Ciclones y tormentas: cambio climático en Sinaloa

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Ramón Morán
En Sinaloa, como en la mayor parte del mundo, seguimos promoviendo el desarrollo de la sociedad bajo la óptica neoliberal de la racionalidad económica: sólo importa la ganancia y el valor económico que marca el mercado global.
Este proceso se ha convertido en una espiral ascendente, cuya velocidad en la producción de bienes está sustentada en el doble discurso establecido entre conservación y crecimiento económico, desligado del medio ambiente, de la naturaleza y sus ecosistemas proveedores de la riqueza natural.
La rapidez que el modelo le imprime al uso de los ecosistemas por las actividades productivas: industria, agricultura, ganadería, pesca, acuacultura, transporte y comercio, la mayoría de las veces rebasa la capacidad producción natural de éstos, cambiando así ciclos y flujos propios de la naturaleza, y propiciando deterioro e impacto, pero además incorporando a la atmósfera una gran cantidad de vapor de agua, gases (bióxido de carbono, monóxido de carbono, metano, entre otros) y partículas contaminantes que han generado un efecto de invernadero, facilitando el calentamiento global y por lo tanto el cambio en la dinámica climática.
Recientemente, el impacto causado en territorio sinaloense por los fenómenos meteorológicos como tormentas y ciclones (Manuel, Norbert, Odile, Polo y otros), son producto de ello.
Para muchos investigadores, el cambio climático global es un hecho documentado e irrefutable. Las Naciones Unidas lo consideran el problema ambiental más grave que enfrenta el planeta en el siglo XXI. La variabilidad climática en el Estado de Sinaloa permite visualizar incrementos en la temperatura de 0.5 a 1.0 °C en los próximos 20 años.
Los escenarios que se plantean son: aumento de temperatura, sequía, inundaciones, aumento en el nivel del mar, tormentas y ciclones de mayor intensidad, alteraciones del ciclo hidrológico. Todo esto está alterando la producción biológica de los ecosistemas y modificará la forma en que hasta hoy hemos usado el entorno natural.
Además, Sinaloa se encuentra por su ubicación geográfica y la topografía de sus costas entre las regiones más vulnerables a los efectos del cambio climático, por estar localizada dentro de la franja de huracanes y tener cuerpos insulares y zonas costeras bajas, por depender de los ríos para el suministro de agua a los sectores urbano, agrícola, industrial y turístico, y por estar expuesta a inundaciones, entre otras particularidades.
Un conjunto de propuestas se han hecho en relación a mitigar o adaptarse al cambio climático. El uso de los ecosistemas deben de contar con un plan estratégico ante la velocidad del calentamiento global y sus consecuencias climáticas que impactan ya el patrimonio natural, la línea de costa y el entorno social.
Se debe conocer cuál es nuestra cuota de responsabilidad en el calentamiento global, identificar y evaluar las fuentes de emisiones de gases de invernadero que generan nuestros procesos productivos, industria, turismo, actividades agropecuarias y domésticas.
Con ello se tendrían las herramientas para planificar con mayor certidumbre las estrategias de mitigación y adaptación. Además debemos evitar las acciones inmediatistas ante eventos climáticos extremos, como los que hemos vivido en los últimos años, lo que disminuiría costos económicos y evitaría desastres sociales.
En Sinaloa se aprobó la Ley Ambiental para el Desarrollo Sustentable del Estado de Sinaloa (2012) y muy recientemente se sometió una iniciativa de ley sobre cambio climático en Sinaloa (junio 2014). Podría ser una oportunidad para construir el plan estatal de acción ante el cambio climático y definir las estrategias locales para revertir, mitigar y adaptase, preparando a los sinaloenses a vivir en el mediano y largo plazo de la mano con el cambio climático y sus implicaciones catastróficas, pero también de oportunidad. En eso consiste la adaptación en encontrar las oportunidades.
Debemos comenzar a pensar en la de-construcción no sólo del modelo económico imperante, sino del estado físico de edificaciones que ya están en alto riesgo (veamos la zona costera de Mazatlán, Teacapán, Altata, el Maviri, entre otros) para iniciar una nueva construcción, producto adaptativo a los cambios que nos impone las modificaciones del clima, sobre todo en la zona urbana (inundaciones: Mazatlán, Culiacán, Guasave) y en la zona costera (destrucción), y establecer una nueva relación entre el clima y nuestras actividades productivas y sociales.
La de-construcción debe ya ser parte del discurso político ambiental. También debemos recurrir más a los modelos interdisciplinarios y al diálogo de saberes y dejar descansar un poco a los “expertos”, para dar juego transdisciplinario a la planeación del desarrollo sinaloense. El cambio global es imparable, la catástrofe también, encontremos las oportunidades, desarrollemos las acciones y estrategias a seguir para mitigar y adaptarnos de mejor manera. Es inmediato y urgente.
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