Códigos del narco: pobreza, violencia, muerte, corrupción e impunidad

JOSÉ LUIS PARDO. El narco-benefactor, síntoma de un Estado débil, ausente o corrompido.
JOSÉ LUIS PARDO. El narco-benefactor, síntoma de un Estado débil, ausente o corrompido.

Francisco Sarabia/ Ciudad de México

Ciudad de México.-“México está muy mal. Está viviendo una pérdida acelerada de institucionalidad y en un contexto muy trágico porque a partir de los sucesos de Tlatlaya, Ayotzinapa y Apatzingán, los mexicanos se han dado cuenta que la gente que te tiene que cuidar es la que te está apretando el gatillo y eso ha generado un miedo y desconfianza tremenda en la población; y eso es muy duro”, afirma el periodista español José Luis Pardo Veiras, coautor del libro Narcoamérica, de los Andes a Manhattan, 55 mil kilómetros tras el rastro de la cocaína.

En su opinión, el gobierno de Peña Nieto solo ha cambiado en el discurso la política sobre drogas y solo era un manto mediático, porque Ayotzinapa vino a destapar ese México “convulsionado y bullicioso”, donde siguen operando los grandes cárteles de las drogas y nacen cada vez más células criminales vinculadas con este negocio que ha puesto “en jaque” la estabilidad social en gran parte del territorio.

Antes, señala, la violencia estaba más concentrada en puntos como Ciudad Juárez y ahora se ha extendido a gran parte del país. Eso demuestra que en los 40 años que llevan combatiendo al narcotráfico, esta política ha resultado un rotundo fracaso. Ahora muere más gente, hay mucho más consumidores de drogas y eso obliga al gobierno a darle vuelta de tuerca al conflicto y negociar nuevas estrategias.

En entrevista con Ríodoce, tras la presentación del libro en el cual participan también la periodista con raíces sinaloenses, Alejandra Inzunza, y el valenciano Pablo Ferri, quienes documentan los conflictos comunes que consumen las entrañas de esta empobrecida región del planeta, Pardo Veiras expresa sus dudas si el Gobierno realmente quiere poner un alto a la violencia derivada del narcotráfico.

Dice estar convencido de que Estados Unidos ha jugado un rol clave en la desestabilización de América Latina porque es el impulsor de la política de drogas y a través de la DEA —que funciona como un elemento de control político— invade la soberanía de los países.

“Estados Unidos distribuye mucho dinero para que siga esta política provisionista de guerra contra las drogas porque les genera beneficio a la hora de activar economías militares, surtiendo de equipos y armamentos que revelan la existencia de una gran colmena con muchos intereses en juego”.

—¿Será el narcotráfico una de las tantas formas de erradicar a “los que sobran”? ¿Cómo se justifican tantas muertes?

—Tal vez, es complicado demostrarlo. Lo que sí es muy visible es que en torno al narco se ha creado una guerra que sumado a la pobreza y sus derivados, se ha creado un caldo de cultivo para que los muertos proliferen. Ahora, si tú tienes un país con 95 por ciento de impunidad, te sale gratis matar, en cambio, si funcionara un poco más la justicia, lo pensarías más en matar a alguien.

Hay 80 células de narcos

Advierte que México está muy mal y lo explica diciendo que vive un proceso de “valcanización” —desintegración del país— porque están proliferando pequeñas células de narcotraficantes que se disputan el control en distintas regiones, donde se forman grupos para combatir a los narcos y una vez consumada la acción se asumen de manera perversa en una nueva organización criminal. La PGR dio a conocer que hay alrededor de 80 células criminales involucradas con el narco en México, sin contar los seis o siete cárteles mexicanos que tienen controlado el mercado mundial de las drogas.

—¿Se percibe a ese narco benefactor en otros países?

—Sí existe, y se da en zonas donde la presencia del Estado es débil o simplemente no existe. Cuando el Chapo Guzmán es detenido en Mazatlán y sale gente en Culiacán y otras ciudades del norte del Estado a manifestarse en su defensa, no es que la gente esté loca y defienda a un criminal. Al final actúan así porque la presencia del Estado en esa zona es muy débil y sienten más cerca al narco—benefactor.

“Más allá de si ese narco es bueno o malo, ellos defienden a ese que les da trabajo en sus fincas o en las empresas que operan legalmente, les paga consultas y medicamentos a los niños, y ese vínculo emocional tal vez no sea sano pero es normal y es un síntoma de que quien tiene la autoridad ahí es el narco frente a un Estado ausente y en el mayor de los casos, corrompido”.

EN AMÉRICA. Están 16 de los 25 países más peligrosos del mundo, incluido México.
EN AMÉRICA. Están 16 de los 25 países más peligrosos del mundo, incluido México.

Explicó que esta aceptación de la narcocultura que se da abiertamente en Sinaloa y otras regiones de México también se vive en Guatemala, Colombia, Brasil, donde lo narco se vive como un ícono a seguir, principalmente en los sectores marginados y con bajo perfil educativo.

En el libro Narcoamérica, los periodistas ganadores en 2013 del Premio Nacional de Periodismo y Premio Ortega y Gasset en 2014, abordan el tema del narcotráfico como la herramienta de convergencia más adecuada para intentar entender un continente sumido en la pobreza, la violencia, la corrupción, la impunidad y sobre todo explicar la realidad que comparten los ciudadanos de esta región. El narco es causa y consecuencia de todos estos problemas.

El libro es un relato enmarcado en una crónica continental de viaje que se inicia en 2011, donde los autores deciden emprender una travesía de 55 mil kilómetros a bordo de un auto usado —pointer 2003— que convierten en sala de redacción para darle vida a las historias y relatos sobre lo que la gente de los países latinoamericanos hace en su vida cotidiana.

Con una visión antropológica del narcotráfico, documentan el fenómeno más allá de los clichés de un guion periodístico sobre los buenos y malos. Hurgan entre las barriadas y los rincones del mundo marginado, el por qué en este contexto se induce a los niños de 13 años a matar y enrolarse en realidades tan complejas, o el desprecio por la vida que se acentúa en jóvenes víctimas del pandillerismo, fenómeno social que propicia junto a la pobreza, la fuerte migración y desplazamiento forzado de familias del sur al norte.

En la mirada del periodista de origen gallego, prácticamente toda América está convertida en una “bomba” de tiempo” —con excepción de algunos países como Chile— por su ubicación geográfica— y Uruguay, que tiene menos índices de violencia y desigualdad. Lo cierto es que en esta región hay muchos focos rojos encendidos. El fenómeno del narcotráfico ha contribuido a que esta región del planeta sea el asiento 16 de los 25 países más peligrosos del mundo, incluido México.

Y remarca que entre las ciudades más peligrosas de Latinoamérica están San Pedro Sula, la ciudad más peligrosa en el país más peligroso del mundo; Caracas; Medellín; algunas ciudades de Brasil y otras ciudades de México.

El narcotráfico es un tema urgente que debe abordarse como prioritario en la agenda de los países no solo de América latina sino de Estados Unidos y Europa, asegura. En una entrevista que hicieran al investigador Roberto Saviano en Nueva York, decía que al Ministerio del Interior de España  —uno de los mayores consumidores per cápita de cocaína en el mundo— le preocupa más la entrada y operación de los cárteles mexicanos de la droga, que cualquier infiltración de células terroristas de la Yihad.

Y fundamenta este temor frente a las redes del narco mexicano, además de las formas de violencia que generan los seis o siete cárteles que controlan el mercado de las drogas en el mundo. “Es como el ‘amazon’ de las drogas porque aun cuando no produce cocaína, tiene la capacidad de poner el producto en cada lugar y rincón del mundo para su consumo”.

-¿Qué los impactó más en el recorrido?

—Son muchos los rostros de la degradación humana. Pero es impresionante como hay países donde se ha perdido el valor por la vida. Cuesta entender como en Honduras, uno de los más violentos y con las más elevadas tasas de homicidios, una madre velaba los restos de su hijo de 17 años muerto a manos de las pandillas, y sin mover un solo músculo de la cara. Seguro que no estaba en “shock”, era esa predisposición a resignarse a que su hijo, igual que muchos más de San Pedro Sula —la ciudad más violenta del mundo— moriría joven. De ser algo extraordinario, la muerte de un ser humano, de un joven, se van acostumbrando a lo cotidiano, y eso es terrible.

Pero hay mil y una historias trágicas que ejemplifican ese drama de pobreza que induce a los habitantes de estas zonas a sobrevivir con las migajas que el narco reparte en su ruta hacia los Estados Unidos. Lo que sí es real, dice, es que el compartir estas historias les permitió contar realidades complejas a los lectores desde la posición de los excluidos. Y más allá de los estereotipos entre lo bueno y lo malo, más que juzgar a ese niño que empieza a asesinar desde los 13 años, importa contar las causas que lo inducen.

Hay que aclarar que no toda la violencia en el continente es producto del narcotráfico. El narco no es sinónimo de muertos, produce muchos muertos como muchos otros fenómenos presentes, pero hay países como Nicaragua o Estados Unidos —principal consumidor de cocaína en el mundo— que prefieren producir ganancias a ocasionar muertes.

Países como Nicaragua o el mismo Estados Unidos tienen muy clara la lógica del mercado y saben que es más conveniente tener tranquila la plaza y no infundir temor al consumidor, para vender mejor el producto. Esto explica que en los ajustes de cuentas contra alguien que vive del otro lado de la frontera México—estadunidense, se aprehende a la persona y se le trae a México para aquí ejecutarla, porque es muy probable que en este país te perseguirán mucho menos que allá, donde los códigos admiten que el país consume la cocaína pero no en un contexto de muertes y violencia, como ocurre acá.

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