Es en la infancia donde uno fantasea naturalmente con seguir los pasos de una figura, ya sea del beisbol, de la música, la academia, el arte o cualquier otra industria.
Y desde que tengo uso de razón, fui por primera vez al beisbol en 1984, cuando el aforo del ‘Gral. Ángel Flores’ era para 8 mil espectadores y las gradas laterales eran de concreto.
Las torres de alumbrado estaban dentro del campo, desde donde narraba para la radio don Agustín de Valdez a un costado del dugout de los Tomateros, protegido por una pequeña malla para evitar un bolazo.
Y esa época siempre será para mí la mejor, por más que el beisbol haya evolucionado hasta transformarse en un espectáculo con estadios nuevos.
Obviamente la considero la mejor porque lo escribo subjetivamente desde el alma y los recuerdos de un niño. Pero además porque en ese 1984-85 –como incipiente aficionado–, vi coronarse a Culiacán ganando los dos últimos juegos de la Serie Final en Mexicali, siendo figuras el primer bate Chris Jones y por supuesto Derek Byant, Nelson Barrera (Jugador Más Valioso), Lorenzo Bundy, Joel Serna y Guadalupe Valle, con leyendas del pitcheo como El Huevo Romo, Aurelio López y Cecilio Acosta.
Para la siguiente temporada 1985-86, Tomateros volvió a pelear la final bajo el mando del Paquín Estrada, aunque esta vez la perdieron en 6 juegos en una revancha contra Águilas de Mexicali, ahora con Cananea Reyes en el timón y su gran show.
Cómo no recordar cuando Reyes los sacó de concentración en la final y detuvo un juego en Culiacán para protestar a los ampayers que Nelson Barrera estaba bateando con maderos llenos de corcho, a lo cual el tercera base se metió al dugout y le llevó varios bates al polémico dirigente para que él mismo eligiera con cual iría al home antes de conectar otro gran batazo que hizo estallar de júbilo a los 8 mil espectadores (lo curioso es que Nelson era el cuarto bate del llamado ‘Pelón Mágico’ con los Diablos Rojos del México).
Total que a mediados de los 80’s, como ahora, los guindas eran un gran orgullo para la ciudad con tres finales en sus últimos cuatro años –dos títulos– y ya no me perdía un solo juego en casa o por la radio.
A esa edad de 11-12 años, muchas veces no había para comprar un boleto por ser de escasos recursos, pero junto un primo hicimos muchas travesuras. Desde afuera del estadio por el costado derecho, subíamos por una pingüica hasta un techo para luego sentarnos en unas cubetas y ver el juego detrás de la barda, arriba de los locales de comida que aún están frente al Seguro Social.
Y el sueño nuestro era capturar un batazo de Lorenzo Bundy, del güero Dave Stockstill o del monstruo Willie Aikens, quien era el cuarto bate de los Venados (todos bateadores zurdos).
–Así entramos muchas veces al estadio y creo que nunca se enteraron, le confesé en el año 2014 al entonces Presidente del Club Tomateros, Juan Manuel Ley López, quien en son de broma comentó: “Deberías de pagarnos esas entradas cabr…..”
DESILUSIÓN….Pero luego de esos primeros años como aficionado, vendrían temporadas muy malas y sobre todo decisiones bastante extrañas de la directiva guinda, por lo cual me fui despojando de ese amor al equipo.
En la edición 1989-90, Lou Frazier era la sensación de la Liga con más de 40 bases robadas y a mitad de campaña lo cambiaron a Navojoa por un pitcher de medio pelo, Ray Chadwick, lo cual generó mucha molestia entre la afición.
Una temporada después, justo al pasar a playoffs y entre los grandes favoritos para avanzar a la final, el manager Marco Antonio Vázquez dejó el equipo y también se fue el cuarto bate Nick Castañeda junto con otro jugador, pero el club jamás explicó los motivos al público y hace apenas tres años Marco nos comentó que no les pagaron un bono prometido.
Dejé de ir al estadio durante muchos años y cuando ingresé en 1997 al medio periodístico, no existía ya un sentimiento especial hacia el equipo, lo cual afortunadamente ayudó para hacer el trabajo de la manera más equilibrada posible.
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Artículo publicado el 23 de enero de 2020 en la edición 991 del semanario Ríodoce.