Cuando andaba en los treinta, Javier Valdez repetía que era un anciano de 30 años. Ser viejo siendo joven fue la mejor manera de anticiparse a la vejez. Una tarde calurosa, en una mesa de las orillas donde el bullicio rebota y se confunden las palabras, Javier Valdez empezó a escuchar anécdotas de él mismo que no reconocía, no recordaba, ni siquiera como un deja vu.
Fragmento de la columna publicada el 31 de diciembre de 2017 en la edición 779 del semanario Ríodoce.