Felipe Cobián Rosales- Con la muerte de Raúl Padilla López -por decisión propia- este 2 de abril (“Domingo de Ramos”, para que se quede en la memoria) terminó una etapa de cacicazgos que ha padecido la Universidad de Guadalajara desde que en 1925, refundó José Guadalupe Zuno y que, pese a muchos claroscuros, más oscuros que claros, no han logrado arrebatarle del todo la nobleza y honorabilidad que le infundó su creador, el obispo Fray Antonio Alcalde hace tres siglos.
Pese a esos predominios caciquiles, que iniciaron con la descendencia del gobernador Zuno y siguieron con Carlos y Álvaro Ramírez Ladewig -hijos del gobernador Margarito Ramírez- y continuó con el reciente difunto, quien se perpetuó por 34 años -de abril de 1989 hasta ayer que se suicidó-, la UdeG ha sobrevivido, con más penas que glorias, gracias a no pocas individualidades bondadosas y hasta brillantes y gracias también, a algunas camadas de gente estudiosa, sabia, dedicada a la academia, como son los auténticos catedráticos de asignatura que nunca llegan a medio tiempo siquiera porque no tuvieron el vistobueno del “dueño” Padilla y que también sobreviven a sus vaivenes ideológico-políticos y, sobre todo, a los intereses comerciales revestidos de oropel cultural intransparente como el Centro Cultural Universitario incluidos el popular Auditorio, Artes Escénicas, el Festival Internacional de Cine o la misma Feria Internacional del Libro (FIL) y supuestos organismos altruistas. Todo con cargo a la institución educativa… y sin rendir cuentas jamás, mientras faltan instalaciones y se sigue rechazando a un elevado número de aspirantes.
Que El Licenciado, fundó e hizo a la FIL la segunda en el mundo, tal vez sí, aunque tengo mis dudas, ¡pero a qué costo de alumnos, maestros y de la propia UdeG intransparente, operada esencialmente por el clan conformado esencialmente por su hermano Trino, Tonatiuh Bravo Padilla como rectores principales que fueron y otros que no pasaron ni pasan aún de ser meras marionetas!
Se salva un tanto de ese titerismo, el rector Carlos Briseño Torres quien, habiendo sido del mismo grupo de la FEG convertida en aquel entonces en la especie de mafia que tomaría el control total de a Universidad, trató de independizarse de la tutela del Padrino.
Lo destituyó -a la mejor para ponerse él en su lugar- de 14 presidencias de los citados patronatos y organismos que se chupan un elevado porcentaje del presupuesto universitario. Y así le fue: ipso facto el Consejo General Universitario lo defenestró de la rectoría y 15 meses después, pasado el trago amargo, se “suicida” el 19 de noviembre de 2009, habiendo dejado de lado los forenses varias líneas de investigación, como en su momento las señaló Proceso Jalisco.
Ahora es el fundador del Grupo quien se suicida por quién sabe qué motivos, pues hasta el cierre de esta edición no se sabía el contenido del escrito póstumo que habría dejado el cacique. Lo hizo igual que su hermano Juan y que su padre, Raúl Padilla Gutiérrez, frente a él. Gustavo Monterrubio, investigador universitario, asegura que RPL estaba enfermo.
Lo que hoy se anticipa es que habrá muchos huérfanos en la UdeG, como tantos que aparecen en nómina universitaria, pero que servían a los intereses del oscuro factótum fallecido quien habría amasado una gran fortuna gracias a los ingresos que le venían de todos los organismos que manejaba, aparte se daba el lujo de haberse convertido en el poder tras el trono del PRD en Jalisco y de su criatura política: Hagamos.
Todo eso, pues, con cargo perpetuo al presupuesto de la noble y honorable UdeG. Inteligente y sagaz sin duda, su ambición no tenía límites y todo lo quería tener, todo lo quería controlar. De todo se sació, tal vez. Hasta de vivir.
Y aunque uno disienta, ya veremos los variados homenajes a su memoria… Serán de sus mismos protegidos… en el futuro, muy probablemente, en el desamparo.
Ahora, a la UdeG no le quedará otro camino que sacudirse su triste pasado, renovarse o morir. Y lo mejor es que empiecen los universitarios desde ahora, antes de que se adelante la avaricia de los políticos de cualquier signo que traten de apoderarse, sean locales o federales.