de la guerra entre el Chapo y los Arellano Félix. Zambada contó que, en 1992, su hermano el Mayo le dijo que el Chapo estaba planeando asesinar a Ramón Arellano Félix en la discoteca Christine.

El atentado falló, pero dejó varios muertos, entre ellos pistoleros y clientes de la discoteca. No fue sino hasta finales de 2002, según el Rey, cuando lograron matar a Ramón en Mazatlán. Un retén de policías trabajando para el cártel lo intentó detener, pero Ramón no hizo la parada, y al intentar entrar a un hotel corriendo, le dispararon en la nuca, asesinándolo.

Ese no fue el único homicidio de aquella guerra. Zambada dijo que los Arellano Félix mataron a su hermano Vicente, quien no estaba involucrado con el cártel, en la puerta de su casa en Cancún. El Rey recordó también un día de 1994 en la Ciudad de México en el que “me tiraron un balazo muy cerquita, como de aquí a la pared”, dijo señalando con la mano derecha la pared a menos de dos metros de distancia. “La bala rozó mi cabeza, me caí al suelo, brinqué inmediatamente con mi pistola en la mano y empecé a pelear”, explicó. El balazo le hizo una herida profunda en la sien que sangraba profusamente, dijo mientras se sobaba el lado derecho de la cara. “Los sicarios trabajaban para Ramón y Benjamín Arellano Félix”, agregó después.

El Rey no sólo fue víctima de un atentado de asesinato, sino que también conspiró para asesinar a al menos tres policías que trabajaban para Arturo Beltrán Leyva. Además de la guerra contra los Arellano Félix, “vivimos la de Arturo Beltrán Leyva contra los Zetas”, dijo, que se libró de 2003 a 2006 y la del Chapo contra Arturo Beltrán Leyva de 2007 a 2008. Cuando la fiscal le preguntó quiénes luchaban en estas guerras, el testigo le dijo que “los sicarios, y… a quien le toque”.

En cuanto al Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, el Rey aseguró que habían sido los Arellano Félix, y no el Chapo, quienes lo asesinaron en el aeropuerto de Guadalajara.

Durante sus alegatos iniciales, el fiscal Adam Fels dijo que Guzmán Loera era culpable del homicidio de dos hombres a punta de pistola, de su propio primo y de un narcotraficante y su esposa, asesinados en un cine. Se espera que la fiscalía presente prueba de estos cargos durante los siguientes días.

Artículo publicado el 18 de noviembre de 2018 en la edición 825 del semanario Ríodoce.

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