A tres años del triunfo del presidente Andrés Manuel López Obrador y a dos años y medio de su administración, hay temas, como el de la seguridad, donde su discurso ya parece más bien una declaratoria de rendición.
La semana pasada, mientras en su conferencia mañanera hablaba de porqué debía llevarse a cabo la consulta para juzgar o no a los ex presidentes, dijo, entre otras cosas, que ellos habían contribuido a la creación de grupos delictivos; que el Cártel de Sinaloa, el de Jalisco, el de Guanajuato y el del Golfo habían surgido en el “periodo neoliberal”. Y lo mismo repitió el jueves 1 de julio en su discurso del tercer aniversario de la victoria que lo llevó a la presidencia, con el añadido de que “los estamos enfrentando, no declarándoles la guerra, porque la violencia no se puede enfrentar con la violencia, sino con otros métodos más humanos y más eficaces…”.
El presidente maneja sus datos, los suyos, y con ellos crea su realidad, la suya, porque los propios números del Sistema Nacional de Seguridad hablan de un crecimiento de la violencia. Es muy obvio, además, el fortalecimiento de las organizaciones criminales, que se refleja en actos de violencia que nos regresan a los años más cruentos de la guerra entre los cárteles por el control de las plazas. Ayer fueron Jalisco, Michoacán y Guanajuato los escenarios, y ahora son Zacatecas y Tamaulipas.
¿A qué se refiere el presidente cuando afirma que ahora están enfrentando a los cárteles, no con violencia, sino con métodos más humanos y eficaces? Esta misma semana que pasó ocurrieron hechos terribles en Tamaulipas y Zacatecas; ver las fotografías y los videos significa, por la crudeza de las imágenes, hacer un ejercicio de resistencia al vómito.
Es evidente que el gobierno no está enfrentando a los cárteles de la droga en ningún rincón del país. Y que cuando lo quiso hacer, como fue en octubre de 2019, con la detención de Ovidio Guzmán, simplemente terminó hincado y obligado a liberarlo. En este caso, el presidente puede exponer las razones que quiera, pero eso no justifica su derrota y la de todo el gabinete de seguridad ante las armas de Los Chapitos.
Los homicidios no han bajado, como afirma. Hay registro de casi 90 mil homicidios dolosos en lo que va de su mandato, casi el doble de los que se acumularon en el sexenio anterior durante el mismo periodo y 57 mil más que en el mismo periodo de Felipe Calderón, que tanto le gusta criticar por haber declarado la guerra al narco “sin una estrategia”. No puede el presidente estar evocando el pasado como una justificación de sus propios fracasos; es evidente que no pudo contra el narco, que no tenía una estrategia para combatirlo y que ya no tiene tiempo para elaborar una que, si no pone fin a la violencia, al menos signifique una disminución que la sociedad pueda tolerar.
Lo que pasa en estados como Tamaulipas, Baja California, Chihuahua, Veracruz… y en ciudades como Cancún, por ejemplo, es algo que ningún Estado puede permitir sin negarse a sí mismo. Los niveles de extorsión en esos lugares llegan a su límite cuando las víctimas son los propios trabajadores. Ya no solo las empresas constructoras, los comercios, los empresarios, sino también los empleados, los que acuden cada semana o cada quincena a cobrar sus salarios y tienen que entregar una “comisión” a los cárteles por el miedo de ser asesinados, como ha ocurrido en muchas ocasiones.
“Eso ya estaba cuando llegó la cuarta transformación”, dirá el presidente, “viene desde el periodo neoliberal”, se defenderá. Pero la gente, aquel 1 de julio que ahora festeja, votó por un cambio y lo hizo con la esperanza de que así sería. Ya había gobernado el PAN durante doce años y no resolvió ni el problema de la violencia, ni el problema de la pobreza, por el contrario. Aquel 1 de julio la izquierda ganaba, por fin, después de una lucha que duró prácticamente 40 años a partir de que el Partido Comunista Mexicano obtuvo su registro legal en 1978, con la reforma impulsada en la administración de José López Portillo. Y no le está permitido fracasar porque, si esto ocurre, aquellos demonios que se propuso desterrar regresarán fortalecidos. Y entonces sí, se tragarán el país.
Bola y cadena
LOPEZ OBRADOR, cuyos méritos como férreo opositor al régimen “prianista”, “neoliberal”, pocos podían cuestionar, era un hombre que, sin ser de izquierda, de muchas formas la representaba; era la tercera vez que participaba en una elección presidencial, su discurso durante más de 20 años había sido frontal contra lo que llamaba y sigue llamando “la mafia del poder”, pero, sobre todo, era un político que reivindicaba siempre, por sobre todas las cosas, los intereses de los más pobres. Al tomar posesión del cargo en 2018, se comprometió a gobernar para todos “pero dándole preferencia a los vulnerables y a los desposeídos”. Pero algo no le ha salido bien, porque pobres hay más en este país desde que asumió el poder.
Sentido contrario
UNA DE LAS GRANDES RAZONES de los tropezones que está teniendo el proyecto transformador de López Obrador, ha sido la llegada del COVID-19 al, sin duda. El impacto en las economías del mundo ha sido brutal. Pero también la forma en que ha sido enfrentada ha contribuido a potenciar la tragedia, empezando por el número de muertes que, considerando el exceso que empieza a ser reconocido oficialmente, debe andar por el medio millón de personas.
Humo negro
HAY UN RESPONSABLE DIRECTO de los yerros cometidos por el gobierno federal al enfrentar la pandemia en la parte de salud: se llama Hugo López-Gatell Ramírez, quien primero fue visto como un Rockstar y ahora se ha convertido en un lastre para el gobierno federal. Ojalá AMLO lo viera así, pero se antoja muy remoto. Antes que la eficacia de sus subordinados, el presidente premia la lealtad.
Columna publicada el 04 de julio de 2021 en la edición 962 del semanario Ríodoce.