COVID-19: aquí no hay inocentes

CONTAGIOS A LA ALZA. El precio del desorden.

Cuando parecía que el tema iba de salida… nos llegó la tercera ola. Más fuerte que la primera y la segunda, de forma acelerada está rompiendo los records de contagios. No se han incrementado las muertes por covid, pero ahora la transmisión es masiva. En Sinaloa se registran 500 casos diarios y sólo por los que son reportados desde los hospitales públicos, sin considerar las clínicas privadas. Con un dato aterrador: esta ola está atacando sobre todo a niños y jóvenes.

¿Qué provocó esta nueva avalancha de casos? Dos cosas. Una, que la gente bajó la guardia cuando empezaron las vacunas y esto coincidió con una tendencia a la baja en todo el país. Y dos, la indiscutible irresponsabilidad de los gobiernos de todos los niveles –incluida la clase política. Entre la economía y la salud, privilegiaron la economía. Es cierto que hay sectores que no podían sobrevivir con medidas restrictivas extremas, pero hay otros que se jugaban las ganancias y en ellos prevaleció la voracidad.

Mazatlán es un buen ejemplo de esto. Solo al principio este destino turístico acató las medidas impuestas desde el gobierno federal para acorralar los contagios. Algunas empresas, principalmente hoteleras y restauranteras, apoyaron a sus trabajadores.

Pero la crisis sanitaria iba para largo y empezaron a aflojar las restricciones. De 40 por ciento del aforo permitido se fueron al 50, luego al 70, hasta que terminaron con los hoteles a reventar. Había un árbitro que tenía que cuidar que se respetaran las reglas, el Gobierno, pero se volteó hacia otro lado para no ver. Y hasta con orgullo decían que fulano o zutano se estaba yendo hasta el eje en sus hoteles. Con botellitas de gel y baños desinfectantes, quisieron taparle el ojo al macho.

Pero no solo hubo desidia y complacencia desde el gobierno, sino también complicidad. La Secretaría de Salud, por supuesto que por directriz del gobernador y de la subsecretaría de Salud Federal, cuyo titular es Hugo López-Gatell, empezó a administrar los datos. Miles de casos fueron ocultados en los informes. Con una contabilidad a conveniencia movieron el semáforo epidemiológico y levantaron algunas restricciones formales que en la práctica muchos empresarios habían violentado sin que nadie los reprendiera, salvo casos excepcionales. Bares, antros, restaurantes, plazas comerciales, tiendas de autoservicio, casinos y hasta espacios deportivos hicieron lo que les vino en gana ante una ciudadanía que tampoco cooperó. Ya no era solo la necesidad de trabajar y tener el sustento en casa, ahora había que divertirse como ha sido siempre, total, “de algo nos tenemos que morir”.

Y así, entre el relajamiento de la gente, la voracidad de los empresarios y la urgencia del gobierno para reactivar la economía, la pandemia se aposentó en nuestras ciudades. Los hospitales empezaron a saturarse, se acaban las camas covid, no hay respiradores suficientes, las vacunas vienen a paso de tortuga…

Hay un tercer agente que tiene que ver con esta tercera ola de coronavirus que nos asedia: la clase política. Para hablar de Sinaloa, por lo menos los dos principales candidatos a la gubernatura en el proceso pasado, fueron criminalmente irresponsables. Y los aspirantes a alcaldías y diputaciones también. Nunca, en sus campañas consideraron el peligro de potenciar contagios. Regalaban cubrebocas, pero lo hacían no por una preocupación sanitaria, sino como un hecho más de propaganda, con el logotipo del partido o coalición y el nombre del candidato, como en otras campañas regalaban abanicos de cartón. Los eventos masivos, sobre todo los cierres de campaña, fueron trampas del virus donde la gente se atascó estúpidamente sin medir las consecuencias que podía traerle y sin que los promotores de esos eventos consideraran el daño que podían ocasionar. Y nunca una autoridad sanitaria puso orden, nunca una restricción. Fueron días de fiesta, de música, gritos y fuegos artificiales: ahora hay que recoger los palitos.

Bola y cadena
TODO LO QUE NOS OCURRE en torno a la pandemia tiene que ver con un pésimo manejo del tema por parte de los gobiernos, sobre todo del federal. Hay estados que han manejado mejor las cosas y están sufriendo menos que nosotros. Desde el centro del país se cometieron errores básicos –como decir que el cubrebocas no servía de nada– y, cuando ya no se pudieron contener los contagios y las muertes, –que deben andar por arriba del medio millón de personas—el gobierno prefirió politizar el tema y hablar de “liberales” y “conservadores”. El gobierno federal no ayudó ni a los microempresarios que tuvieron que cerrar sus negocios, menos a los grandes, a los que ve como sus enemigos y, ante ese desprecio –al que aquellos llaman “austeridad”– la gente optó por sobrevivir a como diera lugar, sin reparar en riesgos. Otro tema donde el Estado, como tal, estuvo ausente.

Sentido contrario
AHORA RESULTA QUE LOS HERMANOS Arellano Hernández son un modelo empresarial a seguir. Nacen como despacho legal y fiscal y ahora construyen edificios de 30 pisos y que cuestan más de mil millones de pesos. Fueron acusados de lavar dinero de procedencia ilícita, de constituir empresas factureras, los están relacionando con Genaro García Luna, preso en los Estados Unidos acusado de narcotráfico, les han congelado y descongelado cuentas. Su ruta social ha sido la misma que la de otros lavadores de plata: primero los ven como apestados y luego son excelentes muchachos, inversionistas generadores de empleos…

Humo negro
SOBRE LA PRESENTACIÓN DEL PROYECTO de la torre Stelarhe, Cayetano Osuna nos ofrece en esta edición una excelente crónica. Se coló a una reunión privada, solo para invitados especiales. Fue el único reportero que estuvo allí y hasta se dio el lujo de sacar su vieja grabadora y entrevistar a algunos personajes. ¿Cómo le hiciste?, le pregunté. “No lo sé –me dijo–, tal vez me confundieron con un inversionista filipino”.

Columna publicada el 11 de julio de 2021 en la edición 963 del semanario Ríodoce.

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