Inmediatamente después del fallecimiento de Alberto Aguilera Valadez, mejor conocido como Juan Gabriel, se activó la idea de que por su muerte el país se queda sin uno de los personajes que lograba unir a los mexicanos por encima de ideologías o posturas sociales y políticas.
Se lo leí a un periodista culichi que hasta se preguntaba quien vendría a ocupar el vacío que dejaba Juan Gabriel en una sociedad dividida como es la mexicana y luego al leer la prensa, la postura y las actitudes de los editorialistas refrendaban está visión incluso más allá de nuestras fronteras.
O sea que un vacío terminara siendo llenado, pero al final termina volviendo el vacío, una dialéctica rara que raya en la fatalidad.
Si no hay instituciones confiables, la gente abraza a sus ídolos populares, los que lo acompañan con su voz camino al trabajo, en los momentos de recreación y hasta cuando hace el amor escuchando a Luciano Pavarotti. Lo recomienda Aarón Eckhart en la película norteamericana Sin Reserva.
Esta idea creo que es medianamente cierta y medianamente falsa. La necesidad de la pertenencia es propia del ser humano. Se es de una familia, un barrio, una ciudad, un estado, un país, incluso un equipo de futbol o béisbol, y esto implica una red intrincada de sensaciones que nos permite vincularnos con un sentido al paisaje, orografía, el clima, los olores, los sabores, la porra.
No es casual que Elías Canneti, en su obra Masa y Poder afirme que es imposible imaginar a los suizos sin los Alpes, como tampoco a los ingleses sin la bruma sobre la cabeza la mayor parte del año, pero tampoco a los franceses sin su comida y sin sus vinos.
A los mexicanos quizá nos une la música en sus variantes de banda, mariachi o la jarana, el tequila y el mezcal, las ruinas prehispánicas y el paisaje milenario de los volcanes Popocatépetl y el Iztaccíhuatl.
Pero también la televisión, que ha ganado la batalla a la tradición, de manera que se le ha sometido al espectáculo con toda su parafernalia y códigos culturales. Sus ídolos del cine, del canto o los comunicadores, es lo que termina dando un sentido de pertenencia a muchas personas.
Juan Gabriel con su muerte, refuerza el mito que él mismo construyó a través de la pantalla y los escenarios de la cultura de masas.
El Divo de Ciudad Juárez representa la ruta aspiracional de mucha gente que hace esfuerzo por salir del anonimato y la miseria.
Es el joven triunfador que salió de un barrio pobre de Ciudad Juárez para conquistar el mundo con su voz aguda. El que cantaba en el bar de mala muerte Noa Noa, que luego la haría una de sus canciones más jocosas y exitosas.
Las letras de sus canciones constituyen ese inconsciente de amores frustrados, desamores, amores totales, esperanza.
Alguna vez estuve en una multitud que sabía sus canciones a pie juntillas. Las coreaban al unísono hombres y mujeres. Balanceándose como él lo hacía con su sobrepeso en el escenario. Esa tarde noche escuché decir lapidariamente que el Divo: “sacaba al puto que todos llevamos dentro”. Y volteé a ver a esa masa sudorosa y esos ritmos insinuantes que parecían dar la razón a estos tipos que asumían una actitud perdonavidas.
Fue la única vez que lo vi en un escenario, claro, sus piezas las oí en los autobuses públicos de la ciudad de México, en bares de baja estofa, en fiestas de pueblo y mercados, donde sus notas parecían salir de los entresijos de los canastos de tomate, calabazas tiernas y fruta colorida.
Incluso una madrugada que dormía en un hotel de la ciudad de México me despertó la voz de un hombre que le cantaba al ser amado:
¡Abrázame que el tiempo pasa y el nunca perdona, ha hecho estragos en mi gente como en mi persona… siempre abrázame fuerte!
Luego como cantaría Joaquín Sabina: Y después, para qué más detalles, ya sabéis, copas, risas, excesos, como van a caber tantos besos, en una canción.
Su voz era inconfundible y la gente lo seguía al unísono por ese misterioso vínculo que establecemos los humanos con historias ajenas, sean estas festivas o tristes.
Juan Gabriel se fue y deja el mito, pero también sus canciones, que como las de Lola Beltrán seguiremos escuchando en el espacio público e íntimo.
Descanse en paz.