Pemex, el botín del narco

Pemex, el botín del narco

Un bidón de gasolina robada con 50 litros cuesta 600 pesos, 12 pesos el litro en un mercado controlado por la delincuencia en Culiacán y en todo México. Mientras Pemex se abre a la competencia y se establecen marcas extranjeras en las esquinas, la venta al mayoreo y menudeo de combustible robado prolifera. Los otros 50 litros, los de la estación legal, costarían 900 pesos, apenas 30 por ciento es la diferencia.

Con la escalada de los precios de las gasolinas y el diesel al inicio de 2017, los combustibles robados ajustaron también sus precios: si antes la diferencia entre lo robado y lo legal era del 50 por ciento, ahora solo es del 30. Algunos compradores dicen que al menos en la gasolina robada hay la certeza que son litros de litro, y en las estaciones nunca se sabe. Ahora solo con verla, reconocen por el color la diferencia entre magna y Premium.

En los campos agrícolas la situación está peor, mucha de la maquinaria se mueve exclusivamente con diesel robado. Los productores, grandes y pequeños, encontraron un subsidio directo que el gobierno les escatimó siempre. Hace unos días, en la misma desesperación de los agricultores por la anual disputa por el establecimiento de los apoyos y los precios base al maíz y frijol, confesaba un productor que habían llegado a la protesta pidiendo prestado y surtiéndose sus camionetas con gasolina robada para hacer el viaje. No lo dijo con osadía, ni burla, solo la simple descripción de un suceso.

El descaro sí está en las redes organizadas que controlan el robo del combustible. Ya ni se ocultan, ni se cuidan, lo ofrecen como quien vende naranjas por la calle. Solo falta que lo voceen.

A principios de año Ríodoce publicó el seguimiento a un video que circuló en redes sociales, donde una camioneta de Pemex “supervisaba” la ordeña del día. La paraestatal detectó que el video era real y que correspondía a un punto en Sinaloa, por ello interpuso una denuncia penal contra esos empleados. Pero ni la captura de ese par de supervisores —si es que se ejerció acción penal contra ellos o lograron saber quiénes eran—, ni los 106 trabajadores detenidos en un periodo de 10 años, logra parar el proliferante modelo de negocio del robo de combustible.

Porque en eso lo convirtieron las organizaciones del crimen que lo controlan, en un modelo de negocio pujante, jugoso, donde basta encontrar un punto donde abrir la llave para empezar a contar billetes. No hay inversión —salvo el riesgo y el pago de cuotas para el control de las áreas, claro—, ni tiempo de espera para el retorno del capital, tampoco engorrosos permisos.

Como muchas otras problemáticas y situaciones en este México, no se explica sin una red de corrupción basta y ofensiva: Dentro de Pemex, primero que todo, de donde salió la enseñanza para atacar los ductos. Difícil pensar además que solo están empleados de bajo nivel, la red abarca escalones arriba aunque hasta ahora ninguna investigación del propio gobierno ha llegado más allá de trabajadores de a pie.

Después están las policías. Todas. Y una PGR de adorno.
Nadie está dispuesto a meterse en esa camisa de once varas en que está convertido el enredo del robo del combustible en México. Si el país está encendido en una llamarada que nadie controla, los intentos por apagarla se hacen con un bidón de gasolina robada.

Margen de error
($) Muchos se sorprenderían de escuchar que las organizaciones del crimen tienen dividendos superiores o similares al del tráfico de drogas por la vía de otros delitos que controlan. El del robo de combustible es apenas uno, la extorsión es otro, el robo de autos, los juegos de azar, y en algunas zonas de México hasta el dinero público con obras que se asignan a empresas “legales” controladas por el narco.

Mirilla
(Sesgo) La sucesión presidencial en marcha es el platillo de la discordia en muchas mesas familiares, enfrenta a padres contra hijos, se filtra a las mesas de café donde los amigos discuten enchilados, se agrietan amistades y querencias. Lo mismo sucede con los medios de comunicación, el sesgo informativo se eleva a la ene potencia, los intereses en juego involucran también a las empresas periodísticas, grandes y pequeñas, pero muchas de ellas no resultan mal libradas.

La guerra apenas empieza y estaciones de radio, televisoras, periódicos y revistas, muestran el cobre —y el cobro—, el sesgo los aleja kilómetros del rigor periodístico, del mínimo respeto a sus públicos. El ciudadano jamás debe perder de vista que en la lucha por el poder los grupos se reacomodan, y en ese reacomodo están también los intereses de periodistas, conductores, opinadores, dueños de medios, accionistas.

El sesgo va de extremo a extremo, porque además de los intereses entran las ideologías de cada quien, las filias y las fobias, un coctel nada recomendable cuando lo que más se requiere es una información de contraste para que los ciudadanos tomen decisiones sobre la contienda política en marcha.

No existe un remedio único. Bastaría con ciudadanos despiertos, atentos, cautos ante lo que circula en cada medio, por cada pluma.

Primera cita
(El escribidor) El escritor peruano Mario Vargas Llosa, en cada elección presidencial en México acuña alguna frase lapidaria que toma altos vuelos. Una frase donde logra englobar una idea completa. Escritor consagrado como lo es, con esa frase logra un titular de impacto, como si se tratara del nombre de su próxima novela.

En los años 90 del siglo pasado, en medio de un encuentro de escritores organizado por Octavio Paz, dijo que el PRI era la dictadura perfecta, refiriéndose al más de medio siglo en México del régimen de partido único. Antes del retorno del PRI, Vargas Llosa dijo en la Feria del Libro de Guadalajara, el año 2011, que si los mexicanos votaban de nuevo por el PRI sería “masoquismo colectivo”. Y como no podía pasar inadvertido Vargas Llosa en una elección presidencial de México, ya dijo la frase que corresponde a este 2018: de ganar López Obrador la elección, acuñó, “sería un retroceso tremendo para la democracia en México.” (PUNTO)

Columna publicada el 4 de marzo de 2018 en la edición 788 del semanario Ríodoce.

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