¡Madre!

¡Madre!

 

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Desgarradora, tormentosa, desesperante, aterradora, desconcertante, asfixiante, impactante y todo lo que se le parezca a eso, pero no menos, es ¡madre! (mother!/EU/2017), la nueva película de Darren Aronofsky (Réquiem por un sueño, 2000; La fuente de la vida, 2006; El luchador, 2008; El cisne negro, 2010) que, independientemente de sus logros y fallas, no puede ignorarse.

Desde el inicio, al espectador le queda claro que no está ante un filme cualquiera: la irrupción del personaje de Ed Harris y su familia, sin que se justifique, en realidad, por qué el de Bardem les permite tanto sin conocerlos, no le importa lo que su esposa piensa al respecto ni que le diga que los eche, lo mantiene activo, y cuando cree que, por fin, la incógnita se resolvió, llega una muy notoria segunda parte mucho más intensa que no lo limitará a la sola contemplación de las imágenes, incluso, lo cansará física y mentalmente.

Mientras Él (Javier Bardem) espera que le lleguen las ideas para escribir un libro, su esposa (Jennifer Lawrence) se dedica a reconstruir la casa en la que viven en medio del bosque, pero su cotidianeidad se ve interrumpida por la llegada de un médico (Ed Harris) al que no conocen y aceptan como huésped porque, se supone, le queda poco de vida, por lo que horas después lo alcanza su esposa (Michelle Pfeiffer).

La pareja perderá la privacidad en la que vivían, sobre todo por la confianza con la que los visitantes se instalan en la casa, al grado de que les tendrán que pedir que se vayan.

La calma regresará para los esposos cuando se enteran de que esperan un hijo, aunque no por mucho tiempo, porque eso coincide con la idolatría a la que es sujeto Él, por la publicación de su nuevo libro.

Una de las referencias más visibles de ¡madre! es El bebé de Rosemary (1968): los intrusos, el embarazo, la bebida, el niño y toda la esencia de la misteriosa cinta dirigida por Roman Polanski están ahí, pero en esa impresionante, caótica y apocalíptica secuencia hacia el final de la segunda parte no puede dejar de verse a la extraordinaria Niños del hombre (2006), de Alfonso Cuarón, en ese recorrido que hace el personaje de Clive Owen por la devastación y catástrofe, para salvar a un bebé.

Lo interesante de la primera parte, con una narrativa que funciona muy bien, es ese asomo de suspenso, el permanente cuestionamiento de porqué la pareja no reacciona distinto ante sus arrogantes, desfachatados, atrevidos, insolentes, entrometidos y egocéntricos huéspedes, y por esa sensación de que en cualquier momento pasará lo peor para los que vive en medio de la nada.

Aunque pareciera que las cosas se acomodan al inicio del segundo apartado, hacia el final, más allá de lo impactante, la secuencia del caos abarca mucho y apunta para todos lados: hay cabida para la interpretación religiosa, lo perdida y distraída que está buena parte de la sociedad y… lo que se le ocurra, las posibilidades son muchas, y por lo mismo se perciben cabos sueltos.

Para bien o para mal, ¡madre!, que no decepciona en las actuaciones y la fotografía, y tiene un interesante inicio con esa transparencia que permite ver la bien delineada figura de Lawrence, es una película ante la cual no puede mantenerse indiferente. Vaya a verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

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