Carta para Javier

JAVIER VALDEZ Y GRISELDA TRIANA.

Yo ya estaba ahí cuando llegó el equipo de forenses y uno a uno fueron colocando sobre el pavimento los números de casquillos que te dispararon. Segura estoy que no te diste cuenta, pero fueron 13 disparos con dos armas de diferente calibre. Al final, solo 12 impactaron contra tu cuerpo, uno de ellos directo a la nuca.

Hoy escribo esta carta para ti, cinco años de ausencia, porque me gustaría que escucharas esto desde cualquier lugar del universo en que estés.

¿Sabes? Después de que me avisaron que habías sido atacado a balazos, me trasladé a ese sitio y a pocos metros observé tu cuerpo boca abajo, sobre el pavimento, cubierto con una manta azul.

Cuando estuve frente a ti, vi tu cabeza girada a la derecha, con tu sombrero que cubría la mitad de tu rostro.
En ese momento pensé en arrodillarme y abrazarte, pero no pude hacerlo. Alrededor había muchas personas, tus compañeros de Ríodoce, colegas, amistades, familia… mirones.

A partir de ese momento únicamente pensé cómo iba a hacer para decirle a Tania y Fran que te habían matado, que habían asesinado a su papá.

El 15 de mayo de 2017, a las doce del día, te asesinaron en Culiacán, Sinaloa, de donde nunca te quisiste ir, Javier. Acababas de cumplir 50 años. Eras periodista y escritor y te exterminaron porque exhibiste la vida llena de excesos de un narco júnior.

***

Ahora yo también soy una víctima más, como esas sobre las cuales escribiste. Pero yo he trabajado, y lo sigo haciendo, para no vivir una vida de víctima. Es cierto, Tania, Fran y yo hemos vivido la pesadilla de verte sobre el pavimento el día de tu homicidio, de contemplarte dentro de un ataúd, de sentir por última vez tu cuerpo frío, rígido y vivir, desde entonces, con tu ausencia tan presente.

Te asombraría saber que descubrí mi capacidad para crear, mantener y fortalecer mis redes de apoyo y nunca más estaré sola.

Tú que estuviste tan cerca de las víctimas, sabes que viven en un remolino por el que atraviesan todo tipo de emociones y sentimientos. Conforme ha pasado el tiempo he comprendido que nuestro duelo es complejo, agudizado por el desplazamiento forzado.

Por ejemplo, me aislé porque tenía mucho miedo, no quería que nadie me reconociera ni me preguntara nada. Tú sabes cómo se estigmatizaa un periodista asesinado y a sus familias, pero nunca tuve duda de que te asesinaron por tu ejercicio periodístico, siempre nos lo advertiste.

Otra decisión que tomé fue desplazarme. El 6 de enero de 2018 llegué a la Ciudad de México, donde nuestro hijo ya estaba desde hacía seis meses. En menos de un año estábamos los dos en una ciudad enorme y desconocida. Una pérdida más. Un volver a caminar. Pero no me equivoqué, aquí tengo la paz y la tranquilidad que en Culiacán nos robaron.

Te cuento que semanas después de tu crimen me visitó Siria Gastélum, nuestra amiga, y me dijo que algo importante venía para mí, pero no le di importancia. Meses adelante fui notificada de ser becaria del Fondo de Resiliencia de la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional cuya sede está en Viena, Austria.

15 DE MAYO DE 2017. El día del crimen. Foto: Jesús Bustamante.

Yo sé que estarías orgulloso de mí porque pude documentar qué pasa con las familias después de que asesinan o desaparecen a un periodista: no pasa nada, es como matar a nadie, es como si nunca hubieran existido.
Debes saber que nadie había investigado este tema y yo lo hice, y te encabronaría conocer que en su gran mayoría las familias permanecemos invisibles, lo único real es la impunidad.

Luego de conocer las historias que me compartieron las compañeras de colegas tuyos, algunas dantescas e inenarrables, entendí y acepté que nuestra familia es privilegiada por la manera en que te asesinaron y porque no te desaparecieron.

Te cuento brevemente la terrible historia de una de ellas: Una madrugada un grupo de hombres se lo llevó cuando salía de su oficina. Ya vivían separados, así que no lo echó de menos. Por la mañana, en los portales del centro de la ciudad aparecieron varias bolsas negras que contenían restos humanos. Las bolsas llegaron al servicio forense y le pidieron que procediera a realizar la necropsia por lo que supo que tendría que armar el cuerpo con cada pieza ensangrentada. Fue entonces cuando supo que era él, su esposo. Ella es perito forense. ¡Imagínate!

Una compañera más ha sido demandada por cobrar indebidamente los cheques de su esposo desparecido desde hace 12 años. Además de periodista era profesor. ¿Sabes qué hizo ella con ese dinero? Alimentar, vestir, sobre todo, mandar a sus hijos a la escuela y lograr que los tres ahora sean profesionistas.

Cada una hemos hecho lo posible para salir adelante con nuestros propios medios. Algunas hemos avanzado un poco más y hablamos de lo que ocurrió ese día sin que nos genere ya tanto conflicto. Pero otras, Javier, siguen detenidas en el tiempo, sobreviviendo y sin esperanza de lograr justicia para sus compañeros, ni para ellas ni sus familias.

Dejaron de creer en instituciones que no voltean a verles. No logran identificar a sus redes de apoyo, están enfermas, desconocen sus derechos como víctimas y viven con miedo.

Tú me conoces mejor que nadie y he decidido ejercer mis derechos como víctima a pesar del desgaste que implica. Primero, porque no puedo permitir que tu crimen quede impune. Fue un ataque directo contra ti y la libertad de expresión. Segundo, porque no quiero que nuestros hijos me reclamen no haber hecho nada. Y, tercero, porque tenemos que dejar un precedente de que obtener justicia en este país sí es posible.

***

Tengo recuerdos borrosos después de recibir esa llamada que me anunció tu homicidio. Cuando llegué al lugar me dejaron pasar porque era tu esposa. Me acerqué y estabas cubierto con esa manta azul, tu cuerpo estaba boca abajo y tu cabeza de perfil hacia la derecha, con tu infaltable sombrero de “productor aguacatero” —decían tus amigos— cubriéndote del inclemente sol de mayo.

No imaginas cuánto me arrepiento de no haberme tumbado junto a ti y abrazado, con la esperanza de que aún me pudieras sentir y escuchar. Me hubiera gustado acariciar tu rostro, tus brazos y manos, susurrarte que no te preocuparas, que estábamos sufriendo, pero que en algún momento íbamos a estar bien.

Me duele tanto volver a Culiacán, Javier. Tú viajabas mucho por el país y el extranjero para presentar tus libros, dictar conferencias, participar en talleres, seminarios, etcétera. ¿Recuerdas que siempre te llevaba y pasaba por ti al aeropuerto? Mientras esperabas tu equipaje y a lo lejos veía tu sombrero, sabía que eras tú, que habías regresado.
Ahora cuando voy a esa ciudad nadie pasa por mí al aeropuerto. Bueno, sí, los escoltas que ahora me cuidan en todos lados.

JAVIER CON SU FAMILIA. Años de amor asesinados.

Te confieso que todavía me da miedo regresar a esa ciudad. Ya no disfruto ni me gusta estar en el que fue nuestro hogar, convertido ahora en un lugar sombrío. Tampoco quiero caminar por la avenida Álvaro Obregón que tanto te gustaba, y ya no existe la cafetería que tanto frecuentabas.

Cada vez que vuelvo visito el lugar en donde están tus cenizas y te llevo güisqui, pero sigo sin pasar por el lugar donde te mataron y no quiero vivir con la culpa de no haberte abrazado ese mediodía.

Por eso ahora hago muchas cosas para que otras familias puedan hablar de lo que han vivido. Que sepan que lo que nos pasa después de que matan o desaparecen a un periodista es un proceso difícil pero que lo podemos transformar.
Que el camino que ahora andamos está lleno de obstáculos, que cada una vive su proceso de manera diferente y que no existe un plazo para sentirnos mejor. Sabemos que nuestros proyectos de vida cambiaron, pero que la lucha por justicia de una es la lucha de todas.

Siempre seguirás en mí, Javier.

Te amo

Artículo publicado el 15 de mayo de 2022 en la edición 1007 del semanario Ríodoce.

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