Paz interior

 
LA TUNA ENFRENTAMIENTO_12
Apenas en diciembre pasado, un par de semanas antes de la tercera captura del Chapo, la Marina tenía montados más de una decena de puntos de control en la sierra de Sinaloa y otros tantos en Chihuahua y Durango. Cada auto que recorría las carreteras de acceso a la sierra era videograbado y el rostro del conductor confrontado en una base de datos.
El operativo era también por aire: montañas y cañadas de la sierra, siguiendo veredas y caminos pedregosos, mañana y tarde se escuchaba el zumbido de los drones que realizaban un mapeo preciso de la zona de influencia de Guzmán Loera.
El compacto grupo que tenía la misión de la recaptura de Joaquín Guzmán se apoyaba en fuerzas especiales de la Marina y no compartía información con otras áreas del Estado mexicano. Incluso, ni siquiera entre ellos mismos, porque un grupo tenía misiones específicas desconociendo las órdenes completas.
La operación tenía un solo objetivo: el Chapo. En ningún momento se trataba de brindar seguridad completa a la sierra, de atacar las redes de apoyo o afectar la amplia zona de siembra de mariguana y amapola que surte la mercancía para el negocio principal de la comercialización de drogas.
El Chapo había puesto en ridículo internacional al gobierno de Peña Nieto con su espectacular fuga del Altiplano, y urgía su recaptura.
Para entonces, fin de 2015, era claro que la estrategia del grupo de recaptura del Chapo estaba cerrando el cerco. Apretó una tuerca más, cuando efectivos de la Marina aseguraron parte del Rancho de la madre de Guzmán, Consuelo Loera. Días después, justamente, el Chapo fue detenido en plena huida en Los Mochis, luego de que la Marina atacó una casa de seguridad.
Pero más tardó la Marina en montar los campamentos que en emprender la retirada. Detenido el objetivo principal, la Marina abandonó la zona serrana de Sinaloa, Chihuahua y Durango, incluso los mandos que se encontraban en las áreas urbanas fueron removidos.
Para finales de enero la presencia física de la Marina era mínima. Poco a poco se fueron retirando y la zona serrana quedó de nuevo en manos de su propietario original, que son las organizaciones criminales en una convivencia con las autoridades formales, desde los gobiernos municipales y estatales, hasta sus fuerzas policiacas.
Esa paz interior que se vive en la zona serrana de Sinaloa es proporcionada no por alguna autoridad formal, sino por las propias organizaciones criminales como ha venido siendo en los últimos 40 años –con algunos huecos como esa incursión de la Marina en 2015, o la operación Cóndor del Ejército Mexicano en la década de los 70-. Con los apellidos de unos o de otros, algunas veces los Caro y otras los Félix o los Fonseca, pero el control completo de la zona es desde hace mucho tiempo de las redes que controlan el tráfico de drogas.
Eso no quiere decir, de ningún modo, que todas las familias estén involucradas en alguna de las etapas del negocio del tráfico de drogas. Pero al ser una zona abandonada por la autoridad por tantos años, en todos los sentidos, el hueco de autoridad fue llenado por los grupos de la organización criminal que mantenga el poder. Así se explica que puedan convivir en la sierra de Sinaloa los índices de pobreza actuales con la pujanza del redituable negocio ilícito del tráfico de mariguana, amapola y drogas sintéticas.
La incursión de grupos armados a las poblaciones cercanas a La Tuna es más un aviso de poder que una disputa de territorios, como lo ha querido interpretar la autoridad en su versión oficial. También va más allá de un acto de venganza entre los grupos que antes fueron socios, los Guzmán y los Beltrán Leyva.
Que la autoridad y las fuerzas federales se hayan replegado es otro aviso claro de que muchos territorios del país han sido abandonados a su suerte, como es el caso de la sierra de Sinaloa.
 
Margen de error
(Light) Aunque bastan cinco horas en vehículo para internarse en la sierra de Badiraguato, a las abandonadas comunidades donde han nacido los líderes del tráfico de drogas de México en los últimos 40 años, y menos de una hora en helicóptero para sobrevolar La Tuna, La Palma o Arroyo seco, la fuerza pública tardó cinco días para hacer presencia.
Los testimonios aseguran que desde el 11 de junio empezaron los primeros ataques, y los pobladores fueron abandonando sus casas como pudieron. No fue necesario salir caminando, como pasó hace un año en Cosalá, pero sí fueron subiéndose las maletas a las camionetas.
Badiraguato apenas tiene 30 mil habitantes desperdigados en centenares de comunidades, algunas de ellas que ni siquiera aparecen en ningún mapa. El mito que rodea al Chapo habla de pobladores del triángulo dorado que defienden a Joaquín Guzmán por respeto y agradecimiento, pero en realidad hay una convivencia obligada en la que no es posible recabar prueba empírica de que alguna vez los capos de la droga hayan regalado dinero o construido alguna carretera o escuela, como pregona el mito y repiten muchos expertos en delincuencia.
 
Mirilla
(Quirino-Malova) Quirino Ordaz, el gobernador electo, y Mario López Valdez se tomaron la foto del primer encuentro. Malova es tan triunfador de las elecciones del 5 de junio como Quirino: no fue necesario que usara los guantes de box con los que amenazó antes de empezar las campañas que se defendería, y su administración y su figura pública no resultó salpicada con ataques o filtraciones como él mismo esperaba.
Pasada esa etapa, Quirino no necesita que Malova, Armando Villarreal o Gerardo Vargas le proporcionen la información de las finanzas y la seguridad en Sinaloa. Bastaría un recorrido por los informes de la Auditoría Superior del Estado o los del Consejo Nacional de Seguridad para que se dé una idea clara de lo que ha pasado en los últimos cinco años.
DEATRASALANTE
(El regreso) La mansedumbre que muestra Héctor el Güero Palma en videos y fotografías que se hicieron públicas en su liberación de Estados Unidos y traslado a México, contrasta con la fama del algún tiempo poderoso narcotraficante. Los 21 años en prisión lo hacen ver como un anciano de 70 años, cuando en realidad no tiene ni siquiera 60.
Ese es el hombre con quien Julio Scherer intentó hablar en Puente Grande, pero imposible de acercarse: “A su intimidad nadie llega” (PUNTO)

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