La manzana envenenada

La manzana envenenada

La disputa es por un voto en el Senado de la República. De un solo Senador o Senadora depende que se apruebe o no la Reforma Judicial de López Obrador, que pasó sin tropiezos por la Cámara baja. Es más, ni siquiera tiene que votar, basta con que se ausente.

Lecciones extrañas de la democracia que todo dependa de la decisión de una sola persona sobre el futuro de un proyecto, pero así es. Esto es parecido a lo que sucede en la elección de los Estados Unidos, donde todo queda en manos de un millar de electores anónimos de Pensilvania, estado clave para definir al ganador de los disputados comicios que el mundo entero da seguimiento.

Desde la aplanadora de Morena el optimismo por alcanzar la mayoría calificada se torna arrogancia; mientras que los aliados en la pasada elección PAN-PRI —el PRD pasó a mejor vida, y los dos que sobrevivieron tuvieron una inflexión a su izquierda— en ellos priva la duda, la incertidumbre, aunque insisten en la solidez de su decisión, algo parecido a Movimiento Ciudadano, que igual adelanta un voto en bloque en contra de la propuesta oficial.

La Reforma Judicial es famosa, pero ello no la convierte en conocida. La fama es apariencia, casi siempre impostura. Eso pasa con la compleja propuesta de cambios a uno de los poderes del Estado Mexicano. Lo que más se repite está en relación a la elección por voto directo de ministros, magistrados y jueces federales, pero no solo es eso.

Como ocurrió en las elecciones del pasado 2 de junio, las posturas sociales —no políticas— están claramente definidas: quienes apoyaron o votaron por las opciones de Morena y aliados, tienden considerar que el poder judicial urge que se reforme o de plano no muestran un interés; del otro lado, quienes de ninguna manera votaron por ninguna opción cercana a López Obrador, tienden a asumir una postura contra cualquier propuesta que tenga olor a AMLO.

En otras palabras, la elección pasada con la mayoría abrumadora que llevó a Claudia Sheinbaum a la presidencia, no zanjó para nada las posturas encontradas y la envenenada conversación pública. Sigue igual o peor. Y eso es un daño a largo plazo para ambos bandos, aunque ninguno de los dos lo admita.

La arrogancia de la mayoría destruye el diálogo público que oxigena a toda democracia. Se sigue pensando que la voluntad popular ya se expresó el 2 de junio y no es necesario socializar las propuestas o someterlas a un debate. Todo falso, por supuesto, porque la democracia participativa requiere siempre de la transparencia y la información a propios y extraños, abrir el debate y someterse al escrutinio público.

Del otro lado, la menguada oposición tiene sus propios problemas —que no necesariamente son los de la agenda pública o la agenda del presidente que se va y la que llega. Primero intentan sostenerse en lo que queda de sus propios partidos, el PRI y el PAN están en las sucesiones que han tenido que manejar con todo y la debacle. Saben que al depender de un solo voto la reforma judicial, es como detener un rinoceronte con un alfiler, basta que estornude para que todo se caiga. Por eso han hecho a todos y todas grabar en video su postura, y en la eventualidad de un voto distinto, crucificar a quien ya llaman traidor o judas.

Margen de error

(Alito) Algo extraño debe pasar en el país, para que un personaje como Alejandro Moreno, Senador y dirigente nacional del PRI, sea uno de los puntales para enfrentar la Reforma Judicial que López Obrador ha tomado como su regalo de despedida. Verlo con gesto adusto, camisa blanca con las mangas recogidas, la mano derecha en alto, el pulgar levantado, rodeado de granaderos, como uno de los personajes clave de las protestas en contra de la reforma judicial, es anticlimático, por decir lo menos.

Para la opinión pública este es el tema de mayor atención en el ocaso del gobierno de AMLO y el inicio de la presidenta. Todos los días acapara titulares. Si algo ha logrado el movimiento opositor va en relación a representar la votación en el Senado como el asunto de mayor importancia, que marcará una diferencia en el resto de las reformas legales —algunas de ellas constitucionales— que anunció López Obrador el 5 de febrero pasado y que hereda como manzana envenenada a Claudia Sheinbaum.

Primera cita

(Una de dos) La definición es binaria: Pasa o se rechaza la reforma, no hay más. Es el gobierno quien se juega más con esta apuesta. Perder una batalla clave al arranque de la legislatura dejará muy mal parados a los operadores de la reforma, además adelantan un inicio atropellado del gobierno de Sheinbaum.

En contraparte, la oposición que no está cohesionada, pero que en este asunto logra comprometer a los implicados a sostenerse en la oposición, también se juega que tan competentes y unidos enfrentan una mayoría abrumadora de Morena.

Mirilla

(Semana) Esta semana entonces es de definiciones. Reducir los próximos años a una mayoría que sin cortapisas logra pasar todas sus reformas, propuestas y cambios, equivaldría a volver innecesario el diálogo y el debate. Una oposición derrotada a priori no le conviene a nadie, ni siquiera al nuevo gobierno.

Veremos de qué están hechos unos y otros. La opinión pública no ayuda en nada, por el contrario, es reduccionista y anticipa el surgimiento de un traidor(a).

Si la democracia en México no fuese una manzana envenenada, hablaríamos de una discusión pública donde los senadores o diputados no votan en bloque, sino en relación a sus intereses políticos en su distrito o estado.

Para eso nos falta aún un trecho largo (PUNTO).

Artículo publicado el 08 de septiembre de 2024 en la edición 1128 del semanario Ríodoce.

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