La vida breve y veloz de Anué Yareli
Cinco meses tenía Anué Yareli diciendo “todo para qué”, y preguntándose qué sentido tenía la vida. Cinco meses exactos, luego del asesinato de su esposo Sergio Guillermo Ruiz Lizárraga. Y así lo recordó, con un festejo macabro y final: de cara al sol de esa mañana, con brazos y piernas extendidos, y un balazo en la sien derecha, sobre la tumba de él.
Tenía apenas 22 años y el 19 de septiembre cumpliría los 23. Pero la vida se le encogió, se le hizo chiquita, y el sinsentido estaba en sus rutinas, su trabajo, ese respirar podrido y de enfado, de túnel oscuro y baldío. La razón de su fatalidad temprana fue el homicidio de Sergio Guillermo, su esposo, el 28 de febrero pasado.
Al parecer, Anué Yareli Almaral López, con domicilio en la colonia Adolfo López Mateos, había salido de su casa desde la noche anterior y fue localizada sin vida por empleados del panteón Jardines del Humaya, durante la mañana del martes 28 de julio. Minutos después de recibir el aviso, arribaron agentes de las diferentes corporaciones, personal del Ministerio Público y elementos del Ejército Mexicano.
Ahí estaba el cadáver de la joven mujer. Pantalón azul, de mezclilla, tenis rojos, blusa blanca con estampados y el pelo suelto. El cuerpo entero, extendido, de espaldas a la lápida y entregado al sol, cuyos rayos matinales ya rozaban los treinta y cinco grados centígrados. Solo los brazos flexionados, en forma de escuadra, y ambos hacia arriba. Las manos quedaron a la altura de la cabeza y pocos centímetros de ésta un arma, al parecer marca Ruger, calibre 9 milímetros. El cabello, la blusa y la loza de cemento bajo su espalda, ya tenían el tatuaje rojo de la muerte.
La vida quebrada
Anué Yareli era culichi de cepa, de carácter fuerte y entrona. Sus amigas la describen como derecha, solidaria, interesada en la política, divertida, trabajadora. “Le gustaba el dinero”, aseguran, y también la fiesta. Para obtener algunas de sus necesidades, se puso a trabajar vendiendo ropa por su cuenta. Vestidos, blusas y pantalones de mujer, nada más.
Estudió la secundaria en la Gabriel Leyva Velázquez, ubicada en por la avenida Pascual Orozco, en el fraccionamiento Cañadas en esta ciudad capital, y luego la preparatoria en el Colegio de Bachilleres 26, por la calle Ángel Flores, en un céntrico sector mejor conocido como Mercadito. De ahí no pasó, dejó sus estudios y empezó a trabajar.
Se preocupaba por su cuerpo, que de por sí llamaba la atención. Alguna vez acudió al gimnasio Míster Caín, que estaba ubicado por la avenida Nicolás Bravo. Se casó muy pronto, con el joven Sergio Guillermo Ruiz Lizárraga, de quien estaba enamorada pero no se llevaban bien. Sus periodos de armonía fueron largos pero quedaron rotos por los celos de ambos, lo que devino en pleitos, desavenencias y distanciamiento. Aunque pronto llegaban también las reconciliaciones.
Ruiz Lizárraga, con domicilio en la colonia Tierra Blanca, fue detenido por agentes de la Policía Estatal Preventiva (PEP) en el sector Stase, por la calle República de Brasil, el 21 de febrero. Él y otra persona identificada como César Abraham Magno Valle fueron sorprendidos por los uniformados a bordo de una camioneta Grand Cherokee negra, placas VNY-2463, portando un arma de fuego.
El reporte de la corporación indica que el arma es una .38, marca Colt, con un cargador desabastecido y matrícula 135002. El vehículo, reza el parte informativo rendido por la PEP, no tenía reporte de robo.
Dos días después, ambos fueron dejados en libertad. Versiones extraoficiales indican que salió de la ciudad o el estado, luego de esta detención. Y fue el día 28, siete después de su liberación, cuando fue ejecutado a balazos luego de salir de la tienda Ley Tres Ríos, en el área del estacionamiento. Ahí, al menos dos hombres armados lo esperaban dentro de un vehículo tipo Jetta, color negro, quienes le dispararon a corta distancia.
Testigos informaron que el hoy occiso había empezado a subir las bolsas de mandado a una camioneta Nissan Frontier, color azul, con placas UD-80314, cuando fue atacado a tiros. Ahí, a un lado, cayó sin vida. En el lugar había alrededor de 10 casquillos calibres .9 milímetros y .38.
Morir de amor… de blanco
Decía que quería estar con él, pues la vida no tenía sentido. Se lo decían a las amigas y a los familiares. Cada que podía se perdía para ir al panteón Jardines del Humaya y estar en la tumba donde quedaron los restos de ese hombre que amó. Si pasaba cerca de la Ley Tres Ríos o aunque no fuera así, aprovechaba cualquier pretexto para acudir al lugar donde Sergio Guillermo fue muerto a balazos. Y ahí se quedaba, ida, mojando sus ojos e instalando una amarga cordillera entre ceja y ceja.
No dejaba las fiestas ni el trabajo, pero a la semana repetía este ritual de “acompañar” a su esposo a uno de esos dos lugares, al menos en cuatro ocasiones. Cada que podía, se escapaba para “estar” con él.
Quienes la conocen aseguran que no era la misma, esa que comía por dos y que podía devorar con facilidad dos quesadillas, una bandeja de pepinos, una coca y un taco de carne asada en el desayuno. Ella repetía mucho eso, cuando se acordaba, “que ya nada le llamaba la atención. Repetía que no tenía caso, que todo para qué. Y se ponía triste. Nunca lo pudo superar”, cuenta una de sus amigas, que asistió al velorio.
Les decía a sus amigas, cada que podía, que se quería morir de blanco, bien arreglada, y con sus eternos tenis Converse. Se le hizo el blanco, por esa blusa estampada. Y murió con sus tenis rojos, los dilectos.
Pocos días antes de matarse, Almaral escribió en su cuenta en Instagram: “Dime ahora como le hago para seguir si tu ya no estás, como miro hacia adelante si para mí no hay nada mas q tu ayúdame a encontrar fuerzas por q sin ti no puedo, no quiero”.
En otros mensajes, en los que firmaba como “tu pendeja”, les dice a sus contactos que con la muerte de “mi pedorro”, como le llamaba a él, se le fue toda su vida. Algunos le respondieron tratando de darle ánimos, de que le echara ganas y siguiera adelante, pero no pareció surtir ningún efecto.
“De q me sirve la vida si no la vivo contigo”, escribió, 28 días después del asesinato de su esposo. Un mes después insistió en que ese hombre al que seguía amando le hacía mucha falta, y “ahora ya no ayo la puerta es como si todo hubiera llegado a su fin”.
Justo un día 28, pero de julio, cuando se cumplieron cinco meses de ese homicidio, la joven se pegó un balazo en la cabeza. No hizo caso al mensaje póstumo escrito en la lona, junto a la tumba de Sergio Guillermo: “despréndanse y déjenme ir, no deben atarme a sus lágrimas… es tiempo de que viaje solo”.