Una sentencia empañada por dos crímenes más

MARIO ZAMORA Y QUIRINO ORDAZ. Se acabó el abrazo.

No es la sentencia que esperábamos pero es, sin duda, un paso muy importante en la exigencia de justicia que nos planteamos desde el momento mismo es que ocurrió el crimen de Javier Valdez. Juan Francisco Picos Barrueto se pasará en la cárcel la edad que tiene ahora, por haber participado en el asesinato de nuestro compañero por órdenes de su jefe, Dámaso López Serrano, el Minilic: 32 años.

Se cubre una etapa muy importante en esta búsqueda y en esta exigencia. Sigue la más compleja: traer a México a López Serrano para que sea juzgado como presunto autor intelectual. Ya hay, por parte de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra de la Libertad de Expresión (FEADLE), una solicitud de extradición, pero no será fácil. El Minilic está siendo juzgado en los Estados Unidos por delitos relacionados con el narcotráfico y eso complicará las cosas. El proceso será muy largo. Sin embargo, hay en la familia de Javier y en nosotros mismos, en Ríodoce, en los amigos, periodistas y organismos que nos han acompañado siempre, la convicción de que no habremos de relajar la guardia en esta lucha por la justicia hasta que sea castigado también el asesino intelectual, cosa que casi nunca ocurre en este tipo de crímenes.

Nada, ninguna sentencia, lo hemos dicho siempre, será equivalente al valor que tenía la vida de Javier Valdez. No hay manera de reparar el daño. Su vida estuvo dedicada a hacer el bien. Con sus cercanos pero también con la sociedad en la que vivió y de la cual se quejaba por no acompañar el esfuerzo que en México hacen cientos de periodistas por llevarle información que le permitiera tomar decisiones con más certeza, muchas veces exponiendo el pellejo. “Los periodistas estamos solos”, solía decir: “Al buen periodismo le hace falta una sociedad que lo acompañe”.

Javier se sorprendería al ver cómo, en su muerte, esta sociedad se volcó a acompañarlo sin dejarlo solo un momento. No hubiera sido posible lograr estas sentencias de no haber sido por la exigencia de justicia de la sociedad. Primero cimentando su memoria desde aquel mayo funesto, luego con la toma de las calles y las plazas, los encuentros de periodistas y el valioso, imprescindible trabajo solidario de organizaciones nacionales e internacionales que se sumaron desde entonces a la demanda de justicia y que, estoy seguro, tampoco bajarán la guardia en las acciones que siguen, en las esferas que correspondan, incluyendo la diplomática.

La sentencia contra los asesinos de Javier, como las que están recibiendo los autores materiales e intelectuales del crimen de Miroslava Breach en Chihuahua, debieran marcar un antes y un después en la lucha contra la impunidad cuando de agresiones a periodistas se trata. Porque es urgente un cambio en este sentido y nada nos daría más satisfacción que estas sentencias constituyan el principio de un venturoso camino hacia la justicia en todos los casos en que un periodista es asesinado.

Pero no somos tan optimistas. El poder de los grupos criminales, muchas veces ligado al de la clase política, ha hecho, durante décadas, que las agresiones a periodistas queden en la impunidad.

¿Hay espacios para el optimismo cuando hablamos del contexto nacional? Creo que no. La noticia de la sentencia contra el asesino de Javier Valdez, el jueves pasado, se vio empañada trágicamente por el asesinato de dos periodistas más, uno en Oaxaca y el otro en el Estado de México, todo en un lapso de 30 ó 40 horas. Con el agravante de que el compañero de Oaxaca, Gustavo Sánchez Cabrera, había estado solicitando apoyo al Mecanismo Federal para la Protección de Personas Defensoras y Periodistas, pues estaba recibiendo amenazas de muerte. Y ya había sufrido otros atentados. No se la brindaron y fue asesinado.

México sufre, desde hace décadas, un grave problema de justicia; los niveles de impunidad son escalofriantes y la complicidad de agentes del estado en la comisión de delitos es descomunal. Si queremos que esto acabe o amaine sustancialmente, hay que cambiar el sistema. De raíz.

Bola y cadena
SORPRENDIÓ MARIO ZAMORA al impugnar la elección de gobernador y para diputados. Ya había aceptado el resultado desde la noche del 6 de junio y lo había estado reconociendo en diversas entrevistas. Perdió la elección. Es verdad, muchos de los operadores del PRI –en el estado fueron cientos—fueron privados de su libertad para inmovilizarlos mientras trascurría la jornada electoral y luego liberados. Pero eso, dijo, no hubiera cambiado el resultado de la elección. La otra sorpresa, todavía mayor, es que lo hizo sin considerar al priismo estatal y a sus dirigentes. Ellos se desmarcaron, lo cual significa, de suyo, que hay entre ellos un rompimiento. Mario siente que lo traicionaron. Ya lo dirá.

Sentido contrario
Y CÓMO NO VA A HABER UN rompimiento, si dos o tres días después del domingo 6, el PRI estatal se prestaba a tomar acuerdos con Rubén Rocha Moya para lo que viene. Con la venia del gobernador, por supuesto. El intermediario para estos acuerdos es Jesús Aguilar Padilla, el ex gobernador, que no movió un dedo para apoyar a Mario Zamora. Aguilar tendrá su tajada en el congreso local. Sergio Mario Arredondo es su yerno y no llegó a la lista pluri y al congreso por buen militante, sino por esta relación.

Humo negro
POR SI ESTO FUERA POCO, el próximo dirigente del PRI será Sergio Jacobo, que ha sido nombrado secretario general pero que asumiría el cargo por la vía escalafonaria una vez que la presidenta interina, Cinthia Valenzuela, asuma el cargo de diputada que obtuvo también al estar en la lista de diputados plurinominales. Sergio, como se sabe, fue secretario particular de Rocha cuando fue rector y lo une a él una vieja amistad. La pregunta entonces, si el PRI se está entregando a Morena, es ¿Quién hará el papel de oposición en el Congreso del Estado y en Sinaloa?

Columna publicada el 20 de junio de 2021 en la edición 960 del semanario Ríodoce.

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